El avión al fin toca tierra.
Cuando pongo mis pies fuera del avión siento un rayo de esperanza dentro de mí al recordar que mi abuela siempre me alentó a seguir adelante a pesar de las duras dificultades; sin embargo, sin ella ahora ni siquiera sé qué hacer y no puedo evitar sentirme asustada al imaginar que ahora me encuentro tan sola en este mundo, no tengo a nadie cercano para acudir y me aterra pensar que tendré que llorar lo que siento en completa soledad.
Dejar California fue terrible, toda mi vida viví en ese lugar y pisar Nueva York por primera vez me asusta, pero me vi obligada a venir cuando Louisa, la antigua mejor amiga de mi abuela me contactó para ofrecerme un empleo en la cafetería donde su hijo es dueño, es bueno el cambio mientras espero que alguna empresa me contrate para poder ejercer mi carrera de comunicación. Aunque lo veo muy lejos, la verdad.
—¡Mira quién está aquí! —alguien habla detrás de mí causando un respingo de mi parte—. Pero si es Alice Atherssen —ella abre los brazos y me inunda en un caluroso abrazo—, qué grande estás —me separo de ella y le brindo una tímida sonrisa.
—¿Cómo ha estado? —pregunto con voz casi inaudible—. Ha cambiado mucho, la última vez que la vi fue cuando yo tenía seis años —añado y ella parece recordar esos buenos tiempos.
—No cabe duda de que el tiempo pasa volando —me dice con melancolía—. Te llevaré al apartamento, me imagino que estás cansada —toma una de mis maletas y la sigo hasta su auto.
La observo al caminar, me recuerda tanto a mi abuela y ha de ser porque eran mejores amigas, Louisa es una mujer muy amable, de unos sesenta y tantos años y actualmente vive con su esposo en el edificio donde ahora yo también viviré. Dejo de mirarla y dejo mis maletas dentro del auto, ella sube y se pasa sus manos sobre su cabello canoso, buscando algo.
—¡Oh aquí está! —dice sonriente cuando ha encontrado sus lentes sobre el tablero del auto.
Observo la enorme ciudad, gente caminando por las calles con rostros alegres disimulando su tristeza tal vez. O quizás, la única que siente una tristeza profunda soy yo e intenta consolarse pensando que los demás también fingen estar bien.
La señora Louisa habla de alguna cosa a la que yo ni siquiera me esfuerzo por prestar la mínima atención, desconozco lo que sea que esté diciendo. No deseo ser grosera, pero ni siquiera soy capaz de esforzarme porque las fuerzas no son suficientes para al menos fingir alegría.
—Hemos llegado, este será tu edificio a partir de hoy —avisa atrayendo mi atención una vez que el auto se detiene. Según ella ha decidido aparcar del otro lado de la carretera debido a que después marchará hacia el hospital donde hará varios trámites.
Tomo mis maletas y esperamos a que el semáforo cambie de color para poder cruzar, aunque ni siquiera hay tantos autos y todo parece tranquilo.
—Te acostumbrarás a Brooklyn, solo es cuestión de tiempo —dice Lou mirándome con una sonrisa en sus labios—. Vas a estar bien, ya verás.
Mi única respuesta es una tenue sonrisa. Cuando el semáforo cambia de color nos disponemos a cruzar la calle de inmediato.
—Este lugar es muy bonito —le digo rompiendo el silencio que se había formado.
—Lo sé, tu abuela...
Ni siquiera termina su oración gracias a que el sonido de un claxon la interrumpe de repente causando que ella suelte las maletas. Observo a mi derecha y ni siquiera me da tiempo de mover un solo músculo al ver que un auto está a punto de impactar en mí, me cubro el rostro con las manos y cuando pienso que recibiré el desastroso impacto este no llega.
El corazón casi se sale de mi pecho, quito las manos de mi rostro y puedo respirar con tranquilad al ver que el auto no me ha rozado lo más mínimo.
—¿Acaso está ciego? —la voz de Lou es lo siguiente que escucho.
Observo a mi alrededor percatándome de que hay gente cerca mirándonos con cara de asombro al imaginar que por poco ocurría un accidente. Lou no obtiene respuesta y ella al notarlo se dirige hacia la puerta del conductor y golpea el cristal.
—¡Animal, casi nos mata! —grita ella con furia.
—Lou, vámonos ya —le sugiero recogiendo las maletas—. No me pasó nada, vámonos —añado sintiendo la vergüenza de que todos nos estén mirando.
—¡No, claro que no! —contesta ella aún más irritada—¿qué no viste que casi nos mata? Debe estar ebrio o loco como para conducir de esa manera.
La puerta del lujoso auto se abre, Lou se hace a un lado llegando hasta mí. El conductor resulta ser un hombre de esos que salen en revistas de famosos y esas cosas, mantiene un porte misterioso con aquella chamarra de cuero negro,
se quita las gafas y observa a Lou con furia.
—¿Qué le pasa señora? —pregunta despreocupado—. No sucedió nada.
—Bendito Dios que no, pero casi matas a la chica —responde Lou.
El hombre me mira.
—¿Está usted bien? —me pregunta.
—Sí —él sonríe.
—¿Ya ve señora? Ella dijo que está bien, así que si me disculpa debo irme —antes de que él vuelva a subirse al auto, Lou lo interrumpe golpeando el coche con su bolso—. ¡Oiga! ¿qué le pasa? —pregunta enfadado.
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Editado: 04.05.2025