Entre Caballeros

Capítulo 8

Todo daba vueltas. Julian se sentó y eso hizo las cosas mucho peor.

-Debo levantarme.

Con dificultad dejó su cama, apenas notando los vendajes ensangrentados en el suelo. Buscó su espada y al encontrarla, inspeccionó su reflejo con ella.

Las cicatrices eran horrendas, pero para él eran lo de menos; la piel era prueba de que la presencia de la Peón no había sido producto de su imaginación como lo había creído en un principio. Ella había estado ahí, frente a él, observándolo, quitándole los vendajes y proveyéndole la cura.

Se sentó y recordó su pequeña figura frente a él, su cabello oscuro, su rostro impasible. Por más que pensaba en ello, no lograba descifrar el enigma que ella representaba. No lucía enojada. Pudo haberlo asesinado fácilmente sin que él moviera un dedo para evitarlo, así como había hecho él con sus amigos, pero en lugar de eso, ella lo había curado. Todo representaba una intriga incomprensible.

-¿De dónde sacaste cicatrizante? - preguntó un Peón recostado en la orilla de la puerta. Su nombre era Lince, un discípulo de Alfil quien Julian siempre había despreciado. Había algo en su comportamiento que lo hacía desagradable hasta para un Guerrero Negro y no tenía nada que ver con que siempre llevara puesta una máscara cuyas costuras se asemejaban al animal del que había tomado el nombre.

El Caballero no respondió y comenzó a ponerse su uniforme.

-La Reina no está contenta contigo - Lince jugaba con una daga, tocando el mango y la punta con uno de sus dedos y la hacía girar entre ellos, - dice que fuiste un completo inútil. Pero en mi opinión, eliminar a siete Peones a la vez no es poca cosa. El Imperio Blanco se ha quedado con tres Guerreros. Tu hazaña ha pasado a la historia.

Julian hizo una mueca. A su mente vino la sensación de cortar aquellos cuellos como si la piel hubiera estado hecha de mantequilla. ¿Qué hazaña?

-Y también la hazaña de la Torre. - Julian lo miró. - Me sorprende que no te haya despertado el jaleo. La Torre Blanca vino aquí, estaba furioso por lo que le hicimos a sus compañeros y por sí solo destruyó dos de nuestros edificios más prominentes: el coliseo de entrenamiento y el coliseo de pruebas. Mató a 34 habitantes.

-¿Algún Guerrero?

-No, - repuso con complacencia en su voz, - Jairo, Ingus y la Reina lo lograron sacar.

-Tres Guerreros contra uno.

Lince se encogió de hombros. -Y tú contra ocho.

No, pensó Julian. Solo contra una.

 

 




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