Entre el cielo y el infierno - Trilogía cielo o infierno #1

Verdades insondables

 

 

«Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto».

—Proverbio chino—

 

Al levantarse Aíma miró el reloj, faltaba menos de media hora para que empezaran las clases. Tomó una ducha rápidamente, se puso el uniforme, recogió mi cabello en un moño alto, luego tomó mis lentes, junto con el bolso escolar y bajé las escaleras de dos en dos, no quería perder el bus nuevamente.

 

 — ¡Justo a tiempo! —exclamó al ver el transporte del instituto acercándose. Se detuvo frente a su puerta y ella subió. Se sentó junto a una joven de segundo año, cuyo aspecto haría que cualquiera pensara que crucificaba gatitos; pero viendo más allá de lo exterior, su aura era luminosa. Tenía cabello negro a la altura del mentón, con las puntas teñidas de un azul, sobre el uniforme llevaba una chaqueta de color negro con calaveras, que le llegaba hasta las rodillas.

— ¡Mira Andrés!  Los dos fenómenos reunidos—gritó Gustavo cuando él y su amigo pasaron junto a ellas Ambos rieron ante el comentario de mal gusto. Aíma se contuvo, pero pronto se las pagaría y vería la clase de fenómeno que era. El transporte se detuvo, Aíma bajo y alguien la tomó por el brazo bruscamente.

— ¿Qué quieres ángel? —suspiró al descubrir que era Daniel quien la sujetaba.

—Acompáñame, quiero ir a un lugar importante—respondió él serenamente.

—Lo siento, pero no soy guía de turistas. Suéltame la clase va comenzar —comentó tratando de soltarse.

—Me vas a acompañar, por las buenas o por las malas, cariño—aseguró Daniel seriamente.

— ¿Me vas a obligar? —se mofó soltando una carcajada.

—Tú lo pediste—murmuró él e hizo presión sobre la marca en su mano; una especie de corriente recorrió las venas de la pelirroja. —Quisiste que fuera por las malas—susurró dulcemente a su oído. Ella trató de soltarse, pero le fue imposible, era como si su mano estuviera clavada a la de Daniel.

— ¡¿Qué demonios me hiciste?! —gritó entre molesta y asustada.

—No te podrás soltar, hasta que yo quiera que lo hagas, dulzura—admitió sonriendo.

— ¿Acaso es un secuestro?

—Te llevaré a un lugar, es importante para ambos—agregó secamente. Luego la obligó a caminar por el pasillo, rumbo al jardín trasero del colegio; se acercaron a un árbol enorme y lo siguiente que la pelirroja vio fue un antiguo cementerio.

—Lindo lugar—soltó Aíma mientras embozaba una sonrisa.

—Necesito que veas algo—anunció señalando una tumba, era de mármol blanco, un par de flores amarillas reposaban sobre la fría piedra. Ella se inclinó para mirar el epitafio; una extraña sensación recorrió su cuerpo. Sobre la tumba reposaba el siguiente escrito:

Nadia Stevens

Amada hija y hermana

Q.E.P.D

Tu luz se apagó, antes de que pudieras brillar en tu máximo esplendor.

 

— ¿Sabes quién era? —preguntó Daniel.

— ¿Algún familiar tuyo? —respondió mientras recorría el epitafio con los dedos.

—Es la tumba de tu madre—señaló sentándose, en el borde de la misma.

— ¿Cuál es tu plan? ¿Una reunión familiar? —soltó con indiferencia.

—No tengo ningún plan, pensé que te gustaría venir a conocer el lugar donde descansa su cuerpo—admitió arrancando una hierba rebelde.

—Son un montón de huesos, muchos de ellos rotos; te lo puedo asegurar si eso era todo. Tengo cosas importantes—dijo la pelirroja y desapareció. Decidió saltarse el colegio, fue directo a su casa y llegar le envié un texto a Kólasi̱.

 

¿Qué haces? Ven a mi casa, es importante.

 

Media hora después, todavía no le había contestado; así que le envió otro mensaje:

 

Debes estar creando una masacre, es lo único por lo que te perdonaría que me ignores.

 

Se puso un pijama azul marino de encaje y ordenó una pizza, se la llevaron luego de diez minutos, le pagó al repartidor, quien se enfocó en la curva de sus senos. Empezó a comer mientras revisaba el celular, todavía no le había contestado, eso le disgustaba:

 

No sé qué demonios haces, pero a menos de que en las noticias digan que es el fin del mundo, no te perdonaré semejante ofensa.

 

Se sentó en el sofá y subí el volumen de la música. al tope.

***

 

— ¿Qué quieres Sunshine? —preguntó Daniel en cuanto la rubia apareció, en su refugio terrenal.

— ¡Levántate de ese sillón, flojo! Necesito que vayas ahora, hasta la casa de la hija de Ölüm y veas si se encuentra acompañada—le ordenó Sunshine, se notaba preocupada.




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