Entre el cielo y el infierno - Trilogía cielo o infierno #1

 Dolorosos engaños

 

«Somos fácilmente engañados

por aquellos a quienes amamos».

—Molière—

 

El ambiente continuaba tenso, Aíma seguía sumamente alterada y deseosa de una pronta venganza, ese par se las pagarían, eso era seguro. Kólasi̱ estaba un poco perturbado, sin duda no se sentía cómodo con la situación, puesto que sus lazos con ese par de hombres eran muy fuertes.

 

— ¿Puedo quedarme? —preguntó Kólasi, su tono era un tanto distante.

—Mi casa es tuya—se limitó a decir la pelirroja—. ¿No pensarás que te dejaré volver con esos idiotas? ¡Eso jamás! —añadió firmemente, mientras se sentaba en el sofá.

—Tomaré una ducha—soltó subiendo las escaleras.

—Puedes hacer lo que quieras. Puedes usar todo lo que hay aquí—aseguró amablemente.

— ¿Hasta a ti? —preguntó una sonrisa traviesa en el rostro y se giró para escuchar la respuesta.

—Sí, pero no me hagas molestar—contestó la pelirroja. Él sonrió nuevamente y continuó subiendo las escaleras.

 

Kólasi̱ había sido parte de su vida, desde que la pelirroja tenía memoria. Lo conoció el día que nació; él la miró y sonrió, aunque en aquel entonces solo era un niño. Él siempre estuvo para ella; jugaban constantemente, en las noches solía contarle historias, antes de dormir. Cuando era un adolescente, siempre se las ingeniaba para colarse por su ventana, se quedaba acompañándola hasta que se dormía. Nunca se lo dijo a nadie, pero la razón por la que coleccionaba los corazones de sus víctimas como trofeo, se debía a él; recordó que solía leerle el cuento de Blancanieves, adoraba a la reina malvada, por eso decidió llevarse los corazones, como prueba de muerte. Ese era su pequeño secreto.

La joven tomó una ducha de agua fría, porque la caliente empeoraría su mal humor, dejó que el agua azotara su pálida piel; al terminar se envolvió en una toalla y subió a la habitación. Kólasi̱ se encontraba recostado sobre la cama; últimamente había estado raro, ella podía notarlo, aunque él trataba de ocultarlo. Se dirigió al closet, saqué un pijama de color morado, que constaba de un short y una camiseta ligera.

 

— ¿Estás molesto? —preguntó la joven, acostándose a su lado.

—No—se limitó a contestar sin mirarla.

—Yo lo estoy y mucho. ¡Merecían ser decapitados! —soltó Aíma indignada.

—No lo harías—comentó entre risas.

— ¡Claro que lo haría! Me detuve, porque pensé que no me apoyarías—le aseguró.

— ¿Te importa lo que pienso? —preguntó sorprendido.

—Sé que para ti era una situación difícil; porque ambos son como tus padres, o algo así—dijo mientras jugaba con sus uñas.

—Sería una traición rebelarse contra ellos—susurró Kólasi̱ con tristeza.

—Yo los decapitaría, y tú. ¿Qué harías? —comentó curiosa.

—Yo no quiero matarlos—aseguró él joven.

—Siempre he tenido una duda—musitó mirándolo a los ojos.

— ¿Cúal? —preguntó confundido.

— ¿Qué poderes tienes?

— ¿Mis poderes? —preguntó desconcertado.

—Sí, tienes que tener por lo menos uno, o si no, ¿cómo haces para matar? —insistió sentándose a horcadas sobre él.

—No me dedico a matar, eso lo haces tú—respondió, acariciándole la espalda.

— ¡Mientes! Yo sé que has matado, le sirves al demonio del asesinato—chilló e intentó alejarse de él, sabía que la engañaba.

—Los hago explotar—soltó, sosteniéndola por la cintura para evitar que cambiara de posición. — ¿Contenta, nena?

— ¿Igual que una bomba? —preguntó acariciándole el pecho.

—Ya verás, observa la puerta, nena—dijo él. La pelirroja fijó la vista en la puerta de la habitación. Kólasi̱ movió las manos y la madera voló en miles de pedazos.

— ¿También puedes hacerlo con las personas?

—Podría, si quisiera—admitió—pero los derramamientos de sangre son tu estilo, no el mío.

—No sabía que los demonios tuvieran ese poder.

—No es un poder demoniaco. Lo heredé de mi madre; era una bruja—confesó él y le dio un golpecito en la frente.

—En el inframundo hay pocas brujas. ¿nunca escuché hablar de tu madre? —aseguró con certeza.

—Ella no vive en el inframundo, sino en la tierra—contesto él serenamente.

— ¿Cómo se llama? —preguntó por mera curiosidad.

—Phoebe—contestó él—. Duerme, fue un día duro y mañana tienes colegio—agregó cambiando el tema y se dio la vuelta, para quedar encima de ella, luego le dio un beso.

— ¿Quieres que cierre la boca? —dijo ofendida.

—La verdad sí. Pero también necesitas descansar. Duérmete nena; tenemos una vida entera para tus interrogatorios—respondió con una sonrisa triste.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.