Entre Amor y Razón, Ambas Son Posibles

3

Verlo tan rojo iba a ser siempre mi parte favorita de él.

Al salir del elevador, nos topamos con Mike. Cualquiera que lo viera pensaría que nos estaba esperando.

—Buenas tardes, Sr. Scott —saludé cortésmente.

—Buenas tardes, Natalia. Ya me iba a retirar, considerando que no llegabas... y porque el de seguridad le permitió el paso —respondió, lanzando una mirada de pies a cabeza a Nick.

—Buenas tardes, soy... —Nick intentó presentarse, pero fue interrumpido bruscamente.

—Sé quién eres —espetó Mike, con su característico tono arrogante.

—Sr. Scott, Nick está conmigo —aclaré con firmeza.

—No pensarás en llevarlo con nosotros y que escuche todos nuestros asuntos.

—No, Sr. Scott, él no entrará a la sala de reuniones.

Fue entonces cuando Nick habló, con un tono que me tomó por sorpresa.

—Es irónico que mi novia reciba este trato por su parte, cuando si no fuera por ella ya habrían perdido varios millones.

Me quedé atónita. Nunca lo había visto tan serio en un entorno como este.

Por un momento, pensé que Mike explotaría en ira y me despediría en el acto, pero, para mi sorpresa, simplemente se dio la vuelta y se dirigió a la sala de reuniones sin decir más.

—¡Nick! —lo reprendí.

—Perdón, cariño, pero es un idiota. No iba a permitir que siguiera tratándote así —se justificó.

Suspiré, tratando de mantener la calma.

—Espérame en mi oficina, después hablamos. Mi oficina es esa —señalé con el dedo y, sin darle opción, lo empujé suavemente para que caminara hacia allá.

Apenas vi que entraba, me dirigí rápidamente tras Mike.

Era extraño. Mike me estaba prestando atención... o al menos, eso parecía.

—Eso sería todo sobre la normativa —concluí mi explicación—. Si tiene alguna duda o algo no quedó claro, puede decírmelo y lo revisaré.

Mike se mantuvo en silencio por unos segundos antes de hablar con una calma inusual en él.

—Tengo tres preguntas.

Lo miré con cautela.

—Primero, ¿por qué traes eso? —señaló mi vestimenta.

—¿No tenía alguna duda sobre lo que acabo de explicar? —repliqué, arqueando una ceja.

—¿Te hice una pregunta? —contraatacó con frialdad.

Exhalé con paciencia.

—Le comenté que tuve un problema con mi vestimenta.

—¿Y acaso solo tienes dos prendas en tu armario?

Mantuve mi postura firme.

—Sr. Scott, estoy aquí por trabajo, no para hablar sobre mi vestimenta.

Lo que menos esperaba era lo que dijo a continuación.

—Sé que me odias.

Me congelé al instante.

—Así que, si quieres deshacerte de mí, hoy tienes esa oportunidad.

—¿De qué está hablando? —fruncí el ceño, confundida.

—Te haré cinco preguntas personales que deberás responder. A cambio, tú podrás hacerme cinco preguntas a mí. Y después de eso, te dejaré en paz. Porque, aunque no lo creas, no soy un idiota como piensas.

—¿Solo cinco preguntas? —pregunté con incredulidad.

—Así es —sonrió, y era la primera vez que lo veía sonreír de esa manera. Una sonrisa que, lejos de tranquilizarme, me inquietó.

Sentía que quien estaba perdiendo era yo, pero acepté.

—Acepto.

Mike sonrió aún más, como si ya hubiera ganado.

—Primera pregunta: ¿Por qué no te caigo bien?

Rodé los ojos.

—¿Todavía lo pregunta? —respondí con exasperación.

—Sí. Respóndeme.

—Porque me hace la vida imposible, rompe acuerdos que yo tengo que solucionar y, gracias a usted, tuve que venir a vivir aquí, lejos de mis amigos, de mi padre...

Él asintió, como si esperara exactamente esa respuesta.

—Segunda pregunta: ¿Alguna vez te preguntaste por qué te elegimos a ti entre tantas personas con experiencia y trayectoria?

Esa pregunta me descolocó.

—Siempre lo he hecho. Y siempre me digo que fue un error de Recursos Humanos.

Mike dejó escapar una risa breve y seca antes de mirarme con una expresión indescifrable.

—Yo te elegí, junto con mi padre.

Sentí un escalofrío recorrerme ante esa revelación.

—¿Por qué? —pregunté, sintiéndolo acercarse más a mí.

Él sonrió.

—Aún no lo entiendes.

—No —dije con seguridad.

Su sonrisa se ensanchó aún más, y por primera vez sentí que había entrado en su juego.

— Al principio, te vimos trabajar casi por inercia, pero notamos algo interesante: te adaptabas rápido al trabajo. Así que ordené que te fueran dando más responsabilidades, aunque esos idiotas se excedieron. Aun así, demostraste que eras capaz. Por eso ascendiste tan rápido. Mi padre incluso quería que fueras vicepresidenta de esa sucursal. Sin embargo, seguiste demostrando que podías hacer mucho más, y dejarte en ese lugar, para él, habría sido un desperdicio.

—¿Qué? —dije, confundida.

—La única que menosprecia su capacidad eres tú misma. Con el tiempo, mi padre se obsesionó contigo y me involucró a mí también. ¿O quién crees que te hacía esas evaluaciones tan difíciles? Todos pensaban que eran las mismas para todos, pero yo te las ponía más complicadas, específicamente a mi nivel. Y vaya que te aborrecía por tener ese talento... Aquel talento que yo no tengo y por el cual tuve que sacrificar toda mi vida, mientras tú lo posees sin haber tenido que renunciar a nada.

—¡Eso no es mi culpa! Yo no quería venir aquí a competir con usted —espeté con rabia.

—Y eso es lo que más me enoja. Ni siquiera me ves como tu competencia. Ni a mí, ni a nadie. Y aquí viene mi otra pregunta. Según lo que he visto, no buscas riqueza ni poder. Dime, Natalia Vélez, ¿Qué es lo que realmente quieres?

No necesite pensar demasiado; sabía perfectamente lo que deseaba en mi vida.

—Quiero una vida tranquila, sin preocupaciones. Llegar a casa y que me esperen mis hijos. Que mi pareja me recoja del trabajo. Ir de vacaciones con mi familia, disfrutar con las personas que más amo —contesté con sinceridad.

—Eso es tan... ordinario y carente de ambición, pero lo respeto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.