Entre Amor y Razón, Ambas Son Posibles

10

Mi vida ya no tenía sentido sin ella. Sentía la sangre cálida recorrer mi frente, pero el dolor en mi corazón era mucho más profundo que el de las heridas provocadas por el accidente que acababa de sufrir.

Mis párpados se volvían pesados, cada vez más difíciles de mantener abiertos. Un sueño profundo me envolvía mientras perdía el conocimiento. En esos últimos instantes de lucidez, me atormentaba con un pensamiento: ¿qué hubiera pasado si le hubiera dicho la verdad?

Si tan solo se lo hubiera dicho... No la habría perdido. Ni a ella, ni a mi cordura. Tampoco a mis amigos, y sobre todo, no habría perdido a mi confidente, Jessy.

Como si alguien escuchara mi súplica, sentí un tirón en la realidad. Y de repente, volví al momento exacto en el que arruiné todo.

—Nick... —su voz sonó al otro lado del celular, llena de incredulidad—. ¿Acaso estás terminando conmigo?

—¡No! —respondí de inmediato, dándome cuenta del error en mis palabras.

—Acabas de decirme eso...

—No, no, cariño, jamás te dejaría —me apresuré a decir, aterrorizado—. Lo que quise decir es que... tú vas a querer terminar conmigo porque... porque...

No tenía el valor de decirle la verdad.

—Nick, no te entiendo. Si quieres terminar conmigo, solo dilo y no pongas palabras en mi boca —dijo con molestia.

Tragué saliva y, con un nudo en la garganta, finalmente lo admití:

—Cariño... tengo problemas con mis celos.

El silencio al otro lado de la línea se extendió por segundos que parecieron horas.

—Por eso dije que ibas a querer terminar conmigo —murmuré con la voz entrecortada.

Seguía sin responder, y la incertidumbre comenzó a desesperarme.

—¿Podría verte? —pedí como último recurso ante su silencio—. Aunque sea para despedirme de ti...

Decir esas palabras me destrozó.

Unos segundos más de silencio y luego, finalmente, su respuesta:

—Sí.

Mi respiración se entrecortó.

—Voy a tu casa esta noche, a las siete.

—Está bien —respondió antes de colgar.

Por la noche, me detuve frente a su casa. Las luces estaban encendidas, y por un instante dudé en entrar. Una parte de mí quería huir, pero finalmente reuní todo mi valor y me dirigí a la puerta.

Toqué el timbre y, mientras esperaba, los recuerdos me golpearon con fuerza. Todo lo que había hecho por comportarme como un niño inmaduro... Me repetía a mí mismo que lo anterior había sido solo una pesadilla y que esta era mi oportunidad para no volver a hacerle daño a la mujer que amo.

La puerta se abrió.

—Hola, Nick —me saludó Natalia.

Mi corazón comenzó a latir desbocado. Aún recordaba aquella mirada que me había dirigido por meses, llena de repulsión, odio e ira. Pero esta vez no la tenía. Solo parecía confundida.

—Hola... —respondí torpemente.

—Pasa —dijo, haciéndose a un lado.

Avancé lentamente y me quedé de pie en medio de su sala.

—Siéntate —ofreció.

—Estoy bien, gracias —contesté, buscando su mirada.

Cuando finalmente nuestras miradas se encontraron, solté las palabras que llevaba atoradas en la garganta.

—Perdóname...

Recordar todo el dolor que le había causado hizo que mi voz se quebrara. Mis ojos se llenaron de lágrimas y luché por contenerlas, pero fue inútil.

—No fue bonito lo que me hiciste, Nick —dijo con cansancio en su voz.

Sus palabras fueron como una daga directa a mi pecho. Mis lágrimas cayeron sin control. Entonces, en un movimiento inesperado, Natalia tomó mi mano con firmeza.

—Me alegra que reconozcas que estás mal —continuó—. Estuve investigando sobre lo que me dijiste y sé que necesitas terapia. Pero no entiendo por qué pensaste que iba a terminar contigo por decirme la verdad.

Abrí la boca para responder, pero no encontré palabras.

—Te terminaría porque me tratas mal, Nick —dijo con molestia, mirándome directamente a los ojos.

Y en ese momento, lo entendí todo.

—Soy un imbécil —murmuré en voz baja, asegurándome de que no me escuchara—. Te amo y no quiero perderte —dije con un nudo en la garganta.

—Yo tampoco —respondió, acariciando suavemente mi rostro.

Eso era todo lo que necesitaba escuchar.

Decidí comenzar terapia. A medida que avanzaban las sesiones, mi ira contenida comenzó a salir a la superficie. No entendía su origen, y mi terapeuta tampoco. Finalmente, lo atribuyó a algún trauma infantil que, hasta ahora, permanecía oculto en mi memoria.

Mi terapeuta sugirió hacer una regresión para desbloquear esos recuerdos, pero no estaba seguro de querer hacerlo. No sabía exactamente por qué me resistía, así que decidí dejarlo como última opción.

Pasó medio año antes de que lograra controlar mis celos. Durante todo ese proceso, Nat estuvo a mi lado, brindándome su apoyo incondicional. También conoció a mis padres. Al principio, ellos se mostraron reacios a la idea de nuestra relación, pero con el tiempo, al convivir con ella, se dieron cuenta de lo maravillosa persona que era.

Ahora, mis padres la adoran y la tratan como si fuera su propia hija. Mi madre siempre me pide que la cuide y la proteja. Incluso, cuando llego solo a casa, antes de saludarme, lo primero que preguntan es dónde está Nat y por qué no vino conmigo.

Con el tiempo, comenzaron a llamarla "hija", y eso me llena de felicidad.

Un día, durante una cena familiar, ocurrió algo inesperado. Mi padre le ofreció un puesto en la empresa. Tanto Nat como yo nos quedamos sorprendidos ante la repentina propuesta. Sin embargo, mi novia rechazó la oferta con educación, explicando que tenía un contrato vigente con los Scott.

Aun así, mi padre insistió, convirtiendo la cena en una negociación improvisada. Entre idas y venidas, Nat finalmente accedió, aunque con la condición de esperar seis meses antes de incorporarse, para dejar todo en orden y evitar una penalización excesiva por la ruptura del contrato.

Mi padre finalmente accedió, aunque no sin antes dar pelea. Al parecer, tanto él como Nat eran igual de tercos, y vaya que mi padre lo era. Incluso en el momento de despedirnos, siguió insistiendo, tratando de persuadirla con la idea de pagar la multa del contrato. Pero Nat se mantuvo firme en su negativa.




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