Entre Caballeros

Capítulo 23

La muerte de Rhena pasó a formar uno de tantos secretos entre Alexandria y el Caballero. Ella no le confiaba su situación a nadie, mucho menos a las Piezas Mayores pues ella misma no sabía qué pensar de la forma en que se estaban dando las cosas.

Decidió tomarse un pequeño respiro, después de todo ya no había nada nuevo qué hacer en el escaque Noscivo. Aún no lograba descifrar la segunda palabra de la lista en la que supuestamente daba la localización de la segunda joya, entonces cualquier mundo en el que intentara buscarla, daría lo mismo.

Alexandria se preparó para un nuevo viaje, queriendo ignorar su sentimiento de inquietud al preguntarse si el Caballero la seguiría. Mientras se alistaba para partir al mundo de los Torombos, pensó en ponerse su uniforme, recordando la mala experiencia que había tenido con los Cangrejos oscuros.

Al extraer la tela beige del lugar donde lo guardaba, de inmediato se le vino a la mente la sangre de Raúl manchando su ropa. Sacudiendo su cabeza, volvió a ocultar la tela y optó por ropajes grises y café sobre su cuerpo, que ya estaba casi recuperado. Al último instante, decidió llevarse únicamente la capa de su uniforme.

Los Torombos se ubicaban en la sexta casilla de la sección Ceillia. Era un mundo en donde la población se dividía en dos tipos: individuos muy bajos de estatura e individuos muy altos, todos regordetes. Ver a uno con la altura de un humano promedio era algo inusual y por lo regular, esos seres eran destinados a trabajar en los circos locales. Alexandria caminaba, mientras era ojeada con desdén y con desprecio.

Los enanos y los colosos del lugar vivían pacíficamente en su mayoría, tomando los colosos el rol de protectores. Pero habían unos, que eran los más grandes, que causaban muchos problemas a los enanos; estos eran tan problemáticos que eran puestos en prisión de inmediato, a no ser que lograran escapar, entonces vagaban en las afueras del pueblo evitando ser capturados.

Alexandría se paseaba, admirando la diferencia de construcciones. La mayoría de edificios le llegaban a la cintura y unos pocos daban suficiente espacio para que un elefante entrara. A veces encontraba casas cuya entrada era grande y las habitaciones que les correspondía a los enanos eran de los tamaños de ellos, lo cual hacía un curioso contraste en un mismo edificio. Los grandes habitantes eran la minoría, por lo que la mayor parte de construcciones estaban hechas para la comodidad de los enanos.

Alexandria escuchó música a lo alto, que provenía de un costado del pueblo. Se dirigió hacia el lugar, viendo un par de enormes construcciones dentro de las cuales se podían divisar a diferentes enanos tocando instrumentos musicales peculiares, semejantes a tambores, panderetas y guitarras; por la forma de las construcciones, estas hacían eco, transmitiendo el sonido más allá de los bosques. Los enanos tocaban los instrumentos con un entusiasmo inigualable como si fuera la fiesta del año, agitando sus barrigas sin cesar, todos al mismo ritmo, creando música deseable para bailar.

Sin embargo, no era una fiesta ni un festival lo que estaba tomando lugar sino una clase de evento deportivo. Los colosos estaban formados en distintos grupos haciendo competencias de distinta índole.

-¿Lo entiendes? - le preguntó un enano con su voz chillona. Uno de los pocos que no se alejaron cuando Alexandria se acercó para ver mejor.

Ella estudió el campo con largas divisiones que terminaban donde comenzaba el bosque. Los colosos estaban preparando unos discos gruesos hechos de metal. - Deben lanzar los discos. Quien los lance más lejos, gana.

-Casi, pero no exacto. ¡Mira!

Los colosos tomaron su posición, uno al lado de otro, algunos sonrientes y otros con el entrecejo fruncido; afirmando sus pasos sobre el suelo, todos miraban en dirección al bosque y ante la indicación de un árbitro lanzaron sus discos. Éstos volaron a gran velocidad, algunos quedaron en medio del campo, los que habían lanzado esos, exclamaron de frustración y se reprocharon entre ellos. Otros discos siguieron firmes en su vuelo hasta llegar al bosque, habían sido lanzados con tanta fuerza que cuando impactaron contra el tronco del primer árbol se enterraron en él. Cuando esto sucedía, los colosos y enanos del público aclamaban con emoción. Un disco atravesó el árbol contra el que impactó haciéndolo caer en el acto, creando gritos y vitoreos ensordecedores.

Las demás competencias fueron parecidas, a veces eran en equipos, otras eran individuales pero siempre era para comprobar la fuerza y resistencia de los colosos, no tanto agilidad ni rapidez.

Dos fueron los que tomaron la delantera en cuanto a sus victorias. Un hombre y una mujer. Ambos con rostros feroces y competitivos.

-¡¿Es lo mejor que puedes hacer, huh?! - preguntaba la mujer. Era enorme, con extremidades y cuello gruesos, su pelo era corto y parecía hecho de paja.

Molesto, el hombre no respondió y se concentró en la siguiente competencia la cual era una de lanzamiento de jabalinas.

Siguió el enfrentamiento entre ambos en todas las competencias. Hubo una en la que fueron los únicos que lograron pasarla con éxito, consistía en encerrarse en un cubo lleno de agua, hechos de cristales resistentes y sellado con una cerradura enorme. La tarea era salir a puñetazos ya fuera rompiendo el vidrio o desprendiendo la cerradura. Ninguno de los demás colosos lograron salir y tuvieron que hacer señales en modo de rendición.

-¿No hay competencia de enanos? - le preguntó Alexandria al que estaba a su lado.

-¡Esas son una semana diferente! - gritó para hacerse oír. - ¡En la estación café! ¡Pero la verdad es que preferimos la música y ver las competencias de los colosos! ¡¿Quién crees que ganará!

-El hombre, - fue su respuesta. El hombre era más grande y había aventajado a la mujer en un par de eventos.

Y así fue.




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