Entre ceja y ceja

Capítulo 37.1

Un paramédico apartó a Rhett con premura, luego de apoyar su maletín de primeros auxilios en el suelo. No fue difícil inferir lo que le había ocurrido a aquella mujer de cabellos rizados que yacía en el suelo.

Mirar cómo le colocaban un collarín a Farah y la subían en una camilla después de realizarle los primeros auxilios, resultó muy difícil para Rhett. Y lo peor de todo… Ella nunca reaccionó.

El Espartaco cubrió su rostro angustiado.

—Lamento no haber podido hecho más —dijo el gigante Joe, quien al colocar su mano sobre el hombro de Rhett, lo trajo a la realidad.

—No era mucho lo que se podía hacer. Todo pasó muy rápido. Escuché todo desde el teléfono… —dijo el abogado con los brazos en jarra, en tanto miraba a la ambulancia alejarse. Miró sus manos manchadas con la sangre de su compañera y exhaló con los ojos cerrados. Recordó sin querer la imagen de aquel hombre encapuchado—. ¿Alcanzaste a ver algo, Joe? ¿Alguna característica peculiar como un tatuaje…? ¿Algo…?

El hombre negó con expresión lastimera.

—Toda su ropa era genérica, negra… Nada en particular que recordar.

El Espartaco observó su celular, pues pulsó la grabación de pantalla en cuanto pudo. Quizá Algo podría encontrar allí. Había negocios al otro lado de la calle, con seguridad allí también tenían cámaras. Max también tendría trabajo extra, porque esto no se quedaría así.

El Espartaco se aseguró de proteger la escena y el celular de Farah arruinado en el suelo hasta que la policía tomó el control. Sabía que debía cuidar los detalles.

—Voy al hospital —comentó Rhett en dirección a su auto. A unos pasos de distancia se detuvo, volteó a mirar y culminó diciendo—: Gracias por reaccionar, Joe. Ese animal pudo haberla matado…

 

 

Rhett manejó por la vía con la angustia atada al cuello. No podía dejar de recordar el rostro de maltratado de Farah ni su cuerpo sin reacción y decaído. Al encontrarla así, la llamó incansablemente, la agitó, la abrazó, pero ella nunca abrió los ojos.

Llegó con apuro al hospital, casi sin darse cuenta del tiempo.

—¿Es familiar de la paciente? — indagó la recepcionista en la casilla de atención.

Rhett lo pensó por un momento, ¿qué era de Farah?

—Soy su novio —respondió con seguridad—. Debí pedirle matrimonio antes —pensó en voz alta—, y ahora pasa esto, ¿puede creerlo?

Aquella breve explicación, que dijo mucho con pocas palabras, enterneció a la chica, quien le permitió entrar al ver esa angustia y un anhelo, tal vez perdido en los ojos del Espartaco.

—Cuanto lo lamento, señor —dijo con la mirada entristecida—. Puede pasar.

Tal y como el Espartaco esperó, todavía estaban atendiendo a Farah y nada podían adelantar sobre su estado. Caminó de un lado al otro como un animal enjaulado, hasta que recordó a Joseph Ward, lo cual lo hizo detenerse en seco.

Al llamarlo, Rhett sintió la angustia en las preguntas apresuradas del padre y en su voz quebrada. Le sorprendió descubrirse compartiendo emociones y ese mismo desconsuelo abrumador con su peor enemigo. Al ver a Farah al borde de la muerte, el Espartaco descubrió que amaba a Farah y que nunca amó antes con aquel tormento, con aquel desespero. Sin embargo, el comealmas la amaba también y casi de la misma manera.

El Espartaco apretó sus ojos humedecidos. Se sintió más vulnerable que nunca, pues si bien Farah era la mayor debilidad de Joseph Ward, ahora era la suya por igual.

 

 

 Sin tardanza, el abogado Ward llegó a la sala de espera del área de urgencias.

—¿Qué te han dicho sobre Farah? —preguntó preocupado.

—Nada todavía —admitió un agotado Rhett, sentado en una butaca que le quedaba pequeña.

—¿Dónde estaba cuando esto pasó?

—Haciendo su visita semanal a los indigentes en las orillas del río. Hoy no pude acompañarla.

—Imagino que le dijiste que no fuera sola —admitió Ward, pues conocía a su hija.

—Por supuesto, señor, pero ya la conoce.

—¡Muchacha terca! —espetó enojado.

Una enfermera le llamó la atención con un severo “Shhh…”

—Te dije que era una temeraria. ¿No te lo dije? Te lo dije —repitió Joseph Ward, quien se sentó en una silla cercana a Rhett con las manos en la cabeza—. Una vez en un caso fue a visitar al esposo de una mujer asesinada y aquel monstruo se le fue encima… Salió ilesa esa vez… ¿Crees que se pondrá bien? Tú la viste, Rhett, ¿era grave?

—No sé mucho de eso, señor. Solo tengo una idea que me da el sentido común, y creo… tengo la esperanza de que lo superará.

—Justo esta noche debo viajar. No estaré tranquilo sin estar seguro de que Farah está bien. ¿Piensas que debemos decirle a Sebastián? Asignaré a otra persona ese cliente. No puedo irme así.

—Puedo quedarme con Sebastián y estar pendiente de Farah. No se preocupe, señor. Yo me encargo.




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