Entre Clases

Capítulo 2: Sombras en las Palabras

Las palabras ya no tenían el mismo significado para Mar.

Antes, leer era su refugio. Ahora, cada página que hojeaba parecía cargada de dobles sentidos, de susurros que no estaban escritos pero que se colaban entre líneas. Como si el mundo literario que tanto amaba se hubiera contaminado con esa mirada, con ese recuerdo de una tarde entre estantes que no podía borrar.

Aquel lunes en la biblioteca, Mar regresó por primera vez desde el incidente. El lugar seguía igual de silencioso, igual de ordenado... pero algo en el aire había cambiado. Se sentía observada, aún estando sola. Como si los libros recordaran.

Buscaba uno sobre semiótica cuando vio algo que le hizo detenerse.

Mel, la chica del cabello rubio platino. Sentada en una mesa, con la mirada perdida en su celular, ausente. La reconoció al instante. Era ella. La chica del otro lado del estante. La que había estado con el Señor Martín.

Sin pensarlo demasiado, Mar la observó desde lejos. Parecía inquieta. Se frotaba el brazo con insistencia, como si algo la incomodara. Luego, de repente, se levantó y se marchó, dejando un libro abierto sobre la mesa.

La curiosidad pudo más que la prudencia.

Mar se acercó y echó un vistazo.

Era un poemario de Sylvia Plath. "Ariel". Páginas subrayadas con tinta azul. Algunas con pequeñas notas escritas al margen. Una frase resaltada saltó a sus ojos:

"There is no god but I."

Mar frunció el ceño. Cerró el libro con cuidado y lo devolvió a su lugar, pero algo dentro de ella se removió. Esa escena no tenía sentido. ¿Por qué Mel estaría leyendo a Plath, sola, con ese gesto de ansiedad?

Decidida a encontrar respuestas. Esa noche, desde su cuarto, buscó en la base de datos del campus los artículos publicados por el profesor. No encontró muchos. Uno, dos ensayos sobre narrativa moderna, una ponencia sobre simbolismo en la literatura romántica. Demasiado impecable. Demasiado perfecto.

Pero fue en un blog estudiantil —medio abandonado, con publicaciones de hace más de dos años— donde encontró algo interesante.

Una publicación titulada: "Profesor nuevo, viejas historias".

Era vaga, llena de insinuaciones. Un comentario en particular llamó su atención:

"No es la primera vez que se gana la confianza de una alumna para luego desaparecer cuando todo explota. Pero claro, nadie dice nada. Es carismático, es culto. Y, sobre todo, es hombre."

Mar se quedó helada. No había nombres. No había fechas. Solo insinuaciones. Pero todo su cuerpo respondió como si esas palabras fueran verdad.

¿Podía ser él?

¿Era solo paranoia?

La duda se instaló como una astilla bajo la piel.

Al día siguiente, evitó mirarlo durante toda la clase. Mantuvo la vista en sus apuntes, los dedos crispados sobre el bolígrafo. Pero eso solo pareció alimentar el interés del profesor.

—Miller, ¿podrías leer el fragmento de la página 214? —pidió él, con una sonrisa ambigua.

Ella tragó saliva. Abrió el libro. Su voz tembló al principio.

—"...Y cuando la conciencia se despierta, no puede volver a dormir, porque ha visto. Y lo que ha visto, ya no puede desverlo..." —leyó.

Un silencio denso se apoderó del aula.

Él la miraba fijamente. Ella sintió que le faltaba el aire.

—Excelente —dijo, con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

Cuando sonó la campana, Mar recogió sus cosas como si huyera de un incendio.

Pero en la puerta, él la detuvo otra vez.

—Te noto tensa. ¿Todo bien? —preguntó, como si se preocupara.

—Todo bien —respondió, con un tono más seco del que habría querido usar.

—¿Segura? —insistió, acercándose un poco más—. Si hay algo que te incomoda... puedes venir a hablar conmigo. Ya sabes dónde encontrarme.

, pensó ella. Y también sé lo que haces cuando crees que nadie te ve.

—Gracias —dijo solo, y se fue.

El jueves, encontró una nota en su casillero.

Solo decía:

"¿Qué viste realmente, Mar?"

No había firma. Ni letra conocida. Solo esa frase, escrita con bolígrafo negro sobre una hoja doblada.

La guardó, sin saber por qué. Quizás como una prueba. O como una advertencia.

Desde ese día, las cosas comenzaron a empeorar.

El profesor ya no se limitaba a miradas o frases ambiguas. Empezó a incluirla más en clase, a ponerla como ejemplo, a pedirle "opiniones personales" frente al grupo. A veces, incluso comentaba su forma de escribir, su manera de ver el mundo, como si se conocieran más allá del aula.

La gente lo comenzó a notar.

Sus compañeras la miraban con recelo. Algunas cuchicheaban cuando pasaba. Una incluso le dejó un comentario anónimo en sus apuntes:

"¿Te crees especial o solo fácil?"

Mar sintió la humillación como un golpe en el estómago. No era justo. Ella no había hecho nada. Solo había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

Y ahora era su vida la que empezaba a tambalearse.

Una tarde, harta de todo, decidió enfrentar a Melody.

La encontró en el baño, frente al espejo, retocándose el maquillaje.

—Necesito hablar contigo —dijo Mar sin rodeos.

Melody la miró por el espejo, alzando una ceja.

—¿Tú eres... la del primer año?

—Vi lo que pasó en la biblioteca.

La sonrisa de la rubia se borró. Cerró su labial con un clic seco.

—¿Y?

—Solo quiero saber... si estás bien. Si esto te ha pasado antes. Si a alguien más.

La chica se giró lentamente. La observó en silencio por unos segundos que parecieron eternos.

—Escucha bien, ratoncita —dijo al fin, con una voz baja pero afilada—. Lo que pasa entre él y yo no es asunto tuyo. Nadie te pidió que espiaras. Así que, si sabes lo que te conviene, olvida todo. Haz como si nunca hubieras visto nada.

—Pero...

—Te lo advierto —interrumpió, con frialdad—. No tienes idea de con quién estás jugando.




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