Entre Caballeros

Capítulo 5

Después de dejar a Raúl, Alexandria había ido a asearse. Era la mejor hora, ya que todos estaban en sus habitaciones alistándose para dormir. Mientras se lavaba la cara, sintió que algo no andaba bien, había demasiado silencio y de pronto tuvo la sensación de que alguien había invadido la mansión.

Esperó lo que pareció una eternidad por una señal o algún movimiento, su mirada fina en el gran espejo de enfrente. No escuchó nada. Sin embargo, el mal presentimiento no la abandonó. Salió de donde estaba y se dirigió a la habitación de Raúl nuevamente. Entró y lo vio dormido. No quiso molestarlo después de lo que le había costado descansar las últimas semanas y estaba a punto de retirarse, cuando le llegó el olor a sangre.

Se apresuró a encender una vela y fue cuando vio el líquido carmesí sobre las sábanas blancas.

-¡Raúl! - quiso gritar al correr a él, pero solo salió un gemido de su boca.

Inútiles fueron sus intentos al tratar de regresar a su mejor amigo a la vida. Mientras presionaba la herida desesperadamente y repetía su nombre intentando despertar a un joven ya muerto, Alexandria sintió un potente dolor en su rostro. Dio un grito ahogado sin dejar de presionar el cuello abierto. La agonía se esparció desde sus sienes hasta su quijada.

-No está bien, no está bien.

El dolor desapareció tan súbito como su manifestación y dio paso a un adormecimiento incómodo. Con el entumecimiento de su rostro, cuerpo y mente, Alexandria pareció dar paso a la aceptación de que el Peón frente a ella estaba muerto. Entendió que era su culpa de que Raúl hubiera perecido. Ella lo había hecho dormir con las palabras de la Ayuda, no sabía cómo, pero también había dejado inconsciente al resto de sus compañeros, por eso todo seguía en silencio. Excepto arriba, algo estaba sucediendo arriba; Claudio debía estar despierto, necesitaba ir con él pero sus manos se rehusaban a moverse de la herida de Raúl.

Creyó que nada la haría moverse hasta que escuchó los pasos del enemigo y se vio a sí misma alejándose lentamente de la cama. Se cubrió la boca para ahogar los gritos y gemidos que amenazaron con delatarla.

-Raúl- quiso gritar a través de sus mangas.

No tenía las energías para luchar. Sabía que quien fuera que se acercara la asesinaría igual de rápido que al resto de sus compañeros.

Entumecida, se dirigió a la chimenea, resignándose a su destino. De todas formas, ¿qué derecho tenía ella de sobrevivir si había condenado a los otros siete?

Los sollozos continuaron. Seguía sintiendo su cara adormecida y le comenzaba a doler la garganta.

El enemigo entró, pero ella no le dio la cara. Sería mejor si la matara de un golpe mientras estuviera de espaldas y no la viera llorar.

El golpe no vino.

Un horrible escalofrío recorrió todo su cuerpo al pensar en los siete Peones degollados todos como el primero. Y todo por su culpa.

¿Por qué Raúl se tuvo que quejar de insomnio esa noche? ¿Por qué ella había intentado el poder de la Ayuda y por qué el efecto había tenido tal magnitud? ¿Por qué el Imperio Negro había decidido atacar en ese preciso momento? Era como si el destino quería ver a los Peones masacrados. ¡¿Por qué?!

Hizo su pregunta cuando giró a ver a su atacante, creyendo que este la mataría si ella se revelaba. -¿Por qué? - seguía sin poder contener las lágrimas y todas las preguntas continuaron atropellando su mente,

Tras unos segundos notó que el otro no se movía.

Era un Caballero y la miraba de una forma como nadie lo había hecho antes, como si una máscara estuviera rompiéndose y él acaba de darse cuenta de que tenía un rostro propio debajo de ella.

Él bajó su espada y ella lo examinó con la mirada. Si no fuera por el uniforme gris, no lo reconocería como enemigo. Era un hombre. Un humano como ella, con su pasado, con sus luchas, con su sufrimiento. Su mirada no denotaba maldad, frialdad o indiferencia, al contrario, había una calidez de la que parecía que él mismo estaba descubriendo en ese instante.

Otro golpe que provino de arriba los sobresaltó a ambos y con el movimiento del Caballero, la luz reveló la sangre que cubría su espada. Fue lo que hizo reaccionar a Alexandria; justo cuando él giraba a verla de nuevo y antes de que él pudiera intentar algo, ella tomó el jarrón que había dejado sobre la chimenea y vació su contenido en el rostro de su enemigo.

 

 




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