Entre El Amor Y El Odio

¿Acompañante?

Pasé la mayor parte de mi tiempo preparando el examen. Incluso en los pequeños descansos del trabajo en la cafetería, no dejaba de repasar.

 

«¡Dios! Elizabeth. Ya has leído esto. Abre otro libro —me dije tirándome de los pelos por la frustración».

 

Me había tomado tres días libres para prepararme bien. Me encontraba en mi casa, rodeada de un montón de libros y regañándome innecesariamente.

 

¡Dios! Estaba a un par de días para el examen, y aún me quedaban muchos temas por aprender. Y Ty lo daban de alta al día siguiente. Me sentía agobiada y colapsada por tantas cosas.

 

«Vale… Sí… Genial. Puedo hacerlo. Puedo seguir leyendo. —Me tranquilicé y me hice un moño en mi pelo desordenado».

 

Me relajé un rato y continué. Llevaba leyendo desde las 10 de la mañana. Hice un pequeño descanso para comer el almuerzo y de nuevo continué. Terminé casi todo y miré el reloj de pared. 

 

«¡Oh, Dios mío! Elizabeth. Son las cuatro. Has leído durante todas estas horas. Deberías sentirte orgullosa de ti misma». Me di una palmadita en el hombro y miré el móvil. Lo encendí y vi unos cuantos mensajes.

 

Ty: ¿Terminaste de estudiar?

¿No vas a venir al hospital hoy?

 

Ty: Bueno, Lizzy. Llámame cuando estés libre.

 

Cogí todos los libros del suelo y me levanté de allí. Puse los libros en la estantería y ordené todo. Después de eso, llamé a Ty.

 

—¡Ey, Lizzy!

 

—Hola, Ty!

 

—No sabes cuánto tiempo he estado esperando tu llamada.

 

—Sí, lo siento, Ty. Estaba un poco ocupada.

 

—Te has estado preparando durante los últimos meses. ¿Por qué te sientes tensa ahora? ¿Lo has terminado todo?

 

—Casi. Necesito algunos libros relacionados con la economía. Tengo que ir a una biblioteca.

 

—Puedes ir más tarde o mañana, Lizzy. Ahora ve y come algo.

 

—Me voy. Cuídate, Ty.

 

—Vale, adiós.

 

Corté la llamada y me dirigí al dormitorio. Vi mi reflejo en el espejo y pensé «¿Quién diablos es esa vagabunda?». Sentía la cara pálida por el cansancio de la lectura continua y mi delineador de ojos estaba corrido. Fui al baño, me refresqué y me vestí. Pensé en ir a la biblioteca, ya que Ty saldría del hospital al día siguiente, y tal vez eso me quitaría tiempo. Después de beber café, fui a la biblioteca más cercana. Me decepcionó encontrarla cerrada. Miré mi reloj. 

 

—¡Mierda! Son las 4.40. 

 

Solo abría hasta las 4.

 

Pensé en volver a la casa, pero tenía que aprovechar para acercarme a otra y no estaba demasiado lejos.

 

Caminé hacia ella y después de veinte minutos llegué al lugar. Entré y vi a mucha gente leyendo en silencio. Era una biblioteca excepcionalmente grande con muchos departamentos y libros. Era un edificio de tres plantas y tenía toda clase de literatura junto con otras materias. Firmé mi entrada y asesoré.

 

—¿División de economía?

 

El bibliotecario señaló con el dedo la tercera planta. 

 

—Gracias —susurré.

 

Avancé llegando a la sección de economía. Encontré muy poca gente en el departamento. La mayoría de las personas estaban en el departamento de literatura, en el de matemáticas y en el de ciencias.

 

Miré todos los libros. Saqué un libro y me senté en una esquina. Leí durante unos minutos y decidí pedirlo prestado. Me levanté de la silla y salí del departamento. Me sorprendió ver que no había nadie. Todas las sillas estaban vacías y no había nadie en ningún mostrador o sección. Me sentí aterrorizada y se me formó sudor en la cara. Bajé las escaleras. ¿Qué demonios había pasado?

 

Me apresuré a llegar a la primera planta.

 

—¿Hola? —grité. A pesar de ser una biblioteca, mi miedo me impulsó a gritar. 

 

No obtuve respuesta, salvo el eco de mi voz. Me precipité hacia la puerta e intenté abrirla, pero estaba cerrada con llave. 

 

—¡Eh! Estoy dentro. Que alguien abra la puerta—. Grité golpeando la puerta. 

 

Llegué de nuevo al pasillo e intenté salir por la ventana. Pero mis intentos fueron en vano ya que las ventanas también estaban cerradas. Tragué saliva con miedo y regresé lentamente. Se me heló la columna vertebral cuando mi espalda chocó con el cuerpo de alguien. Jadeé y me giré inmediatamente. Vi unos profundos ojos negros.

 

—¿Ian? —pregunté sorprendida.

 

—Sí—. Me guiñó un ojo. 

 

—Me has asustado.

 

Me pasé los dedos por el pelo y le vi esbozar su sonrisa perversa.

 

—¿Dónde están los demás? ¿Y qué haces tú aquí? —Levanté la ceja. 

 

—¡Bueno! Mientras hacía algunos negocios cerca de la calle, te vi entrar en la biblioteca. Pensé en hablar contigo. Sentí que los demás eran una molestia para nosotros. Así que mis hombres pidieron, más bien sobornaron al bibliotecario para que los enviara fuera. Todos salieron en silencio; yo entré y cerré la puerta. Pensé en no molestarte mientras estabas leyendo, así que esperé.

 

—¿Qué? ¿Disfrutas asustándome?

 

—Un poco.

 

—¡Dios! ¿Cómo no me di cuenta de que me estaba quedando sola?

 

—Eres una buena lectora, al que no le importa nada mientras lee, supongo. Además, se fueron en silencio sin crear ninguna molestia.

 

—¿Qué quieres? —pregunté mirándole. 

 

—Dios mío, ¿qué estoy viendo? ¿Es cierto? Vaya —cambió de tema.

 

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué es verdad?

 

—Tus ojos, amor—. Hizo una pausa. 

 

Dio un paso al frente apiñándome. Me quedé mirándole sin pronunciar palabra. —No veo ira ni odio en ellos—. Siguió mirándome a los ojos. 

 

—¿Qué quieres decir? —indagué.

 

—Siempre que me miras, tus ojos brillan de ira u odio. Pero ahora, no veo nada de eso.

 

Agaché la cabeza y me mordí el labio. 




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