Entre ceja y ceja

Capítulo 7

A la mañana siguiente, Farah conversaba con Erin en su oficina.

—Ayer te andaba buscando el papacito. Qué hombre más persistente cuando se le mete algo en la cabeza —comentó Erin. Y luego, añadió con perspicacia—: Aunque admito que me encantó cuando se acercó y me amenazó.

—Sonaste de lo más cachonda —dijo Farah, riendo—. Ah, sí. Se llegó hasta la cárcel y despachó a mi chofer. Estaba molesta, porque se tomó atribuciones que no le corresponden. Ahora anda que tiene que protegerme, porque mi papá se lo pidió y demás. Lo cierto es que tengo guardaespaldas sin haberlo pedido.

—Ah bueno… No que querías que te protegieran y te cuidaran. Allí tienes a tu guardaespaldas. ¡Y qué guardaespaldas!

—Pues sí, quién me manda a andar hablando de más. Bien dice el dicho: “Ten cuidado con lo que deseas”. Pues si se va a cumplir mi lista de peticiones, solo falta que me hale el cabello —Y ambas carcajearon nada más de imaginarlo.

—Ahora cachonda sonaste tú.

—En fin… Discutimos en el estacionamiento, pero ya sabes cómo soy, no me gusta estar peleando, y no le iba a permitir ganar esa mano. Así que le di un vuelco al asunto con mis bromas, y listo, nos calmamos.

—¡Sí! Tu primera pelea con el Espartaco. ¡Qué emoción! —Erin la tomó de las manos.

—No fue agradable. Él fue grosero, prepotente, pero yo también me burlé de él. En fin… Creo que debo disculparme y no me importa si él no lo hace.

—Pues aquí está la copia del expediente que contiene el caso —comentó su asistente con picardía—. Esta es tu excusa para acercarte a esa oficina que debe oler a coloso rico. Por cierto… Hoy estás más bonita que nunca, amiga.

—¿En serio? —indagó Farah, extrañada.

Ese día, Farah se levantó temprano. Se asomó por su ventana, después de mucho tiempo sin hacerlo, y miró el humo de las chimeneas viajar con el viento de Chicago. Cubrió sus ojos del sol mañanero. La alborada se sintió diferente. El lago Michigan parecía más iluminado de lo normal, o tal vez, era ella la que sentía todo diferente. ¿Qué me estaba pasando?, se preguntó. No obstante, solo subió y bajo sus hombros con desinterés y continuó el día.

Erin tenía razón. Era cierto que se tomó el tiempo para peinarse, definiendo sus rizos, y que se maquilló con detenimiento. Se probó varias camisas, hasta que se decidió por una de mangas abullonadas, con un cuello retro estilo victoriano y un estampado floral en tonos rojos sobre un fondo negro, que combinaba con su falda del mismo color base. Los accesorios y los labios del mismo carmesí encendido de las florecitas, resaltaban en su piel blanca. Y, en resumen, sí, lucía hermosa.

—Subconsciente, jefa. Te gusta el hombre, lo cual es de lo más normal, porque es un caramelo, y te arreglaste para él.

Farah blanqueó sus ojos. Erin no paraba de hablar de lo mismo.

—Sí, tal vez lo hice inconscientemente, puedo admitirlo, pero no importa, Erin. Está claro que no nos atraemos de ese modo. Ya lo asimilé —comentó y movió las manos como si imitara algún mudra del yoga.

Farah tomó la carpeta con el caso. Le solicitó a Erin una botella de agua. Se levantó, acomodó su camisa y se miró en el espejo.

—Estás bella —dijo Erin, anticipándose a lo que pasaba por la mente de Farah.

Farah sonrió al escuchar a su amiga. La conocía muy bien, tanto que asustaba. Y al fin, salió hacia la oficina de su colega.

Él ya estaba en su despacho, dando un sorbo al café que le entregó su secretaria. Ambos se encontraron al fin con la mirada desde la puerta. Y ella sonrió desde el vidrio, esperando a que la secretaria la anunciara.

Él se inclinó en su silla un poco hacia atrás al verla allí, y ladeó una sonrisa.

Al entrar, Farah saludó, y se acercó al escritorio de Rhett. Él se levantó como indicaba la etiqueta. Ella tocó con sus dedos el agua y chispeó pequeñas gotas sobre la mano del Espartaco.

Él se limpió con apuro.

—¿Qué haces, Farah?

—Te echo agua bendita, a ver si se te salen todos los demonios que se te metieron ayer.

Rhett rio.

—Eres graciosa, Farah… Un poco rara, pero graciosa.

—Te traigo el expediente del otro caso.

—¿Cuándo empezaremos a trabajar en ese? —indagó, en tanto tomaba la carpeta—. Es el que más nos debería importar.

—Pronto… Pronto. Esta es la carta que enviaré a Stateville. —También se la entregó a Rhett—. Ojalá recibamos pronto una respuesta.

Él la revisó en un par de minutos y se la devolvió.

—La veo muy bien. ¿Qué crees que ocurrió allí? Oh, pero qué descuidado. Puedes sentarte —Invitó y señaló el asiento.

Ella aceptó, cruzó las piernas y respondió:

—No estoy segura. Tengo una hipótesis que me ronda la cabeza, y no es buena para nadie —Él la escuchó atento—. Quizá se equivocaron de hombre.

—¿Cómo que se equivocaron de hombre?

—Quizá confundieron a Eagles con Eagle. Tienen las mismas iniciales… Arthur, Austin. Ambos Eagle, solo los diferencia una s. Pudo pasar…




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