Entre ceja y ceja

Capítulo 3

Después de descubrir que Farah era hija de Joseph Ward y que, además, trabajaría con ella, Rhett se sintió ansioso de empezar a acercarse. Necesitaba conocerla, para así poder planificar el próximo paso a dar. Sabía cómo atraer a las mujeres, enamorarlas, y conseguir que hicieran todo lo que él deseaba. Así que se apresuró a llegar a la oficina de su colega, donde la encontró junto a su asistente.

Las observó por un momento, Farah sonreía sin percatarse de que él la miraba. Le pareció que tenía una expresión cercana y cordial. No lucía pretenciosa, a diferencia de él.

Erin le salió al encuentro y lo atendió con amabilidad.

—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle?

—Buenas tardes. Necesito hablar con la señorita Ward. Soy Rhett Butler, el nuevo socio de la firma.

—Por supuesto. Con gusto lo anunciaré…

Erin hizo lo acostumbrado.

—Amiga… Me he tomado el tiempo de dejar al caballero esperando allá afuera, para venir a decirte que, el papacito más bello que veremos hoy, está esperando en tu puerta. ¿Qué tal?

—¿Será muy pronto para que me hale el cabello? — dijo Farah, quien no pudo soportar la risa. Erin tuvo la fortuna de estar de espaldas, y no disimuló sus muecas.

—Definitivamente, es muy pronto —agregó sagaz.

—Por supuesto que lo voy a atender. Dile que pase. Ya me imagino de lo que vino a hablar tu papacito.

—¿Mío?

—Nuestro pues…

—Así se habla, amiga —replicó Erin.

 Una vez que Rhett se presentó en la puerta de la oficina, se sintió la tensión en el aire. Él entró y Farah lo observó con seriedad, disimulando el torbellino que la agitaba por dentro, pero ninguno dijo algo. Por unos segundos, cargados de mutismo, intercambiaron miradas inquisitorias con muchos mensajes detrás; hasta que él rompió el silencio.

—Señorita Ward… —Extendió la mano hacia ella—. No hemos tenido la oportunidad de presentarnos apropiadamente. Es un placer conocerla. ¿Puedo decirte Farah a secas?

Ella se levantó y estrechó su mano; procuró hacerlo con firmeza para demostrar seguridad. Sintió que el corazón se le aceleró alocado al sentir el tibio roce de aquella piel, mas debía guardar la compostura. Fue cierto lo que dijo Erin; no todos los días se conocía a un hombre así, y menos se trabajaba con él.

—Es un placer conocerte —respondió ella y soltó la mano del nuevo socio con apuro—. Claro que puedes llamarme Farah. Y asumo que puedo decirte solo Rhett. —Él asintió y sonrió. Farah lo dejó de mirar con rapidez, esa sonrisa la encendía, y añadió sin alzar los ojos—: Sobre lo que pasó en la reunión… Es que… trabajo sola, Rhett… —Volvió a sentarse—. Espero lo entiendas, no es algo personal. Quería pedirte que me dejes trabajar sola. No te preocupes que nada diré a mi padre.

Él ladeó una sonrisa y contestó con aplomo:

—Eso no pasará. Lo siento… Tu padre me entregó una responsabilidad y la cumpliré. Te gusté o no.

Farah sonrió. Rhett se fijó en sus carnosos labios rojos. Se veían bien y generaban sensaciones que no esperó, así como la seguridad que ella demostró.

—Ah, una responsabilidad… ¿Qué te pidió mi papá? ¿Qué me cuidarás? No necesito un guardaespaldas. Y estoy segura de que eres capaz de trabajar en algo más complejo y entretenido.

—En eso no te equivocas. Ya puedo anticipar que trabajar contigo será entretenido.

De golpe y sin esperarlo, una nerviosa joven de aspecto desgarbado interrumpió la conversación de Farah y Rhett.

—¡Disculpe, pero no puede entrar así! —exclamó Erin detrás de ella, pues intentó detenerla.

—Por favor, por favor, se lo ruego —dijo la extraña mujer que unió las manos a manera de ruego—. Solo permítame decir algo y, si no le interesa, me iré.

Farah levantó un poco la mano, como pidiéndole a Erin que la dejara pasar.

La mujer lucía angustiada, avergonzada, y volteaba para ver si la observaban.

—Discúlpeme, por favor. No suelo hacer estas cosas, pero estoy desesperada —Volvió a dirigirse a Farah.

La abogada notó la genuina angustia en los ojos de la joven y sintió compasión. Por lo que se levantó de la silla y se acercó. Puso sus manos sobre sus hombros y frotó sus antebrazos, calmándola.

Rhett analizó los movimientos de su colega y esa expresión amable y comprensiva que solo había visto pocas veces antes en la gente, jamás en abogados.

—Siéntese aquí. ¿Desea un té? Acéptelo, por favor, puede ayudarla a no sentirse tan agitada. —La mujer asintió—. Erin… —ordenó Farah con tranquilidad—: Tráele un té de manzanilla a la dama, por favor.

—Gracias —respondió la joven, sentándose y mostrándose más tranquila—. Me hablaron de usted en la oficina de ayuda legal, aunque mencionaron que no debía decir eso. Obviamente, lo acabo de recordar. —Mostró una expresión como recriminándose—. ¿Usted es la abogada de las causas perdidas? La vi en un video en YouTube.

—Eh… Bueno… —balbuceó Farah—. No sé si se refieren a mí con eso de las causas perdidas, pero puedo escucharla y ver si puedo ayudarla en algo.




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