Entre Caballeros

Capítulo 7

-La hallamos abrazando al Alfil, - La hija y heredera de la emperatriz de los Angelinos era alta e imponente, sus largas plumas verdes y rojas cubrían los suelos y las paredes de la habitación.

Era la mañana siguiente. El Alfil Ariadna había llegado a la Nación a encontrar los ocho cadáveres y a una Alexandria abrazando sus rodillas en uno de los aposentos de donde vivía la emperatriz y su familia.

La mirada de Alexandria estaba fija en los cuerpos inertes de sus compañeros. Claudio y Raúl habían sido puestos uno al lado del otro. No quería hacer contacto visual con Ariadna porque sabía que le haría la pregunta que le aterraba responder: ¿Por qué seguía con vida?. Algo mucho peor ingresó por la puerta. Bynner también había llegado.

-¿Raúl? - preguntó el padre con voz temblorosa que hizo a Alexandria estremecerse de pies a cabeza. - ¿Mi Raúl? - se acercó como si no creyera lo que veía. - ¿Mi niño? ¿Mi hijo? ¿Raúl? - repitió hasta llegar a la pálida cabeza de su hijo y estalló en llanto. - ¡Raúl! ¡Mi hijo, no! ¡¿Qué voy a hacer sin ti?! ¡Mi razón de existencia, no puede ser cierto!

La hija de la emperatriz intentó apaciguar al antiguo Caballero, susurrándole palabras de consuelo al oído, cubriéndolo con su plumaje y acariciando su melena mientras este no dejaba de sollozar.

Alexandria deseó desaparecer entre las hojas y plumas que le rodeaban. Dos visitantes más cruzaron la puerta: La vieja emperatriz y la Torre Grinberg, eran los únicos que no tenían expresiones de duelo. La emperatriz tenía un gesto de disgusto y Grinberg reflejaba una furia e indignación exorbitantes.

-Esto es inaudito, - dijo la emperatriz, sus plumas blancas y azules erizándose por su descontento y opacando a las de su hija. - ¡Nuestra nación es una de paz. Una noche pasan aquí los Guerreros y sucede esto! ¡Sangre en mi tierra y nueve de los míos, muertos! -

Los Guerreros no tenían nada que decir.

-Madre, por favor, esto no es culpa de ellos, - la hija aún sujetaba a Bynner llorando entre sus brazos.

-¡Por supuesto que sí! ¡Si no hubieran venido, nada de esto hubiera sucedido! ¡La nación de los Angelinos queda cerrado para cualquier Guerrero! Pongan un pie de vuelta aquí y significará guerra, ¡¿Entendido?!

-¡Madre!

La Torre Grinberg pareció no escucharla, con una mirada llena de ira evaluó la situación hasta que sus ojos se situaron sobre Alexandria, - ¡¿Y tú…?! - exclamó tirando bruscamente de su uniforme y obligándola a levantarse, - ¡¿Qué harás ahora?! - inquirió dejándola caer con otro movimiento rudo.

-¡Grinberg! - reprochó Ariadna. Él la ignoró.

Alexandria no despegaba su mirada del suelo. - Yo…

-Yo… yo… ¡¿Tú, qué?! - gritó alzando su voz y obligándola a ponerse de pie otra vez. - ¡¿Qué piensas hacer ahora?! - la sacudió con fuerza. - ¡Los dejaste morir! ¡¿y ahora piensas que sólo puedes sentarte a llorar?! ¡Sobre mi cadáver! ¡Acurrucarse en una esquina a gimotear no lo hace un Guerrero!

Tras su exclamación salió de la estancia casi arrastrándola detrás de él. Alexandria apenas podía seguir los enormes y rápidos pasos de la Torre. Tropezando con todo lo que encontraba, salieron de la protección de los Angelinos hasta llegar al campo.

Grinberg se plantó en medio y aún sujetándola viajaron hacia el interior del Imperio Negro.

-¿Qué es eso? - preguntó la hija de la emperatriz notando un pequeño bolso café en el suelo.

Ariadna lo recogió e informó tristemente, - es polvo de sueño.

-¿Por eso todos estaban dormidos? - inquirió con voz suave para que Bynner no la oyera. - ¿Utilizó eso?

Ariadna negó con la cabeza. - El polvo está intacto. Alexandria durmió a los siete Peones utilizando únicamente la Ayuda.

Las plumas se sacudieron ligeramente. - No sabía que algo así era posible.

-Tampoco yo. Es algo que ni Claudio ni yo hubiéramos podido hacer, - suspiró.

Alexandria no había estado en el Imperio Negro desde que era una niña, pero lo recordaba bien así que inmediatamente después de aterrizar se cubrió la boca pues la espesa y ácida niebla fue lo primero que los recibió. Ella supo que tenía que ponerse en cuatro y arrastrarse, la niebla flotaba a cierta distancia del suelo y en el espacio que había debajo, se podía respirar y ver un poco mejor.

Grinberg, cegado por su cólera, no fue afectado por esa niebla que podía derribar a un león. Tan furioso estaba, que pareció olvidarse por completo de que iba acompañado.

-¡Una Torre!

-¡Un Guerrero Blanco ha ingresado!

Las voces se escucharon sin que pudiera verse a nadie. Un Guerrero del Imperio Blanco en ese lugar atraía a enemigos como abejas al panal pues se creía que cualquiera que lograra aniquilarlo sería bienvenido a formar parte del ejército del Imperio Negro y la entrada de una Torre a un escaque nunca era algo sutil, así que Alexandria sabía que era cuestión de instantes antes de que se vieran rodeados por enemigos.

Grinberg le rugió a la nada. - ¡¿Dónde se encuentran, malditos cobardes?!

Los primeros individuos se hicieron ver, se trataba de un noseup y un zoomorfo con cara de hiena.

-¡No ustedes, estúpidos! - exclamó sujetando la cabeza del primero y estrellándola contra el suelo, luego utilizó el cuerpo desmayado para lanzarlo al zoomorfo y quitarlo del camino. - ¡No me interesan ustedes, inútiles! ¡¿Dónde están los malditos Guerrreros Negros?! - rugió una última vez antes de adentrarse a la niebla y dejando a Alexandria escondida sobre el suelo.

Ella supuso que Grinberg se dirigiría al coliseo en donde entrenaban exclusivamente los Guerreros Negros. No vio el punto en seguirlo. Ocultar la presencia para un Alfil era mucho más fácil y pronto se dio cuenta de que lo había logrado con éxito pues nadie se acercaba ni la buscaba.

Decidió salir de la niebla y esconderse dentro de unas ruinas. A lo lejos escuchaba a la Torre haciendo caos, destruyendo cosas y a seres que intentaban detenerlo. Los rugidos de Grinberg eran incesantes y cada vez más estruendosos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.