La habitación de Axel estaba en penumbras. Las luces de la calle entraban por la ventana, dibujando sombras suaves sobre las paredes. El reloj marcaba las 2:47 a. m., y él seguía despierto, boca arriba, con los ojos abiertos.
Tenía el celular en la mano, y aunque ya había leído todos los chats, su atención volvía una y otra vez a uno solo: el de Lizzie.
Aquel mensaje que él le había enviado… no había sido contestado.
Pero no se arrepentía de haberlo escrito.
Suspiró, cerró los ojos… y entonces, la vio.
Soñó con Lizzie.
Estaban sentados juntos en la azotea de un edificio, con el cielo estrellado encima. Ella reía, con el cabello movido por el viento, y le contaba algo que no podía escuchar, pero que lo hacía sonreír.
En el sueño, Axel le tomaba la mano. Ella no se soltaba.
—Tú no me tienes miedo —decía ella, con la voz suave.
—No. Pero sí miedo de perderte —respondía él.
Despertó de golpe, el corazón latiendo con fuerza.
Se pasó las manos por la cara, molesto consigo mismo.
—¿Qué me pasa? —murmuró, sentándose en la cama.
Recordó lo que había dejado en España. Las bandas. Las peleas. Las noches sin rumbo.
Y ahora soñaba con una chica como Lizzie.
Una que no confiaba en él. Una que lo miraba como si no supiera si debía odiarlo… o entenderlo.
Se levantó, caminó por la habitación en silencio.
Desde la cocina, su tía Carmen lo escuchó moverse.
—¿No puedes dormir? —preguntó, asomando con una taza de té en la mano.
Axel negó con la cabeza.
—Es por una chica, ¿verdad?
Él alzó una ceja.
—¿Cómo sabes?
—Porque los chicos solo se desvelan por tres cosas: problemas, remordimientos… o chicas.
Axel sonrió apenas.
—Es diferente, tía. Ella… me ve distinto.
—¿Y tú cómo la ves a ella?
—Como alguien que podría salvarme… o destruirme si me aleja.
Catalina se acercó y le dio la taza.
—Entonces haz lo correcto. Que si ella vale la pena… no la pierdas por orgullo.
Axel volvió a mirar el celular.
El mensaje seguía sin respuesta.
Pero él no iba a rendirse tan fácil