Entre el cielo y el infierno - Trilogía cielo o infierno #1

Acciones inesperadas 

 

 

«El rumbo de los acontecimientos dependerá

 de circunstancias ajenas a los designios oficiales».

—George Santayana—

 

«Tengo que regresar al cielo; me han estado llamando todo el día y los he ignorado adrede. Debo verla a ella primero, siento que la cabeza se me va a explotar, su voz llamándome retumba desde hace horas, sus pensamientos logran alterarme, nunca se detiene, piensa cosas verdaderamente aterradoras» pensó Daniel masajeándose la sien.

 

— ¡Qué bueno que llegaste! —exclamó Sunshine, en cuando Daniel apareció frente a ella—. Por un momento pensé que no regresarías—añadió serenamente.

—Estoy bien—dijo él—. Aunque es molesto oír tu voz, a cada segundo dentro de mi cabeza—se quejó Daniel con desagrado.

— ¡Te lo mereces por no responderme! —le reprochó, colocándose blanco con palomas bordadas en hilo dorado.

— ¿Por qué llevas tu atuendo oficial? —preguntó Daniel. La rubia portaba una vestimenta blanca y dorada, incluso sus uñas tenían esos mismos colores.

  —Ya es hora, ¿estás preparado, hermano? La batalla comenzará y sabes que no me gusta perder—soltó Sunshine, trenzando su rubia melena, sobre su hombro derecho.

—Lo estoy—respondió él y ella asintió dulcemente, saliendo de la habitación para que él se preparase.

 

«Hemos esperado tanto por este momento, que por un instante pensé que nunca llegaría. No tengo certeza nada; pero así son las batallas y cuando se lucha por un bien mayor no debe sentirse miedo a la extinción, sé que después de que todo termine nada será igual; quizás el cambio sea bueno, pero también puede ser malo» meditó Daniel mientras se estaba vistiendo para la batalla.

 

— ¿Qué sucede, Dan? La vi, ella se veía siniestra—la dulce voz de una joven, interrumpió sus pensamientos.

—Todos están listos, solamente esperan órdenes para comenzar ¿y quién creen que las dará? —musitó Daniel, acariciando la cabellera castaña de Nahila, era más baja que él, llevaba un vestido de seda azul. Desde lejos observaron una gran cantidad de ángeles y arcángeles reunidos en tropas, por rango y fuerza.

— ¿Listo? —suspiró Sunshine apareciendo tras ellos.

 —Listo—contestó Daniel seriamente. Nahila se despidió de él y abandonó la habitación, ella no tenía permitido intervenir en la batalla.

— ¡Hora de jugar! —cantó Sunshine alegremente. El mensaje no iba dirigido a Daniel; sino para ellos, los nephilims reclutados para nuestro ejército, esos que hemos entrenado durante mucho tiempo.

—Todo saldrá bien. No te asustes será divertido, cortar miles de cabezas—añadió con una amplia sonrisa.

— ¿Lo disfrutas?

—¿Qué crees? Soy la voz encargada de anunciar la batalla, tú serás el primero en atacar. Entiendo que sea difícil para ti—confesó ella y lo sujetó por los hombros—. Míralo por el lado bueno, muchos de nuestros guerreros estaban condenados, pero ahora no importa si viven o mueren, porque su elección los ha salvado—le animó ella y él sonrió. Sunshine siempre tenía razón.

***

 

El infierno está plagado de sentimientos extremos, capaces de herir por el simple placer de ocasionar dolor, pero otros te sumergen en el delirio de las pasiones, ambos sentimientos pueden ocasionar placer. Aunque solo por uno de ellos, un ángel al igual que un mortal se convertirían en demonios. No en vano dicen que Dios otorgó el placer del sexo solamente a la raza humana, de ahí surgieron tantos descontentos en el reino celestial, ese fue un placer negado para los ángeles.

— ¡¿Dónde estabas?! —gritó Kovat furioso, señalando a Kurde, quien caminaba por uno de los pasillos más estrechos del infierno, cargando una antorcha entre sus pequeñas manos. Ella lo ignoró y él le sujetó por el brazo lleno de rabia.

 — ¿Con qué derecho te atreves a tocarme? —soltó Kurde dulcemente, su mirada se veía tenebrosa.

— ¡Me ignorabas! —contestó él ofendido.

—Era mejor para ti que lo hiciera, pero si quieres jugar. Entonces juguemos—cantó ella, embozando una gran sonrisa, capaz de erizarle la piel al más valiente. —  Niños la comida llegó ¡Die, Hate! ¡Vengan mis bebés! —añadió la pequeña.  Gruñidos y sombras enormes se reflejaron en las paredes, los gruñidos aumentaron, las sombras se volvieron más grandes.

— ¡Te convenía ser ignorado! Entenderás que conmigo no se juega—aseguró Kurde confiada y Kovat palideció.

— ¡Basta, no es gracioso! —gritó él algo nervioso.

—Deberías correr. Cualquiera en tu lugar, lo haría sin dudar—susurró ella tiernamente—. ¡Ataquen mis bebés! —ordenó con voz firme. Kovat empezó a correr.

 

 Mientras unos corrían por su vida, otros cedían ante la tentación de lo prohibido. La enorme sala de juntas estaba poco iluminada, telas rojas colgaban del techo, runas antiguas relucían, sobre la pared de ladrillo, dándole refugió a la pasión.

—Ven—dijo Cassius palmeando el escritorio, Marie salió de su escondite, danzó descalza entre las telas y le sonrió.




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