La tarde estaba tranquila, con el sol filtrándose entre las cortinas del salón. Elizabeth preparó la mesa del comedor con sus cuadernos, el portátil y algunos libros. En el fondo, su madre, Lisa, terminaba de limpiar la cocina pero no dejaba de mirar hacia la puerta.
—Mamá, es solo para hacer un trabajo —dijo Elizabeth, ya cansada del mismo tema desde el almuerzo.
—Ajá —respondió Lisa, sin quitarle el ojo—. ¿Y este chico, Axel? ¿Desde cuándo tan amigos?
—No somos amigos —aclaró rápidamente—. El profesor nos puso juntos.
Justo entonces se escuchó el timbre. Elizabeth fue a abrir la puerta. Axel estaba allí, con su cuaderno bajo el brazo y su mochila al hombro. Llevaba una camiseta negra y jeans. Su mirada, tranquila como siempre, se encontró con la de Elizabeth.
—Hola.
—Pasa —dijo ella, abriéndole paso.
Lisa se limpió las manos con un paño y caminó lentamente hasta la sala.
—Hola, Axel —dijo con una sonrisa educada, pero con el ceño ligeramente fruncido—. Bienvenido.
—Gracias, señora —respondió él con respeto.
—¿Tienen todo lo que necesitan? ¿Quieren agua, jugo, algo de comer?
—No, gracias —respondieron los dos al unísono.
Se sentaron en la mesa del comedor y comenzaron a revisar el tema del trabajo. Mientras tanto, Lisa se quedó en la cocina, aparentando estar ocupada… pero sus ojos iban y venían como un radar.
Cada vez que Axel se inclinaba para señalar algo en el cuaderno de Elizabeth, Lisa hacía un ruido con los platos.
Cada vez que se reían o se miraban, su mamá fingía pasar cerca “por casualidad”.
Más tarde, cuando Axel se fue, Elizabeth fue a la cocina a buscar agua, pero se encontró a su madre con los brazos cruzados.
—¿Y qué tanto hablan? —preguntó Lisa, mirándola fijamente.
—Del trabajo, mamá. Solo eso.
—Ese chico no me gusta. Tiene algo… no sé. Algo en su mirada. Como si escondiera cosas.
—Tú no lo conoces —replicó Elizabeth, algo molesta.
—Exacto —dijo Lisa con firmeza—. Y tampoco quiero que tú te confundas creyendo que sí lo conoces. No me gusta cómo te mira.
Esa noche, cuando su padre llegó del trabajo, Lisa le comentó lo sucedido. Jairo, con su acento francés suave y pausado, se sentó junto a Elizabeth en el sofá.
—Mi petite… —le dijo, tomándola de la mano—. La gente como Axel a veces tiene cicatrices que no se ven. Solo quiero que tengas cuidado, ¿d'accord?
Elizabeth no dijo nada. Se limitó a mirar por la ventana.
Afuera, en la oscuridad, Axel volvía a sentarse en la acera, dibujando.
Y aunque lo negara con palabras, algo en su pecho comenzaba a latir más fuerte cada vez que lo veía