Entre el cielo y el infierno - Trilogía cielo o infierno #1

Apariencias engañosas

 

«Si exorcizara mis demonios,

bueno, mis ángeles podrían irse también».

 

—Tom Waits—

 

Aíma faltó un par de días al colegio; pero esa mañana volvería, no podía quedarse encerrada, como una pequeña temerosa, Aíma Smert no le temía a nada ni nadie. Si los ángeles querían sangre, se las daría y era seguro que derramada no sería suya. Las clases transcurrieron con normalidad, todo estaba como de costumbre; los mismos idiotas, haciendo lo normal. Entrando al comedor tropezó con Honey, nunca le había gustado su nombre tan empalagoso; ella era la capitana del equipo de natación; lucía tan feliz que le se sintió asqueada.

La pelirroja usó su poder para manipular su mente de manera sutil, reconociendo sus temores; la joven tenía miedo de ser gorda, la verdad estaba muy lejos de serlo, era tan delgada que casi podría hacerle competencia a una escoba, su cabello negro, caía lacio hasta llegar a su cintura, poseía una piel aceitunada y en su cara brillaban un par de ojos casi dorados, como la miel.

 En realidad, era muy bonita para tener tantos traumas; pero Aíma no se encontraba allí para ayudar, sino todo lo contrario. Introdujo en su mente pensamientos de sobrepeso, celulitis, personas burlándose. Su felicidad fue opacada por las lágrimas que cubrieron su rostro. Una extraña presencia llamó la atención de Aíma; la figura femenina que nunca antes había visto, le miraba con reproche, como si supiera lo que acababa de hacer; pero eso era imposible, la perturbadora joven, debía tener su edad, aunque aparentaba un poco menos, su cabello tenía un tono rubio muy claro, sus ojos tan azules le proporcionaban una mirada tan profunda, que parecía tener el poder de robar tu alma; no llevaba uniforme, hacienda evidente que no era una estudiante. La observo detenidamente, puesto que la rubia no dejaba de mirarle, notó a Daniel sujetándola por el brazo, hasta encaminarla hasta el invernadero, la pelirroja pensó que podrían ser familiares; pero su curiosidad no era tanta como para seguirlos.

 

— ¡¿Qué haces aquí?! —le reprochó Daniel a la joven rubia, con evidente molestia.

—Si no haces tu trabajo, mandaran a alguien más—contestó llena de soberbia.

—¿Ellos te mandaron?

—¿Qué crees, mi Dani? Esto es una advertencia, si no lo haces, yo lo hare—su voz sonaba dulce, pero sus palabras eran agrias—. Vistes lo que hizo y no puedes negarlo. Termina de una vez con ella, será lo mejor para todos—soltó la rubia decidida.

—Es mi trabajo eliminarla, Sunshine—susurró Daniel serenamente

— ¡Pues hazlo de una vez! —insistió ella y desapareció.

«Mi misión era fácil, debía venir al colegio, encontrar a la hija de Ölüm y acabar con ella; pero por alguna razón, cuando traté de hacerlo no pude, di marcha atrás. Ahora ellos me han mandado un ultimátum; debo matarla o Sunshine se encargará y en cuanto a crueldad, a veces pareciera que ella compartiera una taza de té con el diablo» pensó Daniel.

 

***

 

La joven dejó de trabajar activamente desde que la marca apareció en su mano, pero ya era tiempo de volver a la acción y colaborar en la destrucción de los seres felices del mundo. Se acercó hasta el espejo de su habitación, dándole inicio a su preparación, cepillo su cabello hasta dejarlo lacio, se puso una minifalda roja, un top negro brillante, junto con unas botas rojas. Revisó las redes sociales en busca de los clubes y bares de moda, aunque pareciera increíble en estos sitios se podían encontrar almas puras; luego de unos minutos de investigación, dio con el lugar ideal, un sitio llamado “Club Neón”, estaba segura de que sería una gran noche; tomó las llaves de su convertible rojo, para ir rumbo al Neón.

  Había vuelto y se moría por robar un par de corazones, en el mal sentido de la palabra obviamente. Llegó al establecimiento alrededor de las 11 de la noche, inspeccionó el área en busca de la persona perfecta, hasta que sus ojos se cruzaron con los suyos; era un joven de unos 17 años, se le veía un tanto incómodo, no se sentía nada a gusto en el lugar. Aíma pudo sentir que era el indicado, sin vicios ni bajas pasiones; un alma limpia todavía; del tipo que le gustaba recibir a su padre y al bicho raro de Kurde, por un momento lamento que él terminase en sus manos, pues toparse con esa cosa era algo que no le deseaba a nadie.

 

—Hola—soltó la pelirroja con una amplia sonrisa, sentándose junto a al joven de ojos marrones y cabellera azabache. Le miró nervioso, como si yo fuera un ser irreal.

— Hoo... la— logró decir, su rostro se veía apenado.

— ¿Qué te parece si vamos a otro lugar? —susurró a su oído, poniéndose tan cerca de él, que pudo sentir su respiración entrecortada.

 

 Le extendió su mano, invitándole a tomar su oferta; el joven no dudo en aceptarla y salieron rápido, corriendo como un par de amantes en fuga. Llegaron a un callejón cercano, lo empujó contra la pared con premura, sintió sus manos recorriéndole la cintura con desesperación; ella deslizó las suyas lentamente, desde su abdomen hasta su pecho.




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