Entre Caballeros

Capítulo 26

-No creí lo que Lince sospechaba de ti, pero ya veo que tenía razón. - Jairo los contemplaba de lo más tranquilo y se acercaba como si estuviera paseando. Sus ojos denotaban verdadera sorpresa y cautelo.

Julian no deseaba pelear con su compañero, mas su primer instinto fue colocarse en frente de Alexandria para protegerla. Jairo era un Alfil Negro y Alexandria era un Peón; a pesar de que había podido sobrevivir a Troak, dudaba mucho de que los otros dos Guerreros Blancos aparecieran en ese momento para salvarla.

Jairo en ningún momento desvió su mirada del Caballero. Aunque era el tema central, actuaba como si Alexandria se hubiera ido después de que él los viera juntos.

-Es… un juego peligroso el que estás jugando… ¿Si es un juego?

Julian no dudó en responder. - No.

Sintió a Alexandra tomarlo ligeramente de la capa, intentando apartarlo de su camino. Es capaz de enfrentar al Alfil, pensó él decidido a no dejar que luchasen entre ellos.

Ante la negativa recibida, Jairo palideció y sin querer creerlo, prosiguió: - No es la primera vez que una persona del Imperio Blanco y una del Imperio Negro tienen una aventurilla… El Caballero Bynner….

-No es una aventura. No estoy jugando con ella.

Jairo negó con la cabeza. -Julian eres un Caballero extraordinario. Fuiste parte de la última victoria del Imperio Negro y mataste a siete de los ocho Peones de una generación. ¿De verdad quieres dejar de ser Guerrero… dejarás de luchar solo porque crees estar enamorado?

Julian permaneció en silencio, aferrando el mango de su espada, no sintió necesidad de dar explicaciones.

-¡¿Por qué?! ¡¿Por ella?! ¿Qué creerás que sucederá? Dime. Piensas que tendrás, ¿qué? ¿una relación con ella hasta la próxima Guerra? ¿y luego? ¿o tal vez tienes la esperanza de que ahora te convertirás mágicamente en un Guerrero Blanco, que te dejarán sentarte con ellos mientras portas las marcas de la traición? ¡Ridículo! ¡¿Sabes qué te espera si sigues con esto?! ¡Exilio! ¡Es todo lo que recibirás! ¡Exilio, vergüenza, desprecio por todas partes y arrepentimiento! ¡No sabes lo que haces! No sabes lo que haces, - repitió más tranquilo. - Pero yo evitaré que suceda.

-Jairo… - El tono de Julian era de advertencia. - No lo hagas. Ignora lo que viste y vete.

Jairo pareció no escucharlo. - Tú eres la culpable - meditó mirando a Alexandria directamente por primera vez. - Si tú no estás, estoy seguro que recapacitará. - Dio un paso al frente.

El caballo relinchó presintiendo una amenaza y Julian sintió la piel de sus brazos erizarse al desenvainar su espada. - Escúchame, - dijo aún queriendo hacer entrar al Alfil en razón. - No dejaré que la lastimes.

-No puedes alzar la mano contra mí, - Jairo dio otro paso, - sería traición inmediata. Estás a tiempo de retroceder.

Julian se mantuvo firme, pero se abstuvo de atacar. Si hubiera sido una Torre u otro Caballero quien lo retara, ambos atacarían sin pensarlo dos veces. No obstante, atacar de frente a un Alfil era algo extremadamente imprudente. Sintió a Alexandria dar otro pequeño tirón, la miró de soslayo.

-Yo puedo pelear - susurró.

-No lo hagas, - repuso él en el mismo tono. - Déjame a mí solucionar esto, es algo que tengo que hacer.

Ella lo miró por unos segundos hasta que asintió.

Jairo no era alguien a quien debía subestimar, menos cuando estaba tan furioso.

-Última vez. Te daré una última oportunidad. Julian, matemos a ese Peón, regresemos al Imperio Negro y todo seguirá como hasta ahora. Eres inteligente, yo sé que no dejarás que esto sea un obstáculo en tu misión como Guerrero.

-Jairo, vete.

Los ojos del Alfil parecieron destellar relámpagos. - Te haré un favor cuando te mate, entonces. Porque si sobrevives, créeme que tu vida y tu fin serán mucho peores.

Se abalanzó contra él y por tratarse de un Alfil, Julian lo dejó hacer el primer movimiento.

-¡”Aqan”! - exclamó Jairo cuando le dio una fuerte patada.

Julian fue lanzado hacia el agua, justo dentro de un remolino, antes de que atravesara hacia el otro lado, Jairó bramó: -¡”Nuk’ik”! - y los torbellinos se unieron para hacer uno gigante.

El Caballero fue arrastrado por el agua mientras luchaba contra la corriente, sin poder ir hacia abajo y con dificultad en mantener su rostro arriba para poder respirar.

-¡Julian! - exclamó Alexandria y quiso ir hacia él. Cuando Jairo la miró, el caballo negro se interpuso en el camino y la empujó hacia atrás como si supiera los deseos de su amo.

Jairo entonces introdujo sus manos en el remolino, - ¡”Q’ankyaq”! - gritó y corrientes eléctricas se originaron desde donde estaba y se deslizaron como anguilas en el agua hasta tocar y morder al Caballero. Julian rechinó los dientes e hizo una mueca de dolor, todo su cuerpo se tensó por la agonía.

Gruñó a lo alto mientras intentaba impedir que sus extremidades se retorcieran. Jamás liberó su agarre de la espada y aprovechó un momento en que el remolino lo acercó al Alfil, enterró su espada en la tierra, con un movimiento tomó a Jairo y lo aventó al agua también.

Las corrientes eléctricas desaparecieron, el remolino se redujo de tamaño y ambos Guerreros fueron trasladados hacia las cavernas de abajo.

Jairo aterrizó de golpe sobre la arena, Julian a unos metros de él. Asustados por la conmoción, los Purries huyeron chillando por todos lados.

El Alfil se incorporó dando gruñidos. Julian aún sentía su cuerpo entumecido y tardó más en tener el control de sus miembros.

-¡”Tz’awen”! - exclamó Jairo, la arena debajo de Julian se alzó en una punta aguda y lo atravesó en el hombro justo cuando éste se levantaba.

El Caballero gritó al sentir un dolor paralizante en el lado izquierdo de su pecho y brazo. A pesar de esa rigidez, obligó a sus piernas a moverse y Jairo introdujo otro trozo de arena unida en su hombro derecho. Julian había avanzado lo suficiente para alzar su espada y ondearla, haciendo un corte profundo en la pierna del Alfil. Jairo dio un grito ahogado y retrocedió, intentó cubrir su herida, pero la sangre comenzó a brotar antes de que él pudiera evitarlo.




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