Entre Amor y Razón, Ambas Son Posibles

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A pesar de mis intentos por llevarme mejor con Natalia o de intentar mantener una conversación que no fuera de trabajo, todo ha sido en vano. Más aún con la nueva orden de mi padre, que insistió en que debía hacer que Natalia demostrara, a la fuerza, su capacidad y que no sucumbiera ante la presión. Gracias a eso, en estos cinco meses, he conseguido ganarme su merecido odio. Cometo errores estúpidos, pero con consecuencias nefastas, y es ella quien debe solucionarlos.

Cuando llegó el momento de que Natalia se tomara unas vacaciones, mi abuelo tuvo la fantástica idea de mandarme a mí también. Escuché por los pasillos de la empresa que ella quería ir a Japón, y mi abuelo, al enterarse, decidió comprar dos boletos para ese destino. Lo disfrazó como un regalo por su arduo trabajo, pero ella lo rechazó. No pensó que quería ir a visitar a su familia primero, y luego tomarse las vacaciones.

Como resultado, me fui solo a Japón por tres días. Aunque el viaje era de dos semanas, sin ella, no tenía sentido seguir allí.

El resto de mis vacaciones forzadas lo pasé con mi abuelo, quien aprovechó la oportunidad para contarme su historia y la de mi padre.

Mi abuelo se casó porque amaba a mi abuela. No le importó que todos estuvieran en contra; fue uno de esos amores de antaño que parecía vencer todos los obstáculos, o eso pensaban los demás. Sin embargo, detrás de todo eso había un trasfondo oscuro. Aunque mi abuelo amaba profundamente a mi abuela, ella amaba su dinero. No le importaba darle todos los hijos que él quisiera, siempre y cuando ella siguiera viviendo una vida de lujos.

Mi abuelo descubrió que no la amaba realmente por una conversación que escuchó entre mi abuela y su madre. Textualmente, mi abuela le dijo: "Mientras me siga dando dinero, viajes, joyas y una vida privilegiada, yo le puedo dar todos los hijos que quiera." En ese momento, solo tenían dos hijos: mi padre, el mayor, y mi tío Carl.

Mi abuelo, devastado, enfrentó a mi abuela. Ella no negó ni se retractó de sus palabras. Así fue como pasó de tener un matrimonio feliz a vivir en una tortura diaria. Mi abuelo no se divorció de ella, pero le prohibió todo. Ella vivió en una jaula de oro. Aunque todos pensaron que ahí terminó la historia, estaban equivocados.

Después de su muerte, mi tío Carl, quien heredó la misma ambición de mi abuela, intentó quedarse con todo. Su codicia lo llevó a hacer negocios sucios que finalmente lo condujeron a la muerte.

Así terminó la historia de mi abuelo: amó a una mujer ambiciosa, quien murió sin ser feliz debido a esa misma ambición. Al igual que su hijo menor, quien repitió los mismos pasos de su madre.

Me sentía mal por mi abuelo, y aunque todo lo que había pasado no dejaba de ser doloroso, no entendía por qué seguía aceptando a Natalia.

—Abuelo, si eso te pasó a ti, ¿por qué aceptas a Natalia? ¿Qué tiene de especial ella? Bueno, a pesar de su talento...

—Quiere una vida normal, eso es lo que tiene de especial —respondió él, interrumpiéndome.

Me quedé sorprendido por su respuesta. Pensé que me diría que tenía valores o algo parecido, pero no fue así. Al ver mi cara de confusión, mi abuelo comenzó a contarme la historia de mi padre, la cual él mismo llamaba: "Me casé con mi estatus y no logré ver lo feliz que pude ser."

Mi padre, sabiendo lo que le había pasado a mi abuelo, se prometió no enamorarse nunca. Decidió casarse solo con una mujer de su mismo estatus, sin amor ni sentimientos de por medio. Ni siquiera le importaba saber si tenían algo en común. Así fue como se casó con mi madre, quien sí lo amaba y siempre estuvo a su lado. Sin embargo, los constantes rechazos y desprecios de mi padre hicieron que ella enfermara y, finalmente, falleciera. Me dejó a mí, con tan solo ocho años, sin mi madre, quien, a pesar de mi abuelo, me adoraba. Siempre culpé a mi padre por su muerte, y desde ese día lo odié.

Antes de morir mi madre, intentaba por todos los medios llamar la atención de mi padre, pero nunca fui digno de su tiempo. Cuando ella falleció, entendí que nadie me volvería a amar como ella, nadie me defendería como ella lo hizo. Estaba solo. Así que me dediqué a ser el mejor. Ya no me importaba mi padre. Si antes estábamos alejados, ahora lo estábamos el doble, porque yo me fui alejando más de él.

—¿Hijo, quieres saber por qué te alejaba? —me preguntó mi abuelo.

Lo miré sorprendido, con una pizca de curiosidad.

—Te pareces a tu tío Carl. Antes de morir, tu tío le dijo a tu padre que tú eras su hijo. Algo que es mentira, pero tu padre guardó esa duda hasta que tu madre, en su lecho de muerte, le pidió que te cuidara. Ahí fue cuando él entendió que tú eras su hijo, pero no fue lo único que entendió. También entendió que, con el tiempo, aprendió a amar a tu madre. Esta revelación llegó muy tarde. Aunque estuvo día y noche a su lado, rogando y suplicando para que no le arrebataran a la persona que amaba y le dieran una segunda oportunidad, todo fue en vano. Ella ya no resistió.

Mis lágrimas comenzaron a caer por mi rostro. Ese idiota... Si tan solo hubiera hablado, mi madre aún estaría conmigo. ¿Era tanto pedir eso?

—Hijo, no te digo esto para que odies más a tu padre. Te lo digo para que no seas un cobarde como lo fue él, que se quedó callado por el miedo de que tu madre le dijera que tú eras hijo de Carl. No quiero que seas como yo, que me volví ciego ante una mujer que no me amaba.

—Tu padre te ama, y aunque suene hipócrita de su parte, al decirte que quiere que te cases y tengas una familia, sabes que lo hace porque quiere darte lo que él no te pudo dar: una familia.

—Exacto, él me negó esa familia por su cobardía —grité, cayendo al suelo mientras las lágrimas seguían corriendo.

—Hijo, no somos los mejores padres, abuelos o consejeros, pero te pido que aprendas de nuestros errores —dijo, arrodillándose y abrazándome mientras yo lloraba como un niño.

Nos quedamos varios minutos en esa posición, mientras me desahogaba. Lo necesitaba tanto que no recordaba cuándo fue la última vez que lloré tanto.




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