Entre ceja y ceja

Capítulo 29

Farah lucía genuinamente agotada.

         —No puedo más —confesó, justo cuando Rhett arribaba a su condominio.

         —¿Están Sebastián y tu nana? —indagó él, preocupado, pues no quería dejarla sola.

         Ella negó.

         —Basti está con mi papá, y le di el día libre a mi nanita. Pensé que hoy llegaría al amanecer. Era de esperar un desastre, al reencontrarme con todos esos demonios. Hay un toque de ingenuidad que se niega a abandonarme —sonrió.

Rhett la observó, su bonita sonrisa tan natural de ojos achicados, esta vez hinchados, y se perdió en los gestos de Farah y su rostro sincero.

—Déjame quedarme contigo —rogó él.

—Rhett… No estoy lista para eso.

—¿Qué crees que haremos, malpensada? —dijo riendo—. Solo quiero acompañarte. Permítelo, por favor. No deseo dejarte sola. Hoy no.

Farah asintió, sonriendo.

Rhett estacionó su auto en uno de los puestos destinados para las visitas. Y ambos subieron por el ascensor, tomados de la mano.

El departamento lucía oscuro y silencioso, cosa que nunca pasaba si Basti estaba presente, pero no era el caso.

—Estoy tan cansada… —comentó Farah y frotó su nuca, dejando caer un poco su cabeza hacia atrás. No soportaba la tensión en sus músculos.

Rhett la alzó en sus brazos, sorprendiéndola.

—¿Qué haces, Rhett? —dijo, extrañada.

—Señorita, usted necesita atención médica —dijo, sonriendo—. Solo un especialista como yo la puede ayudar.

Farah carcajeó sin imaginar lo que el Espartaco se traía entre manos. La acostó en la cama y se despojó de su camisa. Ella miró con fascinación aquel torso perfecto, pero sintió una tensión involuntaria que no podía remediar.

Rhett notó su inquietud, porque ella retrocedió y se protegió, como una respuesta natural.

—Ya te dije que no haremos nada, mi amor mío —le recordó—. Puedes confiar en mí. ¿Lo harás?

Ella afirmó que sí con un gesto de su cabeza.

Rhett palpó su muñeca.

—Está bien su presión arterial —comentó, ahogando la risa.

—¿Dónde dejó su bata, doctor? —preguntó Farah, en tanto pasaba su dedo sobre su pectoral definido.

—La llevo puesta. Tiene usted una mente muy vívida. ¿Qué es lo que está imaginando, señorita fogosa?

Farah carcajeó.

—Tiene una herida grande allí, en el alma y es profunda —señaló en su pecho, entre sus senos y el cuello. Y comentó—: Hay que suturar.

Los ojos de Farah se pusieron llorosos, porque era verdad, cargaba una herida grande, muy grande.

—Sí, lo sé, doctor.

El Espartaco se acostó junto a ella, apoyado en su codo, y simuló hacer costuras en su pecho, dejando un breve beso en su piel sobre cada una. Farah cerró los ojos, y las lágrimas corrieron por sus sienes. Ya no quería llorar, estaba agotada, pero era como si sus ojos tuvieran vida propia. Rhett la miró, sintiendo una pena similar a la de ella. ¿Cómo era posible que una mujer tan maravillosa como ella no hubiese encontrado el amor? ¿Cómo podían ser todos tan idiotas? Se preguntó. Y secó cada lágrima que corrió por la piel de Farah con su dedo.

—Necesita respiración boca a boca, señorita. Es un asunto de vida o muerte.

—¿De vida o muerte para quién? ¿Para usted, doctor, o para mí? —preguntó Farah, sonriendo con los ojos llorosos. ¿Qué sentía?, ¿tristeza, felicidad, o ambas? Y… ¿Cómo era eso posible?

—Yo, por supuesto, —admitió él con picardía—. Soy yo quien se queda sin aire cuando está con usted. Es tan hermosa que me roba el aliento. Necesito su aire.

Farah lo tomó del cuello y lo atrajo hacia ella, entregándole un profundo beso en donde mezclaba tantas emociones que no las pudo contar.

Rhett también se aferró con fuerza a ella, manteniendo una mano detrás de su espalda, casi levantándola de la cama. Se adentró con pasión en ella, traspasando esos labios con experticia, porque había distintas formas de poseer a una mujer, y a veces un sentido beso era suficiente.

         Una hora pasó como si fuera un par de minutos.

Extasiados en sus bocas, en tanto se acariciaban mutuamente, Farah reconoció:

         —Lamento no poder complacerte, Rhett. No quiero perderte, por eso no me atrevo.

         —¿Perderme? —inquirió él—. ¿De qué hablas?

         Farah se sentó, rodeó sus rodillas con ambos brazos y enterró su cabeza allí.

         —No puedo… No puedo complacerte como hombre. Y sé que tarde o temprano me dejarás por eso. Ya que estamos siendo sinceros.

         —Sigo sin entender, Farah. Háblame…

         Ella negó con su cabeza, cabizbaja.

         —Ojalá mi herida se cerrara con besitos, Rhett, pero no es así. Te perderé igual que perdí a Charlie. Ustedes, los hombres, tarde o temprano quieren algo que no puedo dar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.