Entre ceja y ceja

Capítulo 34

—¿A pedir la mano de Farah? —indagó Joseph Ward con sorpresa—. ¿Y eso lo hacen hoy en día? Debo confesar que no esperé esto, Rhett. Me parece que ese caso los unió más de lo esperado, ¿o no? —ladeó una pícara sonrisa.

—Así es. He podido conocerla y me parece una mujer única. Quiero hacer las cosas como se deben con Farah, señor. Creo que para ella es importante.

El señor Ward lo observó un instante. La frase: “Creo que para ella es importante”, llamó su atención. Entonces, a este abogado sí le importaba su niña, porque así la veía él todavía.

Miró el suelo, pensativo, y recordó a Farah. Aquella chiquilla de mejillas sonrojadas y rollizas que encontraba mariquitas en el césped y que se disfrazaba con la ropa de su mamá. Esa pequeña que él pasaba a mirar mientras dormía, cuando llegaba muy tarde del trabajo, solo para ver si respiraba y si estaba bien. La protegió de todo lo que pudo, cuando andaba en bicicleta, al saltar en los charcos de lluvia, si trepaba los árboles o hasta cuando cepillaba su enredado y largo cabello rojizo. Sin embargo, no pudo protegerla del dolor que produce la sola existencia en este mundo de relaciones. Fue, simplemente, imposible. Su hija siempre le pareció lo más hermoso del mundo y, aun después de quedar herida y sumergida en una sombría tristeza, le siguió pareciendo igual de especial. Sabía que la miraba con ojos de padre, mas tuvo la impresión de que Rhett también podía entender algo de lo que él notaba en ella. Joseph Ward sintió el corazón un tanto apretujado, porque al fin había llegado el momento; su hija haría su vida, formaría un hogar, como si por eso se distanciara de él. Mas siempre estuvo al tanto de que sería inevitable.

Regresó los ojos hacia el Espartaco y preguntó:

—Y… ¿Ya se lo propusiste a ella? ¿Qué te contestó?

—No… Quería que usted lo supiera antes. Por supuesto que Farah sabe que me gusta mucho, pero no sospecha que se lo pediré. Me encantaría tener su aprobación antes y sorprenderla.

El señor Ward asintió, regresó a su asiento tras el escritorio y respondió con calma:

—Quizá no la conoces bien —advirtió el padre, al recordar el problema sexual que presentaba su hija. No cualquier hombre podría lidiar con eso—. Farah… Ella… Tiene sus propios problemas a superar. No deseo desanimarte, solo intento que ella no termine desilusionada al final.

Rhett entendió la preocupación del viejo padre. Recordó al exnovio de Farah, otro que, posiblemente, también quiso matar el famoso abogado Ward.

—Sé a lo que se refiere, señor. Ya lo hemos conversado. Estoy al tanto. Creo que nunca conocí antes a una mujer tanto como conozco a Farah, ni tampoco quise casarme tanto con alguien a pesar de conocer todos sus fantasmas. Ella conoce los míos.

Joseph Ward abrió los ojos impresionados, porque este hombre en verdad conocía a su hija, pero… ¿Era acaso Rhett tan transparente como ella?

—¿Y tus fantasmas…? ¿Farah los conoce también? Cualquier hombre que hubiese estado casado sabía que nadie conocía los verdaderos secretos de una persona hasta que vivía con ella, y a veces, ni así.

—Casi todos… Debo admitir —replicó, Rhett, pues sabía que detrás de la sinceridad era donde se podía esconder una pequeñísima mentira.

—Casi todos —repitió el señor Ward en voz baja—. Bueno… Lo único que me importa es que Farah sea feliz. Así que, si ella te acepta, por mí está bien, muchacho. Agradezco que hayas venido hasta aquí a hablarme sobre esto.

Luego, lo miró de arriba abajo y continuó:

—Ahora ve a cambiarte, porque pareces un borracho que amaneció sin querer aquí. Y… Gracias por cuidarla.

—Usted me lo pidió y planeo cumplirlo.

Joseph Ward le entregó una sonrisa de gratitud y volvió a sus papeles.

 

 

Rhett se apresuró para cambiarse en casa. Esa tarde se reunirían con el gobernador y debía mostrarse como el profesional que era. En tanto se desvestía en su habitación, al mirar su camisa rota, pensó en que Duncan Russell le había arruinado ya varias de sus prendas de diseñador y más se alegró de haberle dado una buena golpiza.

Al regresar a la oficina y sin demora, partió con Farah, a quien invitó a comer algo ligero.

—Estás muy bonita hoy. No tuve tiempo de decírtelo. Ya sabes, entre matar a golpes al idiota de Duncan a golpes y recibir el regaño de tu padre…

Dijo eso para despistar a Farah, y así, no revelar lo que realmente habló con el viejo Ward.

Farah rio, se creyó el comentario de Rhett, pues conocía lo estricto que era su padre. Después, se miró así misma. Desde que estaba con Rhett, guardaba un meticuloso cuidado con cada prenda que lucía y cada centímetro de piel al maquillarla.

—¿En serio? No sé… No le puse mucho cuidado —mintió y sonrió por lo bajo—. Pero gracias…

—¿Conoces un buen lugar para comer? —indagó el Espartaco.

—¿Qué sea lujoso o sencillo?

—Qué sea rápido, mi amor mío.

—Conozco una gastroneta que vende la mejor comida griega que jamás haya comido. Venden un delicioso souvlaki gyro en un pan pita casero que parece de otro mundo. Y además, queda de camino al ayuntamiento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.