Entre ceja y ceja

Capítulo 47

El Espartaco subió por el ascensor dominado por una inquietud que no podía explicar. Al llegar al piso de su departamento, se detuvo antes de introducir la llave en la cerradura y apoyó su mano izquierda sobre la puerta. Sintió que, al abrirla, daría paso de algo desconocido a su hogar y sentía terror de tan solo sentir amenazada su idílica vida familiar. No podía perderla de nuevo. No podía.

Se armó de valor y, de nuevo, encontró el lugar en silencio y oscuro. Supo que habían cenado, porque los aromas asiáticos aún flotaban en el aire. Seguro la nana preparó uno de sus platos favoritos e imaginó que el suyo estaría guardado en el horno, esperándolo. Apenas, en ese momento, notó que tenía hambre.

No podía explicar por qué, pero procuró guardar silencio con un andar sigiloso. Se asomó y notó la luz encendida de su habitación, Farah lo esperaba. Luego, se asomó a la habitación de Basti y este saltó de la cama al ver a Rhett.

—¡Papá! —exclamó el pequeño, quien corrió y saltó a los brazos del Espartaco, quien lo alzó—. ¿Dónde estabas tú? Ya son dos días en que te vi poco —recostó su cabecita sobre el firme hombro de Rhett.

—Lo sé —Acarició la espalda del pequeño—. También los he extrañado. Estos dos días me han parecido una eternidad —Acostó al niño y continuó—: He estado ocupado, pero ya se acabó. Siempre estaré para ustedes, Basti. Siempre. Ahora duérmete —Lo besó en la frente—. Pasado mañana es sábado y quiero que la pasemos juntos. ¿Sí?

Sebastián sonrió a plenitud y se acostó.

—¿Cuánto falta para que sea de día, papá?

—Bueno… Mañana es viernes y después viene el sábado. Ya hemos hablado sobre los días de la semana —replicó con paciencia el Espartaco.

—Es que si no canto la canción que me enseñó mamá, se me olvidan. Y… ¿cuánto falta para que salga el sol del viernes?

Rhett miró su reloj y respondió:

—Unas siete horas, pero si cierras los ojos, si te duermes; sentirás que fueron segundos, y se hará de día más rápido.

—¿Como si fuera el rey del tiempo? —preguntó el pequeño emocionado.

—Sí, Basti, como si fueras el rey del tiempo —Rhett sonrió.

Sebastián se levantó y comenzó a quitarse el pijama, abrió un par de cajones de su ropero y sacó un pantalón y una remera.

—Hijo, pero ¿qué haces?

—Me voy a dormir con la ropa puesta. Así estaré listo para la escuela. Haré lo mismo la otra noche y, así, haré que el tiempo pase volando.

Rhett carcajeó de nuevo. No podía con las ocurrencias del pequeño. Así que, se acercó y lo detuvo. Se agachó en un intento por quedar a su nivel, aunque siguiera siendo más alto.

—Para que ocurra la magia tienes que estar en pijamas. No puedes engañar al tiempo siendo tan obvio.

—Hmm… Tienes razón, papá. El tiempo debe ser muy inteligente. Mi abuelo me dijo que era la cuarta dimensión, aunque no entendí nada. Sí, si el tiempo fuera una persona, sería inteligente. Me quedaré en pijama.

El Espartaco se sorprendía de la forma en que Basti era capaz de tener tantas ocurrencias a diario. Besó la cabeza del pequeño, le deseó unas buenas noches y se preparó para ir a ver a Farah. Se detuvo en la cocina, pensativo. No entendía por qué estaba tan renuente por hablar con su mujer. ¿Acaso era por haber estado con Stella? Tal vez esperaba evitar el tema del gobernador y la amenaza que sentía escondida detrás de todo el asunto.

Después, meditó un poco mejor el asunto y descubrió por qué evitaba a Farah. Sin la presencia del gobernador, Stella ya no tenía mucho qué perder. ¿Qué podía superar la vergüenza de que asesinaran a tu esposo, dejando escrito en su cuerpo la palabra “pedófilo”?

Se sentó por un momento en la mesa del comedor y meditó en que, posiblemente, investigarían a su esposo y, por ende, a ella. ¿Saldría a la luz su empresa de prostitución de nombre y fachada elegantes? Todo esto solo le llevaba a una conclusión, su amenaza de revelar todos los secretos de Stella y su esposo, ahora valían poco. Y también la conocía bien. Stella se llevaría con ella al infierno a todo el que pudiera arrastrar. Ya nada la contenía. Nada la mantendría lejos de Farah. Por lo que, tomó la determinación de contarle mucho de lo que calló por largo tiempo.

—¿Rhett?

La voz de Farah lo sacó de su abstracción.

—No sabía que habías llegado. ¿Qué raro que no pasaste a saludar? ¿Cenaste? —Algo miró en sus ojos perdidos—. Amor… ¿Estás bien? —preguntó, sentándose junto a él.

—Farah… Tenemos que hablar.

Ella retrocedió un poco, porque en el tono de su esposo había algo que sintió tenebroso y preocupante, aunque no dijera nada todavía.

—Necesito hablar contigo… —dijo él, y torció la boca como una clara muestra de incomodidad—. Tomaré algo. ¿Quieres una copa de vino?

Farah asintió en silencio. Algo dentro de sí le decía que mejor suavizaba aquella conversación con alcohol.

El Espartaco se sentó con un vaso bajo a la mitad de un aromático whisky y le entregó a su mujer una copa de su vino rosado favorito.

—Hubo una mujer en mi vida…




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