"¿Cómo es posible toda esta maldita coincidencia?" me repetía en mi cabeza mientras veía a mi esposa en la habitación, sobre la cama.
—¿Qué está pasando aquí, Mike? —exigió respuestas mi suegro, visiblemente alterado.
Mi suegro, evidentemente desconcertado por ver a su hija sedada, se quedó estupefacto al escucharla gritar, pidiendo que la dejaran ir por sus hijos. Su rostro reflejaba confusión ante la situación.
Mi padre estaba por hablar, ya que estaba llegando junto con mi suegro. Al igual que él, había visto la misma escena, pero, a diferencia de mi suegro, él entendió rápidamente lo que estaba ocurriendo.
—Padre, cálmate, por favor —pidió Ashley, con un tono de súplica.
—Yo te lo explicaré —dijo, llevándoselo hacia afuera de la habitación.
Yo me quedé sorprendido, observando cómo se alejaban. Miré a mi padre, buscando alguna señal de que había dicho algo, pero su expresión no mostraba nada. Él me miró igual, esperando saber si yo le había dicho algo. Finalmente, fue mi cuñada Magaly quien habló.
—Yo también sabía de este acuerdo que tenía el Sr. Scott con el imbécil de Christopher —dijo, molesta—. Lo escuché el día que fui a ver algún avance para recuperar a mi hermana. No dije nada y acepté ese acuerdo también, porque esa parecía la única forma de recuperarla —confesó, dejándonos impactados. —Al principio no estaba convencida, porque ese acuerdo implicaba que mi hermana tuviera hijos con ese lunático —continuó, su voz temblando de frustración— Por eso lo hablé con Ashley, quien concordó conmigo, pero era una oportunidad y no sabíamos cómo estaba mi hermana con ese lunático. Y si al final conseguían lo que querían y mi hermana continuaba en ese infierno, jamás nos íbamos a perdonar por no sacarla de allí, solo queríamos que terminara esa pesadilla y eso parecía lo único que podía liberarla — dijo con impotencia.
Mi suegro regresó con mi cuñada, visiblemente afectado por todo lo sucedido.
—Lo lamento, Peter. Yo fui quien aceptó ese acuerdo. Tenía que actuar rápido, porque temía, más que nada, que tu hija no tuviera tiempo —decía mi padre a mi suegro, con un tono de pesar.
—Entiendo, y si yo hubiera estado en tu lugar, habría hecho lo mismo —comprendió mi suegro—. Pero ahora debemos recuperar a mis nietos.
—Sí —concordé, dejando a todos sorprendidos—. Hablé con los abogados y ya han comenzado a trabajar —les avisé—. También le informé a mi abuelo sobre la situación, y antes de llegar al hospital, se volvió a Miami para obtener ayuda —les comenté.
Todos asintieron ante estas noticias.
—Me quedaré con mi esposa. ¿Podrían llevar a Aisha a casa, por favor? —pedí, preocupado.
—Sí, por supuesto —respondieron mis cuñadas.
—Padre, suegro, ¿podrían resguardarlas? —les pedí, con la esperanza de que se encargaran de ellas.
—Está bien, hijo —aceptó mi padre, y todos se marcharon.
—Todas las cosas de Aisha están en su pañalera —dije antes de que se fueran por completo.
—Sí, tengo todas sus cosas —respondió mi cuñada Magaly.
Por la tarde, casi al anochecer, mi esposa comenzó a moverse, un evidente signo de que estaba despertando. Abrió los ojos y, rápidamente, se fijó en mí.
—Nat —la llamé, mientras ella se sentaba en la cama.
—¿Dónde está Aisha? —preguntó, apenas se dio cuenta de que no estaba en la habitación.
—Se fue a casa —le avisé—. Pedí que la llevaran...
—¿Por qué? — me interrumpió — ¿Por qué aceptaste eso? — decía, con su voz adolorida—. ¿Por qué no me dijiste nada, Mike? —me reclamó, visiblemente alterada.
Podía ver el dolor reflejado en sus ojos y lo desconcertada que estaba.
—Lo lamento. Acepté eso porque era la única forma de que volvieras. Estaba desesperado, quería que salieras de ahí. Estabas viviendo un infierno y yo no podía hacer nada. Temía que, en algún punto, te cansaras de luchar y te rindieras —dije, con lágrimas en los ojos.
—Mike, son unos niños. ¿Intercambiaste mi vida por la de unos niños? ¿Acaso no ves la gravedad de tu decisión? ¡Son mis hijos, Mike! ¡Los que van a vivir un infierno desde ahora, y es posible que nunca conozcan la felicidad! ¡Son mis hijos! —me gritó, histérica.
Apreté los puños con impotencia. Un silencio abrumador se instaló entre nosotros. No sabía cómo defenderme... De hecho, no había ningún argumento que justificara todo esto.
Mi esposa se levantó abruptamente, desconectándose de todo.
—¿Qué crees que haces? —pregunté al verla ponerse de pie.
—¿Qué crees que hago? Voy por mi hija y después veré cómo recuperar a mis otros dos hijos —respondió, molesta.
No quería discutir con ella, así que solo la seguí. En el vestíbulo pedí que le dieran el alta, aunque al principio se negaron porque debía revisarla la ginecóloga. Pedí amablemente que la atendieran, y minutos después la revisaron. Todo estaba bien, así que le dieron el alta.
Durante el trayecto en auto hacia la casa, Nat permaneció en silencio, con la mirada perdida en la ventana.
Cuando llegamos, todos estaban allí. Mi esposa fue directo hacia Aisha, quien dormía en brazos de mi cuñada.
—Recién se durmió —le avisó mi cuñada.
—Hija —la llamó mi suegro, logrando que ella lo mirara—. Sé que estás consternada por todo lo que está pasando. Debe ser muy duro, y no me imagino cómo te sientes ahora mismo, pero quiero que sepas que todos aquí, sin excepción, haremos lo imposible por recuperar a mis nietos.
—Lo lamento, nuera, por aceptar ese acuerdo con Christopher —habló mi padre, sorprendiendo a mi esposa con sus palabras.
—¿Usted aceptó el acuerdo? —preguntó ella, confundida.
—Sí, fui yo quien lo aceptó —confesó mi padre—. Así que si quieres culpar a alguien por la decisión tomada, debes culparme a mí. Le conté a Mike sobre el acuerdo después de haberlo aceptado. Mi hijo no quería acceder porque sabía que, de por medio, habría niños. Sin embargo, yo ya lo había hecho. Y debo ser sincero, no tenía el poder suficiente para sacarte de ese lugar. Además, tú más que nadie sabes lo que realmente quería Christopher...
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Editado: 02.05.2025