Entre el cielo y el infierno - Trilogía cielo o infierno #1

Tormento eterno

«Un alma santa no nace de un paraíso;

 nace de un infierno».

Antonio Porchia

 

—Si alguna vez deseaste irte al infierno no te lo recomiendo. Quisiera estar lejos de aquí, cada cinco minutos, estoy siendo azotado por una lluvia de cuchillos ardientes, me atraviesan la piel, rasgando profundamente, hasta llegara los huesos, trato de respirar hondo para contener las ganas que tengo de gritar, pero el dolor es tan fuerte que me es imposible soportarlo, luego de los cuchillos viene una llamarada de fuego, sentir el fuego consumiendo mi piel, es sin duda una sensación atroz, el peor dolor físico que alguna vez sentí. Después de vivirlo en carne propia, no creo que se le debería desear el infierno a ningún mortal, sinceramente ellos son unos tontos, no saben apreciar lo que poseen; la ambición los ciega a tal grado, que terminan condenándose por toda la eternidad—susurró Kólasi̱ con tristeza inmensa tristeza, pero nadie podía escucharle, yacía atado de manos y pies, sostenido por gruesas cadenas que le impedían caer al abismo, pero le condenaban a una tortura física. Se limitó a mirar al vació, adolorido, sangrante, agotado, perdido, pero a pesar de ello, muy en el fondo se ataba al anhelo de ser rescatado, aunque seguramente nunca sucedería.

 

Deseaba ser rescatado por Aíma o Sunshine; pero sabía que ninguna de ellas lo haría, Sunshine era demasiado prepotente, lo único que valía para ella era el bien mayor, ayudarlo no haría una diferencia de provecho. Y lo más probables es que Aíma se hubiera enterado de todo, por lo solo tendría ganas de matarle; más allá de sus anhelos sabía que aquello era una trampa, no quería a ninguna de las dos allí, odiaría verlas lastimadas por su culpa.

 Aunque no lo pareciera, ante sus ojos ese par de hermosas mujeres eran muy parecidas, trabajaban para bandos diferentes, pero ambas en el fondo ocultaban a unas niñas caprichosas y dulces, a pesar de que lo dulce casi no se les notase. Los cuchillos y el fuego, traspasaron su piel nuevamente, quemándole, desgarrando la carne a su paso, marcas se dibujaron sobre su piel, una cascada de sangre, brotaba sin parar, la muerte sin duda sería un alivio, pero nadie moría allí; ese era un lugar destinado a tortura la peor forma de muerte conocida por los demonios, sufrir hasta sentirte al borde de la misma, pero sin tener la esperanza morir.

 

                                                                                   ***

 

           — ¡Sabia que la bastarda vendría por su niñero! —se mofó una voz masculina que la pelirroja reconoció de inmediato, era Vladimir.

            — ¡Maldito! ¡¿Qué le hiciste?!  —chilló llena de rabia, nunca pudo comprender el odio desmedido que él le tenía.

              —Yo nada—respondió él, subiendo las manos en señal de inocencia. Una punzada golpeó el vientre de Aíma, era como si la estuviesen apuñalando desde adentro; trató de acercarse a Vladimir, pero el dolor se lo impidió.

              — ¿Q- qué m-me hiciste i-infeliz? —logró pronunciar la joven con mucha dificultad, debido al dolor que le invadía.

           —Es un hechizo muy simple; es perfecto para torturar impuros—respondió el rubio con soberbia.

            —Eres tan débil. Recurres a hechizos para controlarme, sabes que de lo contrario ya estarías muerto—se burló ella y soltó una carcajada, a pesar de encontrarse en el suelo, producto de un dolor agudo.

           — ¿Fuerte? Eres una mocosa engreída, con ínfulas de superioridad—bramó Vladimir con clara molestia.

            —Una mocosa que te dejo ciego, sin esforzarse—comentó entre risas, aunque apenas y podía contener las lágrimas.

            — ¡Desgraciada! —chilló Vladimir iracundo. Pronunció un rito oscuro, en algún idioma extraño para la pelirroja, quien sintió como intentaban sacarle las entrañas, el dolor se incrementó, dejándole tendida en el piso rocoso, la sangre empezó a brotar por de su boca, casi ahogándola, sin duda esa no era la forma, imaginó que moriría; Vladimir se le aproximó, portaba una espada en su mano derecha, ella trató de correr, pero su cuerpo no reaccionó.

 

        —Nada te salvará, sucia perra—se jactó Vladimir, donde antes reposaban sus azules ojos ahora reinaban un par de agujeros negros.

 

 

***

 

            Phoebe estaba sentada, observando un álbum de fotografías, era difícil enfrentarse a un pasado que trató de borrar durante veinticinco años; alejarse de los demonios fue su elección, no se arrepentía de ello. Las imágenes alegres de un ser tan extraño, pero cercano a la vez le confirmaron que había hecho lo correcto. Un joven apareció frente a la bruja, al principio Phoebe sintió temor, aunque no le costó mucho reconocer que era un ángel y aunque eso le sorprendía, era mejor que presenciar una aparición demoniaca.

 

             — ¿Qué haces aquí? —preguntó ella confundida.

             —Estoy buscando a alguien—contestó Daniel sin mirarla, le preocupaba haber perdido el rastro de Aíma un par de minutos atrás, eso era casi imposible teniendo en cuenta la marca que la jovencita portaba y que solamente él o la muerte podrían eliminar.




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