Entre ceja y ceja

Capítulo 31

La luz de aquel sol de domingo iluminó el rostro de Rhett, quien abrió los ojos, un poco atontado. Por un instante, olvidó donde estaba, hasta que notó aquel tibio cuerpo junto a él. Se apoyó en un codo y observó a Farah dormir con una paz en el rostro que él no tenía. Ladeó una sonrisa al recordarla diciéndole que no estaba solo. ¿Cómo podía el odio competir con un amor verdadero, inocente y limpio del rencor del pasado?

La cremallera invisible del vestido de Farah estaba del todo abajo, hasta el comienzo de sus prominentes posaderas, y revelaba su bonita piel salpicada de espaciadas pecas. El Espartaco recorrió la columna con la mirada, se atrevió a notar su pequeña cintura y se detuvo en sus anchas caderas de guitarra. Suspiró y humedeció sus labios. Desde que conoció a Farah, y sin darse cuenta, hubo aspectos que cambiaron en él; perspectivas, el valor de algunas cosas y, por primera vez después de mucho tiempo, despertaba en la cama con una mujer con la que no tuvo sexo. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan estúpidamente sensiblero? Quizá ya no era hombre de una simple noche, como lo fue por mucho tiempo. Tal vez al fin era capaz de admitir que necesitaba amor y un plan de vida que fuera más allá de la venganza.

No se resistió y pasó su dedo recorriendo la espalda de Farah con suavidad, haciéndola abrir esos bonitos ojos claros adormecidos y esbozar esa sonrisa amplia que amaba, cuando lo encontró junto a ella. Rhett se dio cuenta de que podía esperar horas y horas nada más para ver ese gesto que lo atrapó desde la primera vez que lo encontró. Pero Farah era mucho más que su largo cabello rojo y rizado, más que sus caderas de perdición, para él era un ideal, una lucha, un sueño, una afabilidad producto del dolor, una ternura de las más verdaderas.

Se acercó a sus labios y le entregó un sencillo y somero beso. Luego besó su frente y la contempló sin hablar.

Farah se mostró extrañada de que la mirara así, de que no le hablara, mas le pareció entender lo que pasaba, porque ella también lo sentía. Después de aquella noche de revelaciones, era imposible que se vieran el uno al otro de la misma manera. Y tuvo el presentimiento de que nada sería como lo fue. De que algo nuevo comenzaba esa mañana.

Ella cubrió su boca, le aterraba hablarle sin cepillarse los dientes, y preguntó:

—¿Cómo estás? ¿Dormiste bien?

—Tengo la impresión de que siempre que me acueste contigo dormiré bien, mi amor mío —dijo y acarició su mejilla.

Rhett dejó de mirarla con rapidez. No quería ser tan evidente ni que notara los sentimientos que brillaban con claridad en su forma entontada de mirarla. Sería admitirlo, y todavía era un tanto orgulloso.

Ella sonrió de nuevo. No tenía forma alguna de esconder su felicidad absoluta. Ahora sentía que no cargaba sola sus secretos, alguien la escuchaba y comprendía, y que, a pesar de saberlo todo, la quiso, aun así. Por tanto, lo abrazó con fuerza. Y él correspondió, acariciando su espalda, apoyando su mejilla sobre aquel suave cabello rojizo que siempre olía a exquisitos aromas que no sabría cómo nombrar.

—¿Siempre eres tan suavecita, Farah?

—No sabía que era suavecita, para ser sincera —admitió con timidez.

Farah sintió que los ojos le dolieron al cargarse de lágrimas que contuvo, acurrucada entre esos fuertes brazos que la protegían. Acababa de despertar y ya sentía una cascada de emociones bonitas. Hacía años que no experimentaba algo así.  Apretó sus párpados e inhaló con fuerza, queriendo atrapar la fragancia de ese hombre que cada día la enamoraba más, como si nunca tuviera fin el amor que podías sentir por otra persona.

Rhett tomó su barbilla e hizo que lo mirara. La besó de nuevo, pero esta vez intentó algo más apasionado.

Farah se separó de golpe y cubrió su boca como una niña descubierta.

—No me he cepillado —dijo con alarma.

Lo cierto es que su ex, Charlie, detestaba que lo besara al despertarse. Todos somos un cúmulo de experiencias que nos moldean, y Farah no era la excepción.

Rhett carcajeó y pregunto:

—¿Crees que eso me importa? Me encanta como hueles y sabes delicioso. Desde que desperté, en lo único que pienso es en besarte —admitió.

—¿En serio?… —Farah mostró una mueca graciosa de esas que le causaban gracia a él—. Debo confesar que es lo máximo despertar así, y no con la alarma.

El Espartaco solo pensaba en lo feliz que estaba, puesto que, después de mucho tiempo, despertaba riendo a más no poder. Por lo que, tomó su mentón y la besó como había deseado desde que abrió los ojos.

 

 

El padre de Farah intuyó que su hija necesitaba tiempo y espacio después de su soñado baile de graduación. El jefe mayor no sabía con quién saldría Farah. Nada se le escapaba a Joseph Ward, quien sospechó que Rhett era el admirador anónimo, mas la idea no le molestó ni un poco, y menos después de todo lo vivido por su hija. Por lo tanto, la llamó para decirle que llevaría a Sebastián en la noche, y que podía disfrutar su día. Y ella no dudó en hacerlo.

Aquel domingo, salieron a desayunar y anduvieron tomados de la mano por las caminerías del Lakeshore East Park. Regresaron a casa y miraron una película juntos, acostados en la cama, abrazados y con las piernas enredadas. Las caricias y los besos más espontáneos brotaron siempre que tuvieron oportunidad. En ambos había pensamientos que se colaban para interrumpir los buenos momentos, pero procuraban dejarlos a un lado con rapidez; porque ninguno quería arruinarlos. Ordenaron comida para almorzar fuera de la hora, y volvieron a la cama.




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