Entre el Lujo y la Realidad

Capítulo 3

Lía

La puerta de mi diminuta casa chirrió al abrirse, como si también ella se quejara del tiempo y la falta de mantenimiento. Sus paredes agrietadas y el techo que amenazaba con derrumbarse parecían reflejar mi propia incertidumbre. Al cruzar el umbral, sentí un peso en el pecho. No había nadie esperándome, nadie para preguntar cómo había sido mi primer día de clases. Pero eso no era nuevo. Hacía tiempo que había dejado de esperar calidez de unos padres que, simplemente, nunca supieron cómo brindarla.

“Ya es suficiente de pensar en ellos,” me dije mientras dejaba mi mochila en un rincón. No quería dejar que ese sentimiento me consumiera. Mi primer día había sido emocionante, y aunque mi vida en la universidad parecía un acto constante de equilibrio sobre una cuerda floja.

Me dejé caer sobre el desvencijado sofá y saqué mi celular, un lujoso modelo por el que había trabajado incansablemente para comprar. Sabía que cualquier cosa que mostrara en la universidad debía ser impecable y acorde al nivel de opulencia que todos parecían tener. Era una máscara necesaria. Una notificación me hizo parpadear. Un mensaje de Daniel.

Daniel: Hola, ¿qué tal tu primer día?

Sonreí. Era una pregunta simple, pero su intención de hablar conmigo me llenaba de una calidez que no esperaba.

Yo: Bien, creo. Aún tratando de acostumbrarme a todo.

Daniel: Seguro te va a ir genial. Si necesitas algo, solo dime. ¿Qué tal si me cuentas algo divertido de hoy?

Y así comenzó nuestra conversación. Hablamos de anécdotas tontas, de cosas que nos hacían reír, de cómo un profesor había confundido el nombre de un estudiante. Su sentido del humor era contagioso, y por primera vez en mucho tiempo, me encontré riendo de verdad. Así era tener un amigo, supongo. Por unas horas, olvidé mis preocupaciones, pero todo tiene un límite, y pronto me despedí.

Yo: Daniel, fue divertido, pero tengo que irme.

Daniel: Claro, no te preocupes. Mañana seguimos. Descansa.

Suspiré, apagando la pantalla del teléfono. Esa felicidad fugaz se desvaneció al enfrentarme a la realidad. Los gastos de la pensión, la comida, los libros… No podía seguir dependiendo solo de trabajos a medio tiempo. Necesitaba algo más. Algo que pudiera sostener la imagen de lujo que quería proyectar.

Encendí el teléfono de nuevo y comencé a buscar anuncios de empleo. La mayoría eran para trabajos que requerían experiencia que no tenía o eran mal pagados. Hasta que vi uno que llamó mi atención: “Se busca personal para club nocturno. Excelente paga. Horarios flexibles.”

Mi corazón se aceleró. Sabía lo que implicaba trabajar en un lugar así. Había oído historias. Pero también sabía que mi situación no me daba mucho margen de elección. Pasaron unos minutos mientras luchaba contra mis propios temores. Finalmente, mi determinación superó mi duda.

“No tengo otra opción,” me dije, mientras copiaba la dirección y salía de casa.

El club nocturno era bullicioso, incluso desde afuera. Las luces de neón parpadeaban, y la música resonaba en la calle. Cuando entré, el ambiente me golpeó como una ola: humo, risas y gritos llenaban el aire. Vi a chicas con ropa diminuta bailar en tubos, mientras hombres de todas las edades les lanzaban billetes. Aparté la vista, decidida a enfocarme en mi objetivo.

—Disculpe, ¿podría hablar con el gerente?— pregunté al barman, quien asintió y señaló una puerta al fondo.

El gerente era un hombre de mediana edad, con una mirada intensa y una sonrisa que no inspiraba confianza. Aun así, me recibó con cortesía.

—Así que buscas trabajo. Bueno, aquí ofrecemos horarios flexibles y una paga que no encontrarás en otro lado…— dijo, recorriéndome de pies a cabeza con sus ojos.

Mi piel se erizó, pero no dejé que mi incomodidad se notara. “Estoy aquí por necesidad, no por otra cosa,” me recordé.

—¿Qué tipo de trabajo sería?— pregunté, manteniendo mi voz firme.

—Nada complicado. Atender mesas, servir bebidas, cosas así. No es obligatorio bailar… a menos que tú quieras.

Apreté los labios y asentí. Sabía que no sería un trabajo fácil, pero la paga era tentadora.

—Está bien. ¿Cuándo empiezo?— pregunté, decidida.

—Mañana por la noche. Llega temprano para que te expliquemos las reglas.

Cuando regresé a casa, me sentí aliviada. Por primera vez en mucho tiempo, tenía una solución para mis problemas económicos, aunque no fuera la ideal. Me dejé caer en la cama, agotada. Esa noche dormí profundamente, sabiendo que había dado un paso importante.




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