Mientras, Erin presenció todo lo acontecido entre Farah, Stella y Rhett. Miró a su amiga abrazada a su esposo y le dolió en el alma. Porque eran unidas como hermanas.
El timbre del celular sacó a Erin de sus pensamientos. Estaba sobre su escritorio, le dio la vuelta y vio en las notificaciones un mensaje de Max. Miró a Rhett y a Farah abrazados a través del vidrio. Volvió a la pantalla de su celular, pues conocía el pasado de Max y experimentó una mezcla de alegría y nerviosismo. ¿También se aparecería una mujer alardeando sobre cómo se sintió dormir con él? Apretó los párpados con desgano y abrió el mensaje.
"Chica cactus, ¿te gustaría cenar conmigo hoy?
Te llevaré a un lugar especial”.
Erin apretó el celular contra su pecho, hundiéndolo en una mezcla de ilusión y miedo que se agitó dentro, para luego escribir:
“Me encantaría”.
Con un corazón al final.
La noche envolvió la ciudad con una brisa fresca. Erin decidió regresar a casa caminando; se tomó su tiempo, y pensó… y pensó…
Llegó a su condominio. Le pareció que llegó en un abrir y cerrar de ojos. Estuvo tan absorta en pensamientos, que el tiempo pasó frente a ella y ni cuenta se dio. Se apresuró a tomar una ducha y descansó bajo el agua tibia que la recorrió. Observó el agua caer. A veces solo notaba que no pensaba en nada más que en aquellos tristes. ¿Qué había detrás de la expresión de Max?, se preguntó.
Salió rodeada de una toalla gruesa y larga, como las que solía usar, y comenzó un proceso lento que le gustaba. Recordó los consejos de Farah en el maquillaje: “No quieres parecer una chica fácil, pero tampoco inaccesible”. Así que, eligió un vestido que le favoreciera, pero que, a la vez, fuera discreto. “Maquíllate haciendo que tu belleza natural resalte”, rememoró, casi escuchando la voz de su amiga. Tuvo cuidado en cada detalle: el cabello, el color del vestido, los accesorios en combinación con sus zapatos, las pestañas, las uñas, las sombras, el delineado simétrico y los labios bien definidos, levemente agrandados.
Finalmente, se miró en el espejo, y ladeó la cabeza con un poco de desgano. Algo no se veía bien, pero tuvo la impresión de que era toda ella, y eso no lo podía cambiar ni mejorar más. Sus hombros se mostraron decaídos, pero le pareció escuchar a Farah, hablando junto a ella. “Muéstrate segura y fuerte, amiga, que no se noten los nervios devorándote”. Y sonrió al imaginarla dando aquel consejo que hasta a ella misma le costaba cumplir.
El timbre sonó y Erin dio un salto de sorpresa. Estaba casi lista, solo faltaba un detalle un importante, por lo que, roció su más fino perfume en lugares específicos, y sin saber por qué, levantó la falda del vestido y hasta allí se perfumó.
«¿Qué crees que harás, traviesa?». Y se rio de sí misma.
Abrió la puerta y encontró a Max de traje. Lucía guapo e imponente. Él ladeó una sonrisa. Lucía perfecto, sin importar lo que hiciera, como si supiera qué expresión mostrar o qué postura tomar para lucir mejor, cada vez mejor.
—Hola, Erin. Te ves preciosa.
—Gracias, Max. Tú también te ves muy bien, pero eso ya lo sabías.
Él se carcajeó.
Una tensión se sintió desde el elevador hasta el viaje de camino al restaurante, casi parecía estar sentada entre ellos. Partieron. Las luces intermitentes iluminaban a Erin. Ella observó a Max enfocado en la vía, y admiró su perfil perfecto. Y él la sorprendió mirándolo. Por lo que ambos solo rieron.
Llegaron a un amplio estacionamiento donde él dejó su auto. Erin no sabía qué esperar, así que ni se movió. Su galante caballero abrió la puerta del auto y extendió su mano en espera de la de ella. Erin salió el auto, sosteniéndose de él y comenzaron a andar. Tan solo pasaron minutos y ya se sentía dentro de un sueño del que, por momentos, quería despertar.
Sin aviso, Max la tomó de la mano y Erin no lo rechazó. Había cierta ilusión en andar de la mano con semejante hombre, atrayendo miradas.
Poco sabía el uno del otro sobre su pasado. Erin sufrió desamor una y otra vez. Algo le decía que esta no sería la excepción, pero se prometió disfrutarlo. Y Max… él simplemente no conocía el amor verdadero.
La noche, con sus tonos azulados, caía calmada sobre la terraza del Terrace 16. Un restaurante elevado desde el que se podía ver la ciudad con sus luces inquietas y percibir los sonidos que le daban vida.
—Me parece que te gustan las alturas —dijo, Erin, haciendo alusión al bar donde tuvieron su primera cita.
Max ahogó la risa.
—Pues sí, debo confesar que me gustan. No sé… Hay algo en la vista de Chicago que me calma a pesar del caos en que está sumergida.
Un elegante mesonero los dirigió a la mesa reservada con antelación y decorada con tonos azules y detalles mediterráneos.
Max tomó a Erin suavemente por la espalda para seguir al mesero. Ella sintió la tibieza de los dedos de Max en cada roce amable.
«Qué bonito», pensó Erin emocionada. En el centro de la mesa había un contenedor de cristal con colitas transparentes de color violeta, que el mesonero encendió. Un fuego aromático brilló delante de ellos, haciendo acogedor y tibio el momento.
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Editado: 09.11.2024