Entre ceja y ceja

Capítulo 5

—Que entres, te dije… —farfulló Rhett, en tanto caminaba hacia el lado del conductor. Y apenas se sentó frente al volante, Farah estalló:

—¡¿Cómo te atreves?! —Tomó su cartera y la agitó contra él. Él se protegió—. ¡Bruto! ¡Animal!

Rhett tomó el bolso, y usando toda su fuerza, lo colocó sobre las piernas de Farah y lo sostuvo allí. Ella intentó levantarlo y no pudo. El pecho de Farah subía y bajada por su respiración agitada. Los tonos rojos colorearon su piel al sentir un encendido enojo. Sus ojos se enfocaron en los de él y, en silencio, se dio una batalla de miradas.

—Cálmate —dijo él con voz tranquila.

—¡Eso es lo peor que le puedes decir a alguien que está molesto! ¡Esto no te lo permito! ¡No!, ¡no!, y ¡no! ¡Déjame salir! No puedes tratarme así. Te voy a denunciar. No conoces a los Ward…

—Ah no… En eso te equivocas, mujercita. Conozco muy bien a los Ward y sé de lo que son capaces.

Él se detuvo en el acto al meditar en lo que acababa de decir. La ira lo llevó a ser imprudente. No podía revelar nada de lo que sentía o planeaba.

Farah quedó ceñuda y sorprendida por lo que dijo Rhett. Aquel comentario no pasaría desapercibido para la ávida mente de esta abogada. Él escondía algo y ella siempre lo sospechó. Farah prefirió controlarse. No conseguiría desenmascararlo gritándole. Así, se cruzó de brazos en una clara expresión de enojo y calló. Quería propinarle una cachetada, tomar el volante y chocar ese lujoso auto contra un árbol, pero no valía la pena, había otras formas de molestarlo.

—Farah… —Intentó explicar con voz suavizada—. Discúlpame… Es que en estas cárceles ocurren situaciones inesperadas, motines. No es prudente venir sola a un lugar como este, pero no me escuchas.

Ella se fue calmando y contestó:

—Soy una chica a prueba de balas.

Él no entendió el comentario. Farah tenía una razón para decirlo, mas lo reservaría para luego.

—Me tienes fastidiado con esas respuestas. ¿Acaso todo es un chiste para ti? ¿Cómo que a prueba de balas? Nadie es a prueba de balas. Eres… (Iba a decir “inmadura”, pero lo calló). Parece que quieres llevarme la contraria a cualquier precio y, cansas. ¿Lo sabías?

A Rhett le molestaba como se mostraba tan relajada después de la discusión que tuvieron.

—Tu padre me dijo que debía cuidarte. Ya me comentó que eres temeraria, y sin duda es así, pero a mí no me tienes que estar demostrando nada. Tus complejos guárdalos para ti.

«¿Temeraria?», se preguntó Farah en pensamientos. De hecho, no le desagradó que su padre la describiera de ese modo. Y sonrió por lo bajo, un poco más tranquila.

—Creo que mejor te controlas, Rhett, porque te estás propasando. No has hecho nada más que excederte conmigo. Solo con decir lo que me has hecho hoy, te metería en un gran problema.

—¿Es eso una amenaza?

—Es un hecho, que es distinto. El que se tiene que calmar aquí, eres tú. Y debiste hacerlo hace unas dos horas atrás. No tengo ningún complejo. —Mintió. Ella tenía claro que siempre quería demostrar lo capaz que era, igual de buena que los demás destacados abogados—. ¿Quieres trabajar conmigo en este caso también?… Perfecto. Lo haremos.

Ella vio como una oportunidad la insistencia de Rhett. Mantenerlo cerca le permitiría descubrir si tenía otras intenciones con el bufete o su padre, y más después de lo que dijo respecto a conocer a su familia. Debía ser más inteligente y adelantársele.

Rhett respiró unas cuantas veces, en tanto manejaba. Era cierto; él estalló de forma indebida. También lo confundió el brusco cambio de Farah y su autocontrol.

—Otra cosa… —añadió la joven. No soy mujercita, soy una mujerona o un mujerón; si vamos al caso. Mírame… Soy una plus size —señaló su cuerpo—. Es bastante obvio.

De nuevo, Rhett tuvo que contener las ganas de reír, pero controló su reacción como el experto camaleónico que era.

—Decirte mujerón, sería un cumplido, y no… No te lo mereces. Así que te quedas como “mujercita” —replicó él con rapidez.

—No me importa que no lo admitas. Puedo ser varias cosas, terca, temeraria, como dijiste, pero nunca mujercita. Además, a ti tampoco te queda el apodo de “papacito bello”. No eres más que un impaciente enojón.

Rhett no lograba dominarla ni vencerla. Ella cedía, pero en el fondo de sus palabras se sentía un dejo de rebeldía que se quedaba clavado como una espinita en la piel y molestaba de vez en cuando.

—¿Papacito bello? ¿Quién me dice papacito bello? ¿Tú? —Quedó desconcertado por la sinceridad de Farah.

—Ya quisieras, Rhett.

Él carcajeó. No entendía cómo habían llegado de una cosa a la otra.

—En la oficina… —explicó Farah—. Allí te dicen “papacito bello”. Pero se equivocan… Les daré unos meses conociendo tu mal genio y ese apodo quedará en el olvido.

El regreso se desarrolló en silencio. Rhett se sintió un poco desencajado. Las cosas no se habían desarrollado con Farah de la forma en que esperó; sin embargo, tampoco había sido tan malo. Parecía que su compañera era experta en dejar las cosas a un lado y continuar. La observó, en tanto esperaba que el semáforo cambiara a verde, absorta en el celular, y se preguntó qué cosas la habrían obligado a ser así.




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