Entre ceja y ceja

Capítulo 17

La salida al bar no fue lo que Max esperó. Al contrario, superó las expectativas de Rhett. Después de dejar a Erin en su casa, cosa que hizo el Espartaco a propósito, con el fin de quedarse a solas con Farah, entre ambos se instaló un extraño silencio.

Rhett vibraba recordando los labios de Farah, reviviendo lo que sintió. Sin embargo, ella estaba nerviosa, preocupada y aterrada de equivocarse, porque sus decisiones afectaban a Sebastián.

—Rhett… —intentó explicarse, sin encontrar las palabras. Él imaginaba lo que le diría—. Creo que no debimos… Ya sabes…

—¿Besarnos? No puedo estar más en desacuerdo. Lo disfrutaste tanto como yo.

—Sí, no niego que lo haya disfrutado —Farah sonrió, incómoda—. Pero trabajamos juntos y tenemos un trecho largo por andar. Mi padre nos reunió por una demanda, no para mezclar ni confundir las cosas. Hay gente que depende de nosotros.

—¿En qué puede afectar a Austin Eagles que nos demos un beso?

Farah pensó en el señor Eagles, pero también en Sebastián. No obstante, recordarle a Rhett que ella tenía un hijo, después de un solo beso, la haría lucir como la lunática del matrimonio. De esas que se imaginan en una boda después de que el chico las toma de la mano.

En realidad, Farah gritaba en pensamientos: “¡No quiero salir herida! ¡Tengo miedo, Rhett! ¡No soportaré que me duela quererte!”, pero no lo pudo sacar. No sonaría como una exagerada. Por lo que prefirió guardarlo, profundo, en ese cofre donde escondía el dolor envuelto entre una manta de optimismo y bromas alegres, aunque siguiera allí por igual. Y solo alcanzó a comentar:

—Sabes lo que quiero decir…

—Comprendo que tengas miedo, Farah… —dijo él y la tomó de la mano—. Iremos a tu ritmo. Tranquila, no apresuraré nada. Solo fue un beso…

—Sí, un buen beso —admitió ella.

—¿Bueno?, fue un beso grandioso, Farah —dijo él, sonriéndole.

—Bien… Fue grandioso. No quiero golpear tu ego masculino.

—No tiene nada que ver con mi ego. Se trata de que tu boca me encanta —se acercó un poco hacia ella—, y no saldrás de este auto sin darme otro.

Al fin, Rhett se detuvo frente al condominio de Farah, y la miró.

Ella empuñaba una mano dentro de la otra, inquieta.

—Farah… —dijo Rhett, y atrajo su atención. Notó el miedo en los ojos de su compañera.

Rhett se apoyó en el reposacabezas de su asiento y la observó. Acarició su mejilla y terminó en su mentón. La contempló y se dio cuenta de que no hallaba como poner en palabras lo que sentía. Por primera vez, no sabía qué decir, qué prometer sin hacerle daño. Porque de corazón, quería lo mejor para Farah.

—¿Y qué pasará ahora? —preguntó ella, al ver que Rhett, extrañamente, no tenía palabras.

—Lo que tú quieras —replicó él.

—No soy de las que tienen sexo en la primera cita.

Rhett carcajeó.

—No estaba pensando en eso, Farah («Aunque tú sí», rio en pensamientos). Ya sé que no eres así, o lo imaginé.

Ella asintió sonriendo.

—Solo quiero que te sientas bien. Que estés cómoda. Luces… nerviosa; y lo entiendo. No deseo que estés así, Farah. Si quieres podemos darnos mil besos y luego hacer como que nada pasó. O podemos no volvernos a besar nunca… Opción que no me gusta, pero que respetaré. ¿Qué dices?

—Debí haberlo pensado mejor antes de besarte. Quizá vamos muy rápido. Lo siento, Rhett.

—Pero sí lo deseabas, Farah.

—Tengo miedo. —Al fin sacó lo que sentía—. Sé que esas dos palabras juntas suenan como una mala novela, como un estúpido cliché…

—Pero es la verdad. —Él completó la frase.

Se acercó y la abrazó. Farah correspondió y cerró los ojos, enterrada en el cuello de Rhett. La miró y, en tanto acariciaba su cuello, le dijo:

—No haremos nada, ¿sí?

—Es que sí quiero. Estoy loca, Rhett —y cubrió su rostro.

Él sonrió.

—Mírame, Farah —solicitó—. Me encantas… —la miró a los ojos—. Eres la mujer más hermosa que he conocido.

Las pupilas de Farah vibraban de emoción. Sus ojos se pusieron llorosos.

—Pero no soportaría que sufrieras. No quiero eso para ti. Solo te deseo lo mejor. Lo mejor. Quiero que seas feliz, y haré cualquier cosa para que sea así. Solo dilo y lo haré. Pídeme que me vaya. Pídeme que me quede. Pídeme que te bese. Pídeme lo que sea… Y si no puedo dártelo, lo inventaré.

¿Qué más podía sentir Farah ante tan bonitas palabras? ¿Cómo no enamorarse? Sus ojos se cargaron de un líquido que mezclaba tantas cosas. Una lágrima podía guardar un poco de dolor, partes de miedo, y partículas de ilusión y emociones chocando entre sí, agitadas.

—Pídeme… Y lo haré —repitió, Rhett.

—Bésame… —dijo como en un ruego, y una lágrima corrió por su mejilla. Una que Rhett limpió con su pulgar antes de unir sus labios con los de ella aprisa y con desesperación.




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