El departamento de los esposos Butler no quedaba lejos del bufete; sin embargo, el silencio de Farah durante el viaje fue ensordecedor para su esposo, porque algunas mujeres, cuando callan, gritan profundamente.
Los ruidos de la ciudad, los cornetazos y las conversaciones de los transeúntes, sonaban ahogados en la nebulosa en la que estaban sumergidos los esposos. Las luces iluminaban a ratos el cabello abundante y rojizo de Farah, y Rhett, al mirarla, solo meditó en lo mucho que la quería. Amaba su alegría, esa sonrisa que nunca más podría olvidar, pero estaba apagada. Así que, no soportó más. Su mujer no era así. Nunca lo sumergió en aquel lago de silencio antes, así que, el Espartaco se desesperó.
—Necesito que me hables, amor —intervino. Luego de tomarla de la mano—. Deja de simular que no te afectó lo de Stella.
—Es que no estoy así por Stella. Hay cosas que me incomodan: como que me llevaste a esa misma isla a la que fuiste con ella. Pensé que ese lugar era nuestro. No te mentiré, Rhett.
—Claro que ese lugar es nuestro. Te llevé allí porque quería darte lo mejor que estuviera en mis manos para dar. Ese lugar es mágico y así lo recuerdo contigo.
—Pero también lo recuerdas con ella.
—No, amor mío. Créeme. Los hombres no somos como ustedes. No romantizamos tanto las cosas cuando no son con la persona especial. Las memorias que tengo contigo en esa isla, nunca las cambiaría por nada, y son las únicas que me importa retener.
—Ese es solo un detalle que podemos conversar, Rhett. Pero… no es lo importante.
—¿Entonces qué te tiene así? —Acarició la mejilla de su mujer, quien se mantuvo sin mirarlo—. Lo que callaste. Agradezco que me hayas hablado sobre Stella. De algún modo, pude prepararme para lo que venía, pero… —No dijo más.
Farah llevaba un incendio que comenzaba a devorarlo todo.
—Dime, por favor —rogó, Rhett.
—¿Cómo te llamas realmente? —Al fin lo miró con ojos llorosos—. ¿Quién eres, Rhett Butler?
—¿Cómo me vas a preguntar eso? —se sintió indignado. Lucía alterado, por lo que orilló el auto y bajó por un instante. Caminó, intentando calmarse. Volvió a entrar. Fijó su mirada penetrante en Farah y habló con voz calmada—: Farah… Soy el hombre que te ha amado todo este tiempo. El que se preocupó hasta la muerte cuando te atacaron. Él te cuidó y acompañó. ¿Cómo es posible, mi amor? ¿Qué importa todo lo demás? He estado y estaré siempre para ti. He hecho por ti lo nunca hice por nadie. Farah… —tomó el rostro de su mujer entre sus manos—. Por favor… Créeme… Eso es lo único que importa. Yo te amo.
Ella asintió, pero no respondió.
Él esperó un “También te amo”, pero no llegó.
—No se trata de lo que conozco de ti, Rhett, o como sea que te llames —Eso lo hirió—. Puedo manejar tu pasado, porque también te he querido. Pero… fui sincera. No te escondí nada.
El dolor en la garganta de Farah, por contener el llanto, llegó sin falta. Tragó grueso, engullendo su tristeza y decepción.
Él encendió el auto y partió de nuevo camino a casa. Un molesto silencio los dominó. Hasta que Rhett al fin detuvo el carro en el estacionamiento.
—Conoces todo de mí, pero hoy descubro que me ocultaste tanto. Trata de ponerte en mis zapatos. Dame tiempo. Es lo único que pido. No te preocupes.
Rhett nunca vio antes esos tristes en Farah. Ella se alejó hacia al elevador. Él la miró en su andar cabizbajo. Al fin, ella volteó y lo miró. Muchas veces la observó alejarse, esperando que lo mirara, y ella lo hizo, esperándolo; no obstante, nunca fue así, como si arrastrara una tristeza.
Ella subió al elevador, y lo esperó, pero Rhett no bajó de su auto. No volvió a verla. No podía soportar la expresión decepcionada de su mujer. Apretó el volante con ambas manos, y apoyó la frente, pensando:
«Y te he escondido mucho más, mi amor mío». Le aterraba que, al contarle todo, ella no soportara la traición y menos el engaño.
Sin tardanza, encendió su auto y partió a un bar en donde citó a Max. Lo que necesitaba era estar solo, pero tenía claro que debía darle espacio y tiempo a su mujer. Al llegar, se sentó en una barra, pidió un whiskey seco y lo bebió, mirando, extraviado, la pared, sumergido en la memoria del rostro de su mujer. Una chica joven y hermosa se le acercó y le habló:
—Un hombre como tú no debería estar solo —golpeó su copa de vino con el vaso de él.
Rhett miró el vino rosado agitarse luego del choque de los cristales y recordó a Farah. Ese era su vino favorito.
—¿No me vas a mirar? —indagó la chica, que lo notó perdido—. También me siento muy mal —mintió—. Esta vida apesta, pero podemos acompañarnos. ¿Te gustaría?
Mas Rhett se mantuvo inmutable, mirando el muro, absorto. Y la chica se cansó de esperar una respuesta que nunca llegó.
Unos minutos después llegó Max. Posó su mano sobre el hombro de su amigo, y se impresionó. Solo en ese momento, Max comprendió que su hermano, nunca antes, estuvo desesperado por una mujer. Esto era algo nuevo para ambos.
—Farah está cerca de descubrir todo —dijo Rhett sin mirar a su amigo.
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Editado: 09.11.2024