Entre El Amor Y El Odio

Sí y No

Yo: Buenos días, Ty.

 

Le envié un mensaje a la mañana siguiente. Como era de esperar, no recibí respuesta. Mientras me preparaba para ir al café, alguien llamó al timbre. Abrí la puerta y vi a Ty con un ramo de rosas rojas en las manos.

 

—¿Ty?

 

—Para ti—. Me dio las flores y entró. Se sentó en el sofá y mantuvo la mirada en el suelo.

 

—¡Ty! ¿Quieres algo de tomar?

 

—No.

 

Se sentó en silencio, sin siquiera establecer un contacto visual conmigo. Me senté a su lado, hice el amago de decir algo, sin embargo él me interrumpió.

 

—Lo siento, Lizzy. No debería haberme comportado así ayer. Lo siento mucho, mucho.

 

Me cogió la mano y me suplicó.

 

—No, lo entiendo, te enfadaste. Era normal.

 

—¿Así que me has perdonado?

 

—Por supuesto. Créeme Ty, lo que pasó con Ian, no es culpa mía. No dije que sí para ser su acompañante. Es sólo una palabra que dije por confusión. No voy a ir con él.

 

—Bueno, lo siento. Me comporté como una estúpido ayer. Sé que no irás y que no es tu culpa pero...

 

Lo abracé.

 

—No pasa nada, pero cuando me hablaste con rabia, me sentí muy triste. Sentí que te había perdido.

 

Se me escapó una lágrima. Se retiró del abrazo y me cogió la cara.

 

—Nunca me perderás, Lizzy. Siempre seré tuyo. Nada podrá separarnos. Siempre te querré, pase lo que pase.

 

Le cogí la mano y le besé.

 

—Lo sé—, le dije.

 

Mientras hablábamos, recibí una llamada de Sean preguntando si iría al café. Le dije que sí, corté la amada y me di prisa.

 

—Tengo que ir al trabajo.

 

—Sí. Vamos. Iremos en coche.

 

Cerré la puerta y nos pusimos en marcha. En pocos minutos, llegamos a la cafetería.

 

—Adiós—. Salí del coche y se marchó.

 

Entré y saludé a Sean. Empecé a trabajar. Había pocos clientes, así que mi trabajo se hizo fácil. Después de un tiempo, me tomé un descanso en la sala de empleados. Me senté en la silla y relajé mis músculos. Sean entró para tomar algo.

 

—¿Cómo te fue el examen, Liz?

 

—No lo sé. Tengo que esperar a que salgan los resultados—. Respondí.

 

—¡Oh! Dentro de unos meses, te apuntarás a una universidad, conseguirás nuevos amigos, estarás ocupada y te olvidarás de nosotros, ¿verdad? —preguntó Sean con tristeza en sus ojos.

 

Me acerqué a él y lo abracé.

 

—No, Sean. Nunca te olvidaré. Eres como un guardián para mí. Vaya donde vaya, haga lo que haga, conozca a la gente que conozca, siempre tendrás un lugar especial en mi corazón. Eres como un padre para mí, Sean—. Le dije.

 

—¿Padre? Ya me has puesto como diez años más, ahora me siento mayor—. Se rió.

 

Sean era un hombre de treinta y cinco años pero era como un amigo para mí. Se preocupaba mucho por mí, igual que lo había hecho mi padre.

 

Después de una pequeña charla, seguimos haciendo nuestros trabajos. Mi turno terminó dos horas más tarde y fui a la sala a quitarme el delantal, y descansé un poco. Cuando estaba en la ahí, oí algunos ruidos del exterior. Inmediatamente abandoné la sala y vi la espalda de alguien a poca distancia. Estaba de pie y unos cuantos jóvenes le rodeaban. Se estaban tomando fotos y lo abordaban con preguntas.

 

¿Quién era él?

 

Me mordí el labio. ¿Era Ian? La columna vertebral se me heló de miedo con ese pensamiento. No, no podía ser él. Intenté ver de quién se trataba, pero la muchedumbre lo rodeaba impidiendo tener una imagen clara de él. Me hice pasó percatándome de que era moreno. Gracias a Dios, no era Ian. Me relajé y caminé hacia él. Al ver a la persona, me sorprendí.

 

—¿Sr. Richards? —.

 

No se percató de mi presencia. Siguió hablando con los jóvenes sobre algunas cosas de negocios. Hablaba de éxito, de empresas, de objetivos y de cosas de motivación. Lo escuché con atención, inconscientemente sonreí.

 

¡Estaba en la cima! Aunque era un hombre de negocios de alto nivel, no tenía aires de grandeza. Se dirigió a todos con respeto y humildad, pero, ¿qué está haciendo ahí?

 

Cruzó una mirada conmigo, haciendo que mis pensamientos se desvanecieran. Él también se sorprendió al verme. Me dedicó una pequeña sonrisa y quiso finalizar su encuentro con la gente que lo elogiaba.

 

—Bueno, chicos, tengo trabajo que hacer.

 

Con eso, los jóvenes se dispersaron.

 

—Hola, Lizzy. —Me saludó acercándose.

 

—Hola, Sr. Richards. Me alegro de verle aquí.

 

Le mostré una silla y le pedí que se sentara.

 

—Dígame, ¿qué quiere, Sr. Richards?— le pregunté.

 

Entrecerró los ojos.

 

—¿Trabaja usted aquí?

 

—Sí, señor. Ya llevo tiempo en esto, aunque mi turno ha terminado.

 

—¿Señor? Oh no, Lizzy. No me llames así. No soy un jefe para ti.

 

—Pero tú eres el cliente—. Sonreí.

 

—No quiero nada. Vamos, siéntate—.

Arrastró una silla y me pidió que lo acompañara.

 

—Pero, señor…

 

—No lo dudes—. Me agarró de la muñeca y me hizo sentar.

 

—¿Puedo preguntarte algo?

 

—Claro—. Dijo y sonrió.

 

—¿Qué hace en una cafetería cómo esta? —le pregunté.

 

Cuando iba a decir algo, alguien se acercó a él.

 

—Señor, las llaves. 

 

—Envíe ese coche a reparar.

 

—De acuerdo, señor. —Asintió marchándose.

 

Me quedé en silencio sin decir nada. El Sr. Richards me miró.

 

—Mi coche se averió cerca de este café. Llamé a mi gerente para que trajera otro coche y le dije que esperaría aquí.

 

Hablamos durante unos minutos y noté que Sean me miraba sorprendido.

 

—Bien, Lizzy, hasta luego—. Se levantó de la silla.




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