~Arsinoe.
Me encuentro caminando en un bosque oscuro, cubierto por la niebla. Por un momento pienso que se trata del bosque que rodea la zona oscura, pero no es así, los árboles muertos, cuyos troncos son tan negros como el carbón. Carentes de toda vida o señales de que alguna vez hubo una. Sus ramas se retuercen en macabras formas, similares a manos que señalan a diferentes puntos de donde me encuentro.
Miro a mi alrededor, no hay nada, ni un solo sonido, ni un solo animal... Solo yo y la soledad que asola este sitio.
Doy un paso y mi bota se hunde en el fango, salvo que no es fango.
Pronto comienzo a hundirme más, hasta mis rodillas y luego hasta los muslos. Intento luchar pero entre más lo hago más me sumerjo. Trato de sostenerme de algo, lo que sea, pero no hay nada.
Siento que algo me arrastra desde el interior del lodo. Me sostiene y desgarra la piel de mis piernas. Suelto un grito de dolor y entonces veo algo entre la niebla.
Alguien me mira a unos pocos metros y en cuanto la bruma se dispersa lo suficiente como para dejarme ver de quién se trata, libero el agarre de mis manos.
Soy yo, o más bien, una parte de mí. Esa variante oscura que creé para refugiarme, la verdadera Bloody Princess.
Me mira con frialdad, con esos ojos rojos y brillantes. Ardientes.
Así es como los demás me perciben, así es como realmente me veo: vacía, peligrosa... Solitaria.
Por un momento pienso en dejar de luchar, de aferrarme a lo que sea que me esté aferrando, permitir que las criaturas continuen desgarrando mis entrañas y dejar al barro seguir cubriendo mi cuello.
Doy un último vistazo a mi oscuridad, su sonrisa y su mirada victoriosa. Ganó otra vez. Bloody Princess siempre obtiene lo que quiere.
Siempre.
El lodo comienza a cubrir mi barbilla y después mis mejillas. Hago un esfuerzo y libero un brazo levantándolo hacía el cielo y doy una gran bocanada de aire.
Entonces despierto.
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Es Stephan quien sostiene mi mano y lo primero que veo cuando mi vista se aclara.
—Gracias a la luna. —su voz aliviada—. Empezaba a considerar meterme a tu cabeza, para asegurarme de que no estuvieras en problemas.
—Sabes qué odio que hagas eso.
—Por eso mismo, eso me daba una oportunidad de que despertaras y me patearas el trasero.
—¿Cuánto tiempo... Llevo inconsciente? —me apoyo en los codos para levantarme un poco.
—Dos días.
Me desestabilizo y me ahogo con mi propia saliva, tosiendo.
—¡¿Dos días?! — Stephan ahoga una risa y le doy un golpe en el brazo—. Eso no es gracioso, idiota.
—Para mí si. Relájate, solo fueron un par de horas. Yo desperté casi al momento, pero que tú no lo hicieras me preocupó.
Me permito analizar el lugar en el que estamos. Una ventana con vista al lago, un ropero de madera y un taburete con un vaso de agua a un costado de la cama.
—Es la habitación de Ezra —dice Stephan, como si pudiera leer mis pensamientos—. Insistió en que descansaras aquí.
Me ofrece el vaso con agua y bebo. Siento un extraño sabor en cuanto se desliza por mi garganta. Como si acabara de tragar tierra.
—La herida no era pequeña. ¿Quién te lastimó? Ezra habló de un hombre alto. Acaso fue... —no termina la frase, su mirada palidece cuando yo asiento ante su conclusión.
—Caius me encontró.
Se pone de pie y se acerca a la ventana.
—No tiene sentido. Mis mensajes los han estado guiando hacía el lado contrario. ¿Cómo diablos lo hizo? Sólo yo puedo sentirte, él no comparte nuestro lazo. —chasquea los dientes—. Debemos irnos antes de que regrese.
—No lo hará. —agrego.
—¿Cómo estás tan segura?
—No era Caius.
—¿A qué te refieres?
Mi mirada fija en la madera del suelo bajo mis pies. La tenue sombra de Stephan se proyecta hacía mí.
—No sé cómo explicarlo, pero no era Caius. Se veía y hablaba igual, pero no era él.
Stephan parpadea tratando de entender, buscando una interpretación a mis palabras. Pero ni siquiera yo sé a qué me refiero.
Había algo diferente, una extraña sensación que me rodeaba acerca de él. Stephan se cruza de brazos y suspira para después acercarse y sentarse en la cama, a un lado mío.
—Sea lo que sea, lo resolveremos después. Ahora, vayamos con los demás. Están preocupados por ti.
Toma mi mano suavemente antes de levantarse y arrodillarse frente a mí para ponerme las botas.
Sonrío levemente, siempre fue así: atento, servicial, amable. Stephan era el único en la familia que me veía como más que sólo un arma, me veía como a una persona. Siempre cuidándome.
Ver las cicatrices de su cuerpo me hacen sentir culpable, principalmente por ser la causante de la mayoría de ellas.
—Lo lamento... —musito y él se detiene un momento de amarrar mis agujetas.
—No fue tu culpa —responde. La cabeza gacha—. Impediste que mataran al cazador.
—Pero resultaste herido también.
—Por favor Noe. Sabes que he recibido heridas mucho peores —sus ojos se deslizan rápidamente por mi abdomen—. Además, ya no están. Emily nos salvó la vida a ambos.
Emily... La hermana de Ezra, cuya aura es dañina para Stephan.
—¿No piensas hablar con ella?
—No. —su voz seca—. No tiene caso hacerlo.
—¿Piensas evitarla todo el tiempo?
—Si es posible.
Se pone de pie y me extiende una mano. Su media sonrisa me indica que no siga hablando del tema. Le duele.
Abajo, la casa está en silencio. Todos están en el exterior.
Luthien se encuentra sentada en los escalones de la entrada, con la mirada hacia el lago. Se gira para vernos en cuanto salimos.
—¡Pero que sorpresa! Ya despertó la princesa.
Su sonrisa sarcástica me hace fruncir levemente el ceño, camino al frente y bajo un escalón. Siento la ligera brisa fresca en mi rostro.
—¿Que tal estuvo tu siesta? —Luthien se recarga en sus palmas —los codos sobre las rodillas—.
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Editado: 17.01.2025