Entre ceja y ceja

Capítulo 24

—Te propongo algo, Farah —dijo Rhett, tomando su rostro entre las manos—. Salgamos de aquí. Salgamos con Sebastián. Juntos. Y olvidemos este mal día. ¿Te animas?

Ella sonrió con desgano y asintió.

 

 

Para Sebastián la inesperada noticia le llenó el corazón. Así que, llegar al Navy Pier tomado de la mano por Farah y Rhett fue un sueño hecho realidad. Él los miraba hablar, reír, y sentía que su corazón se desbordaba de emociones.

El Espartaco complació cada deseo del pequeño. Subieron a la gran rueda de la fortuna. A Farah le asustaban las alturas, y Rhett aprovechó sus temores para mantenerla apretada junto a él. El pequeño miraba extasiado la vista del lago Michigan, los barcos con banderas piratas y se imaginaba sumergido en su propia aventura. Miraron grandes dinosaurios en el Museo, navegaron como verdaderos marineros en el barco de vela Windy y, terminaron cenando una típica comida en The Evie.

Todos rieron como nunca aquella tarde. Al punto, de que Sebastián llegó casi dormido y agotado en los brazos de Rhett, ya por la noche.

—Ser el mejor amigo. Divertirme mucho hoy —balbuceó Basti y sonrió, recostando su cabeza en el hombro de Rhett, quien sonrió.

Finalmente, el Espartaco lo acostó en su cama. Farah le colocó un pijama y comentó:

—Uy, no me gusta acostarlo así, pero no tengo corazón para despertarlo y hacer que se bañe.

—Déjalo descansar… —sugirió Rhett—. Nadie se ha muerto por no tomar una ducha un día. Lo importante es que estuvo feliz.

—Sí —dijo Farah, sonriendo, al mirar a Basti—. Estuvo muy feliz. Gracias, Rhett, por un día inolvidable. A ratos se me olvidó Duncan.

—A mí también. Bueno… Ya complací al hijo… Ahora me falta complacer a la madre.

Farah abrió los ojos ampliamente y sonrió.

—Debo admitir que eso sonó bien. Debes decirle lo mismo a todas las madres solteras con las que has salido.

—Nunca salí con una madre soltera. Eres mi primera vez —Rhett mostraba un aire de seducción en cada comentario.

Farah caminó hacia la cocina y tomó el vino más fino que tenía en su pequeña cava especial para estas bebidas, y Rhett se ofreció a descorcharla. Tomó dos copas y sirvió el vino de color profundo y aromas frutales.

Se sentaron y conversaron sobre cualquier cosa, hasta que llegaron al tema en cuestión.

—Y ¿cómo te sentiste con la llegada de Duncan?

—Me tomó desprevenida todo lo que dijo. No me lo imaginaba. No esperé que me hablara de amor a estas alturas, menos que su novia estuviera al tanto de todo lo que hicimos, porque tenían una relación abierta. Por eso, aunque no creo en los astros, prefiero leer el horóscopo. Es mejor que la vida real. Allí, todos los días, voy a conseguir el amor y ser feliz —carcajeó.

Rhett la conocía y sabía que echaba mano de su humor para salir de temas incómodos.

—Farah… ¿Qué pasó realmente entre ustedes?

—Él llegó una tarde a mi casa. Fue inesperado y me pidió ayuda con su ensayo para entrar a la universidad. Él sabía que yo estaba derretida por él. Y poco a poco, día a día, entre risas y bromas; ya sabes cómo soy, se fue ganando mi confianza, y le creí… Es que parecía tan sincero y real. —Por unos segundos, Farah se quedó con la mirada perdida, como si recordara los besos de Duncan, sus labios, sus caricias. Pero no quiso incomodar a Rhett con sus memorias, y continuó—: Luego, con el tiempo, comencé a olvidar todo acerca de él. Y fue mejor así.

Rhett no perdió contacto con ella. La tomaba de la mano, acariciaba sus dedos o espalda, en tanto hablaba, porque si iba a recordar a Duncan, quería que lo mantuviera presente a él también.

—Me tocó… —Y calló al decir eso—. Me dijo palabras que nadie alguna vez mencionó. Sentí cosas tan bonitas. Él… Él era tan dulce. Creí en su amor; no podía ser mentira. Ahora entiendo por qué pareció tan verdadero, porque lo fue. Luego… Comenzó a cambiar, a distanciarse. Y cuando lo confronté, me dijo que Melanie, su novia, estaba embarazada, y que debía despedirse.

—Supongo que la despedida fue el momento en que concebiste a Sebastián.

—Sí… No me gusta recordar esa noche. Fue… Fue… —Farah comenzó a hiperventilar, parecía que algo de ese recuerdo la alteraba, y mucho—. No puedo… No puedo hablar de eso.

—Tranquila… Está bien —Se apresuró a decir, Rhett, quien posó su mano sobre la pierna de Farah.

Ella lo miró, sus ojos comenzaron a ponerse llorosos, como si no pudiera calmarse. Rhett tomó su cuello, desde atrás, y la besó con ternura, en un intento por hacerla pensar en otra cosa. Y funcionó, porque Farah se perdió en esos labios y su lengua que la acariciaban desde dentro con gentileza.

Ella se aferró al cuello de su camisa y lo atrajo aún más. Se moría por ese beso desde hace horas atrás, así como él.

Rhett se separó de ella y preguntó:

—¿Estás bien?

Ella asintió, recuperando el aire. Apretó los ojos y se sobrecogió en sí misma, abrazándose. Nunca había hablado eso con nadie más que Erin. Y después de tanto tiempo, todavía le afectaba.




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