La vida no puede ser perfecta... a menos que tú la hagas perfecta. Y eso es lo que hemos intentado hacer durante todos estos años. Junto a mi esposa, hemos atravesado más de un obstáculo. Esta vez no será la excepción. Volveremos a ganar la batalla, esta vez por nuestro pequeño guerrero: Kenny.
—¿Listo? —pregunta mi esposa, mientras se prepara para cambiarle el pañal a nuestro hijo.
—Sí —respondo con una determinación inquebrantable.
Hace aproximadamente seis meses nació nuestro cuarto hijo: Kenny Mike Scott Vélez. Su llegada fue tan planificada, tan deseada, que todo parecía indicar que sería un nacimiento perfecto. Pero, como suele pasar en nuestra familia, la perfección siempre viene acompañada de caos.
El día que Kenny decidió nacer, la mujer que llevaba nuestro bebé —sí, habíamos alquilado un vientre— nos llamó a las 9 de la mañana diciendo que tenía fuertes contracciones. Yo estaba en una reunión con el consejo, y mi esposa... bueno, ella estaba a punto de abordar un avión a Denver. Su hermana le había pedido ayuda para abrir una tienda de ropa y necesitaba su opinión para negociar el contrato de arrendamiento.
Mi esposa estaba literalmente a una persona de abordar el avión cuando recibió mi llamada. Sin pensarlo dos veces, dejó todo y se dirigió al hospital.
La labor de parto duró cerca de una hora. Una hora intensa, donde cada minuto se sentía eterno. Avisamos a toda la familia, y todos dejaron lo que estaban haciendo para ir al hospital. Incluso los que estaban lejos. Mi cuñada Magaly, en Denver. Mi suegro y mi padre, quienes se habían ido una semana antes a un viaje de negocios, inseparables como hermanos desde que mi papá le enseñó a mi suegro a dirigir una empresa.
La primera en llegar fue mi cuñada Ashley, con nuestros hijos. Había ido personalmente a sacarlos de la escuela porque quería que fueran los primeros en conocer a su hermanito. Creo firmemente que Kenny, en su infinita sabiduría de bebé, se adelantó a propósito para asegurarse de que Lucas, Emma y Aisha estuvieran presentes en su llegada.
Mis hijos estaban eufóricos. Mientras esperábamos, Ashley nos contaba entre risas cómo fue que los recogió: los gemelos salieron gritando que su hermanito estaba por nacer, y Aisha salió de su aula como si hubiera ganado otra vez el primer lugar en la clase.
No puedo negar que esas ocurrencias siempre nos hacen reír. Y, en parte, creo que es karma para mi esposa, porque según su padre, a su edad ella era incluso peor. Aunque, si me preguntan a mí... sigue siéndolo. Tiene una capacidad impresionante para sorprendernos con sus ideas locas, igual o más que nuestros hijos.
Debe ser un don de los Vélez: el don de hacer reír.
Cuando les dijimos a los niños que tendrían un nuevo hermanito, su reacción fue épica:
—Al fin. Quisiera que sea un niño, porque Lucas ya no es gracioso —dijo Aisha, cruzándose de brazos, con su seriedad teatral.
—También espero que sea niño —añadió Emma—. Porque Lucas ya pasó de moda. Y podremos vestirlo como un muñeco, porque Lucas no se deja.
—Yo también quiero que sea niño —intervino Lucas—. No soportaría tener otra hermana... aunque si lo es, tendré que llenarme de valor para sobrevivir.
Mi esposa y yo estuvimos a punto de reír, pero tuvimos que contenernos para reprenderlos suavemente. No queríamos que pensaran de esa forma.
En medio de tanta emoción, ninguno de los dos se dio cuenta de que no habíamos traído nada del bebé. Nada. Ni ropa, ni pañales, ni una manta. Cuando nació, Kenny estaba envuelto apenas en una sábana del hospital. Nuestra cuñada no tardó en regañarnos.
—¡Es increíble que se hayan olvidado! —nos reprendió con los brazos cruzados.
—Yo estaba yéndome a Denver —dijo mi esposa, en su defensa.
—Yo estaba en una reunión —agregué.
—Siempre con excusas. ¡Tuvieron como una hora para ir por sus cosas! —nos miró con los ojos entrecerrados—. ¿A qué hora llega la ropa? Porque mi sobrino sigue en una manta... y sus padres parecen dos adolescentes olvidadizos.
Así fue como llegó Kenny a nuestras vidas. Aunque su nacimiento nos tomó por sorpresa como si fuéramos padres primerizos otra vez, adoramos haber agrandado la familia. Desde entonces, los días han sido una mezcla de caos, risas, llanto, besos y pañales. Pero sobre todo, mucho amor.
—Ya terminamos... ya estás, mi amor —le habló dulcemente mi esposa a nuestro bebé mientras terminaba de cambiarle el pañal.
—Yo antes era tu amor —dije con una voz fingida de dolor, haciendo un puchero como si me hubieran roto el corazón.
—Tú eres mi amor más grande —se defendió, dejando un beso suave en mis labios.
Le sonreí como un tonto enamorado, viéndola con el mismo brillo con el que la miré la primera vez. Pero justo en ese instante especial, Kenny empezó a quejarse, buscando la atención exclusiva de su madre. Claro, como todo pequeño celoso en formación.
—Ya, mi amor... ¿tienes hambre? —preguntó ella mientras lo sostenía. Y como si bastara solo con su voz, Kenny se calmó de inmediato apenas ella le habló.
—¿Sabes? —dije, mirando a nuestro pequeño—. Yo conocí a tu madre antes que tú, pequeño glotón —añadí, riéndome mientras le hacía una mueca juguetona.
—Amor, en serio, tiene seis meses y ya estás peleando con él —se burló mi esposa, riendo.
—¡Pero míralo! Se está burlando. ¿Viste esa mueca? —le mostré a Kenny, que tenía una sonrisita burlona en su carita regordeta.
—¿Acaso Mike Scott está celoso de su mini copia? —dijo ella, aún riendo.
—Ese pequeño glotón cree que tiene ventaja porque se parece a mi, es adorable y tiene esos ojitos claros...
—Bueno —dijo ella, fingiendo dudar.
—¿En serio, amor? —fingí indignación mientras ponía otra vez mi mejor puchero.
—Deja de estar celoso de nuestro hijo y dime cómo vamos con la fiesta de cumpleaños de los niños —cambió de tema con astucia.
—Oh, sí... —respondí, rascándome la nuca nerviosamente.
#1959 en Novela romántica
#60 en Joven Adulto
giros inesperados, dramaamorpasiondolor, mentirasmanipulacionengaño
Editado: 02.05.2025