Entre ceja y ceja

Capítulo 9

Al llegar a casa, Rhett se quitó con apuro su saco.

—¡Grr!… —gruñó, asqueado—. ¡Apesto a indigente!

Max carcajeó.

—¿Y ahora a dónde fuiste a parar? No me digas que tu chica te llevó de nuevo a pasear.

—Ni que lo digas. Esa mujer no para. Al parecer, el sobrepeso que tiene no le reduce en nada la velocidad para vivir. Hoy se quiso desquitar conmigo por obligarla a empujones a entrar en mi auto cuando salimos de la prisión, y me llevó a una comunidad de indigentes en Roosevelt Road. Es impresionante que haya tanta pobreza a pasos de un mall.

—¿A una comunidad de indigentes?… Y ¿para qué? —Max quedaba más y más intrigado con cada nueva historia de Rhett.

—Supuestamente, para que conociera sus ojos en la calle. Debo confesar que es ingeniosa. Nadie sabe más sobre la calle que los sin techo. Nosotros lo sabemos de primera mano.

Un silencio se instaló entre ellos. Una sucesión de imágenes pasó por la mente de ambos, a pesar de que callaron y nada mencionaron. Una frase, un comentario, y hasta un aroma, podía llevarlos a revivir malos momentos.

—En fin… —Rhett rompió el mutismo—. La sorprendí cuando me relacioné de lo mejor con los mendigos. Claro que ella no tiene ni idea de que alguna vez viví en la calle, pero si cree que con esas tonteras me va a quebrar, está muy equivocada. A mí nadie me doblega. Ahora que lo pienso, me parece que mucho de su éxito al investigar sus casos se debe a esa gente. Hoy, sin darse cuenta, Farah me mostró una de sus estrategias. Así que, no estoy muy seguro de quién fue el tonto aquí.

—Bueno… Una cosa es segura; cuando te cases con ella, tu vida no será aburrida.

Rhett ladeó una sonrisa.

—Sí… Supongo. Así parece ser la vida junto a ella.

Luego, quedó pensativo. El rostro de Farah riendo al final del día y el aire agitando sus risos rojizos en las cercanías del río Chicago aparecieron de repente en sus memorias. Meditó en que hoy, alrededor de ella, solo había abandono y desperdicios, no obstante, él solo se enfocó en ese rostro enternecedor, y sonrió.

—¿De qué te ríes? —indagó Maximilian.

—Es que Farah… A veces puede ser muy graciosa.

Max analizó la expresión de Rhett. Solo una vez antes lo vio así, sonriendo al recordar a una mujer, aunque nada mencionó. Era notorio que Farah era una chica peculiar.

—Hay, exactamente, tres cosas que me preocupan —dijo Rhett—. La primera… Anoche volví a hablar con Stella sobre terminar esta relación intermitente que tenemos. No le gusta hablar al respecto, y parece ceder un tanto, sin embargo, hoy me envió un mensaje de texto.

—¿Y qué decía?

—Germán Espósito. Nada más que eso.

—Entiendo —replicó Max, comprendiendo el mensaje detrás de ese nombre, y añadió—: Es una clara amenaza.

—Es lo que siempre hace cuando hablamos sobre no vernos de nuevo, pero esta vez es definitivo, lo terminaré. Ya no necesito a esa mujer.

—Te dirá el típico discurso de que la usaste.

—Pues bastante que me usó ella a mí también. Lo que es igual no es trampa.

—Pues cuídate de sus dos matones. ¿Recuerdas la vez que casi me matan a golpes?… No me quedaron ganas de negociar nada con ella.

—Ya no somos los mismos, Max. Tienes que encontrar eso que la mantendrá lejos de nosotros de una vez por todas.

Para el par de amigos era imposible no asociar a Germán Esposito con una amenaza. Él fue un compañero escort que trabajó junto con ellos para Stella. Para su mala fortuna, la esposa de un senador se obsesionó con él. Al igual que Rhett, Germán recibió todo lo que necesitó de aquella mujer, hasta que su relación fue descubierta por el esposo. Si esa información salía a la luz pública, la imagen del político se vería afectada. Por lo que, ese hombre poderoso, le dio una buena reprimenda a su mujer, y con falsos testimonios, logró meter a Germán en la cárcel, donde encontró la muerte a manos de un asesino a sueldo. Y así de simple, en tan solo unos días, fue silenciado y desapareció de la realidad, sin la posibilidad de negociar siquiera.

Ahora, Stella le entregaba a Rhett un mensaje que le llegaba fuerte y claro. Él lo captó a la perfección, pero no era el mismo muchacho inexperto de hace años atrás y estaba, al fin, exactamente donde necesitaba.

—Tranquilo, encontraré sus trapos más sucios. Esa bruja debe tener mucho que esconder. Y ¿qué más te preocupa? —cuestionó Max, interesado.

—Pues… Hoy, hablando como si nada, Farah me dijo que tiene un hijo.

Max arrugó la cara y dijo:

—Tenemos una ley al respecto, hermano. No puedes enredarte con una mujer que tenga hijos. Te terminas encariñando con ellos, hasta te llaman papá, y si la relación no funciona, ella no te permitirá verlos, porque son de ella, no tuyos.

—Claro que conozco la ley, Max, pero tendré que hacer una gran excepción aquí. No me encantan los niños, y menos los malcriados. Ya me imagino a Farah prohibiéndome decirle algo a ese tal Sebastián. Ah… —Se dejó caer desanimado en el sofá—. Todo se complica y se complica… Es agotador. Hay días en que me habría gustado tener una vida normal y simple.




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