Entre ceja y ceja

Capítulo 21

Durante el viaje de regreso a casa desde la escuela, Farah intentó calmarse. Comprendía las necesidades de su hijo y lamentó no haberlas podido satisfacer del todo. Lo tenía claro. Así que, intentó ponerse en los zapatos de Sebastián. Si ella misma estaba deslumbraba por Rhett, ¿qué más podía esperar de su pequeño de siete años?

Al llegar a su departamento, Farah envió a Basti a tomar una ducha y conversó con su nana los pormenores del día, hasta que el chiquillo llegó a la cocina, limpio y muy bien peinado.

            —Mamá… Lo siento —dijo el pequeño sin alzar la vista.

         —¿Qué es lo que sientes, cielo? —indagó la madre, pues quería su versión, conocer sus motivaciones.

            —Bueno… Lo siento por llevar un papá de mentira. Todos me trataron muy bien hoy, después de conocer a Rhett.

            —Basti… —Farah se agachó frente a él—. La gente debe tratarte bien sin importar quién sea tu papá. Los verdaderos amigos te van a querer por quién eres y no por lo que tienes. Mírame a mí. Tu abuelo es un tipo respetado, temido, y todos me trataban bien, pero era mentira.

            —Lo sé, mamita. Es solo que… se siente superbién. Los demás son malos a veces, o casi siempre.

            —Si no te sientes bien en esa escuela podemos buscar otra.

            El pequeño asintió.

            —Mañana hablaré con Rhett. Sebastián, por ser esta la primera vez que te buscas un papá de mentira, solo te dejaré con una advertencia, pero si esto se repite, tendré que castigarte, amor. No puedes andar engañando a la gente así.

            —Sí, mamá. No volverá a pasar —dijo el pequeño, cabizbajo.

           

            Por la noche, Rhett recibió un mensaje, y era obvio de quién venía:

           

            “Enojada mamá.

            Chismosa maestra =(”

 

            Rhett cubrió su cara con ambas manos. No podía estar pasando esto. Farah conocía la travesura que habían hecho y ya podía imaginarla reclamándole.

 

 

            Al día siguiente, Farah llegó a su oficina intentando organizar todas sus ideas. Tenía mucho que hacer y solo podía pensar en lo que debía decirle a Rhett. Al entrar, encontró de nuevo tulipanes, pero esta vez amarillos. Tomó la tarjeta dorada, escrita en una delicada caligrafía y, esta vez, incluía un número telefónico seguido de un mensaje más directo:

“Dame la oportunidad de hablar contigo, por favor.

DR”.

            Farah apretó en su puño la fina cartulina y la lanzó en la papelera.

Por su parte, Rhett se preparó para lo peor. Todos los problemas con Farah estaban tan frescos y, para su desgracia, no paraban de ocurrir situaciones que solo los distanciaban más.

Así, a primera hora y, como él esperó, Farah hizo presencia en su despacho.

            Se mantuvo de pie frente a su escritorio, en silencio. Rhett se dejó apoyar en el espaldar de su sillón, se cruzó de brazos, y esperó, serio.

            —Rhett… No sé ni por dónde empezar. ¿Qué estabas pensando cuando fuiste a la escuela de Sebastián?

            —¿En verdad quieres saber? —preguntó él.

            —Por supuesto…

—Bueno… No tuve corazón para decirle que no. ¿Entiendes? Me dijo que sus compañeros se burlaban de él porque no tenía papá.

—¿En serio? Él… Él no me dijo nada.

—Porque sabe que lloras en el baño, que te sientes sola, y no quiere añadirte más preocupaciones. Los niños se dan cuenta, Farah.

Ella abrió los ojos ampliamente al escuchar a Rhett. Sus ojos se pusieron llorosos de golpe, y su boca se arqueó conteniendo la tristeza.

—¿Qué?

—No… No vayas a llorar. Perdóname, Farah —se apresuró a decir él—. No quise hacerte sentir mal.

—No es tu culpa. Es solo que pienso en mi niño y me da tristeza. No… No debí venir —culminó, sintiéndose avergonzada, pues no tenía idea de todas las cosas que Basti le reveló al Espartaco. Una lágrima corrió por su mejilla y se dispuso a retirarse.

Rhett se apresuró a alcanzarla y la retuvo. La rodeó con sus brazos y la apretó entre su pecho, donde Farah comenzó a llorar.

—No tuve tacto al decirte esto. Lo lamento. Es que contigo me… Me desoriento un poco y me vuelvo un… bruto —admitió, Rhett.

Farah se separó de él e inquirió, alzando la vista:

—¿Qué más te dijo Basti?

—No mucho. Que el señor Robinson de Educación Física tenía novia, y que tú decías que era un mirón —Farah carcajeó entre sus lágrimas. Rhett sonrió también—. Basti te está buscando un novio. Tu hijo es muy gracioso. Me gusta que me escriba, hablando como Yoda.




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