Entre ceja y ceja

Capítulo 38.2

Entretanto Farah sentía emociones que le coloreaban la piel, Erin la observó a la distancia, sentada en uno de los sillones de la terraza. Los ojos de Farah mostraban un brillo único, un tierno brillo de estrellas. Y Erin sonrió para sí al notarlo.

Max la observó, mientras miraba absorta a Farah, analizó su rostro, su mirada firme y decidida, aquella sonrisa desinteresa y llena de alegría. Sabía lo que pasaba por su mente, estaba feliz por Farah. Concluyó que si antes no se la pudo sacar de la cabeza, ahora menos podría. Y ya era capaz de admitirlo. ¿Qué era lo que tenía esta mujer de entre las tantas que conoció en su vida?, se preguntó, ¿qué la hacía tan memorable? Le gustó al verla, sus manos nerviosas que se apretaban una entre otra, sus mejillas enrojecidas de ilusión. Se sintió ansioso, como si quisiera tocarla, tomarla, pero no lo hizo.

Aunque bailaron, Erin apenas le dirigió una que otra frase bien construida y pensada. Cada vez que lo miró durante la noche, Max notó el cambio en su mirada. Aquel fulgor entusiasmado se esfumó después de que descubriera a qué se dedicaba. Nunca se sintió antes tan incómodo con una mujer. Sí… Él… El experto en conquista y satisfacción. Y sin entender cómo ni por qué, se descubrió nervioso frente a la única mujer que no lo miraba como las demás.

Esa noche, Max tuvo la impresión de que podía enamorarse de la luz que Erin emitía, no visible, pero presente con claridad. Sin embargo… Algo no andaba bien y era el momento de asumirlo y hasta conversarlo.

Por su parte, Erin sentía que podía cortar la incomodidad instalada en el aire con solo un suspiro, y que Max lo notaría con rapidez. Así de incómoda se sentía. El tiempo de bailar había acabado y ya no sabía qué más hacer.

—Fue bueno vernos al fin… —dijo él, consiguiendo que el silencio, acomodado entre ellos, se levantara y se fuera por fin.

Erin lo miró y exhaló con delicadeza, como si hubiese estado conteniendo el aire. Se sentía vulnerable, mas debía responder, mostrarse serena, aunque por dentro estuviera muy lejos la serenidad. Mirar a Max era recordar que se ilusionó y que no podía ser. Fue la mejor y la peor noche para ella, todo al mismo tiempo. ¿Podía ser eso posible? Al parecer… Sí.

—Digo… Fue mucho el tiempo sin vernos —insistió Max, acomodándose en su asiento, a pesar de no estar incómodo, pues ella no respondía.

Al menos consiguió que ella asintiera con timidez.

—Me sorprendió verte aquí. Pensé que no vendrías después de que te escondieras de mí cada vez que fui a tu trabajo —bromeó con socarronería.

—¿Esconderme? Para nada… —replicó Erin con premura.

Él sonrió a ver que había conseguido alterarla.

—Vamos, Erin. Admítelo… Fui muchas veces al bufete, y no estuviste ni una sola vez en tu escritorio. Eso sí que fue extraño.

—Suelo estar muy ocupada, y más con todo lo que le ocurrió a Farah. Estaba entre la oficina y su casa todos los días. Lo que entiendo entre líneas es que no solo fuiste por trabajo, esperabas verme, ¿no? —Ella también bromeó al respecto y sonrió, para luego dar un sorbo a su bebida.

La chica movió su cabello hacia atrás. No lo hizo a propósito, pero era clara la sensualidad que transmitió y Max lo notó. Conocía a las mujeres y las cosas que hacían queriendo y sin querer.

Erin estaba cansada de sentirse incómoda y con la boca seca de pura tensión al estar con Max. Necesitaba lograr cumplir el consejo de su amiga. Relajarse. Disfrutar. A pesar de que tuviera claro que para Max no era más que emociones sentidas por un rato en una noche de graduación. Se esforzó por no pensar en el hecho de que él siempre tuvo su número y nunca la llamó. Quizá debía empezar a pensar un poco como Max, divirtiéndose sin ilusiones, porque no las había. Y con la verdad bien clara: Él podía tener a la mujer que quisiera, seguía siendo indirecto y ambiguo con ella. Era mejor así, porque los corazones rotos dolían mucho. Ella lo sabía bien.

—Sí… No tengo problema en admitirlo. Me habría gustado verte, escuchar tu voz…

—Ah… Claro, claro —dijo ella con incredulidad—. No llamaste… —Erin se detuvo. Los reclamos se le escapaban en palabras y debía tener cuidado—. Lo que trato de decir es que pudiste llamar para saber si estaba bien. Digo… Ya que me mencionas que querías escuchar mi voz.

—Sabía que estabas bien, Erin. Siempre pregunté por ti, ¿sabes? —se acercó un poco al decir eso y admitir que se preocupaba por ella, mas Erin se alejó.

Erin siempre sería la chica cactus, directa y clara. Tal vez era eso precisamente lo que le atraía de ella.

—Max… No sé cómo decir esto…

—Pues dilo… Solo dilo —requirió él, entendiendo lo que se acercaba.

—¿Por qué intentas acercarte a mí? ¿Por qué estás aquí? —guardó silencio por un par de segundos—. Esta conversación… Este aparente interés… No eres directo tampoco. Me… Me incomoda un poco este juego. Tus miradas y estos flirteos… No… No me gustan.

—Te entiendo perfectamente, Erin, porque yo me he preguntado lo mismo y tampoco encuentro una respuesta clara.

Definitivamente, esa respuesta no fue la que la chica esperó recibir. Un simple “me gustas”, habría estado mucho mejor y conseguido derrumbar su barrera. Sin embargo, no hubo nada de eso. La desilusión la embargó. Se le secó la garganta de golpe, por lo que dio un nuevo sorbo a su bebida, asintiendo sin saber a qué. Una debilidad la recorrió, pues por un instante, al notar el interés de Max, algo se despertó, mas no duro mucho.

—Permíteme terminar —insistió, Max, quien notó algo en los ojos de Erin—. Me pareces una chica maravillosa. Eres muy interesante. Y… debo admitir que pienso en ti más de lo que esperé. Me gusta tu forma de ser, tu carácter, pero…

—¿Pero?…

—Esto no me pasa, Erin. No a mí. Yo no me confundo con una mujer. Tengo claro lo que debo o no debo hacer contigo. No obstante, en estos momentos junto a ti… Todo se vuelve confuso.




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