Desde que mi hermana Caroline me arrojó sus palabras hirientes hace semanas, me he visto en la obligación de ser cuidadosa y tratar de no aparecer en esas ocasiones en que acude a la cafetería, aunque no es todos los días que me la topo, pero Abi me informa cuando pisa el lugar. Me oculto no por cobarde, lo hago porque conozco a mi propia hermana y sería capaz de hacer algo en mi contra con tal de que me despidan... aunque tal vez eso sí es ser cobarde.
Los días avanzan y yo sigo estancada en lo mismo, siento un gran peso sobre mis hombros y no soy capaz de soltar eso que tanto daño me hace, cada día intento levantarme y hacer de cuentas que en mi vida todo está arreglado, pero al ver la realidad y ver lo que me rodea, mis muros se derrumban y entiendo que soy tan débil que cualquier cosa me puede destruir.
—¡Alice! —una voz hace que vuelva a mi realidad, ni siquiera me había dado cuenta que desde hace rato he estado de pie en el mismo lugar pensando en cada desgracia—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta la gerente colocando sus manos en su cintura.
—Lo siento, estaba observando —respondo con lo único que se me ocurre.
—No te pagan para observar —reprende—, hay tanto que hacer.
—Pero todo está vacío, el lugar está limpio al igual que la cocina.
Ella me observa y luego se marcha al saber que ya no puede reclamarme.
Continúo observando la forma en que la gente pasa tan de prisa intentando escapar de la lluvia, no ha parado desde la mañana y el frío ya nos ha visitado.
Poco después, la puerta de la cafetería se abre dejando ver a un hombre a quien no había visto por aquí. Detrás de él entra otro hombre mayor, ambos se sientan al lado de la ventana y enseguida corro hacia ellos para tomarle su pedido.
—Buenas tardes, tomaré su orden —les informo y el segundo hombre me observa sonriente.
—Solo tráeme un café doble —me dice con amabilidad.
Me dirijo al otro y este ni siquiera despega su vista del móvil.
—A mí tráeme lo que siempre he pedido —lo observo confundida esperando que me indique lo que desea; sin embargo, esto no llega.
—Disculpe, pero no sé lo que pide siempre —me atrevo a confesar con pena.
Es así como finalmente deja su móvil a un lado y me observa.
—Un expreso —contesta volviendo su vista de nuevo al móvil.
—Enseguida les traigo su pedido, con permiso —les informo con algo de pena y rápidamente me retiro del lugar.
Abi llega a mi rescate una vez que le he entregado la orden a uno de mis compañeros encargados.
—Hace tiempo que no lo veía por aquí —susurra mi amiga sin dejar de observar al hombre al lado de la ventana.
—¿Sabes quién es?
—Era un cliente que siempre venía todas las mañanas, de un día para otro dejó de venir hasta ahora —dice para luego marcharse del lugar apurada con una bandeja en mano.
En cuanto tengo el pedido listo, me dirijo hacia los dos hombres y con cuidado deposito la taza de café al señor más amable.
—Trata de mantenerte tranquilo, él te entregará lo que te pertenece —escucho su charla.
Con cuidado tomo la taza humeante para colocarla delante del gruñón.
—No es así, esa maldita mujer le mete ideas a la cabeza a Maximiliano, Caroline es la culpable de todo esto —al escuchar ambos nombres, dejo caer el café hirviendo en la camisa del sujeto quien de inmediato se levanta debido al ardor que el líquido ha causado.
Una mancha en su blanca camisa sale a relucir y no es necesario que me lo diga, ni con mi sueldo podría pagársela.
—Discúlpeme, por favor —titubeo con nerviosismo—. Déjeme ayudarlo, por favor —pido mientras tomo un pañuelo para tratar de auxiliarlo, cosa que él no permite alejando mi mano con brusquedad.
—¡No me toque! —grita con furia—¿Qué acaso no puede ser más cuidadosa? —pregunta mientras intenta despegarse la camisa de la piel—¡Ah, esto arde! —gruñe y su compañero lo observa con temor.
—Señor, guarde silencio, yo lo ayudaré, pero por favor...
—¿Cómo me pide eso? —pregunta irritado—¿Qué acaso no hay algún gerente en este lugar? —espeta y Abi llega hasta mí. Al mirar la escena se da cuenta del desastre que he causado, esta vez sí soy culpable y debo aceptar las consecuencias de mi torpeza.
—Yo le pagaré la tintorería si lo desea, pero discúlpeme, no volverá a ocurrir —expreso con las lágrimas casi colapsando.
—¿De verdad lo hará? —inquiere el pobre hombre intentando secar la camisa.
Lilly aparece y mi alma parece abandonar mi cuerpo. Ella se dirige hacia nosotros y al ver al chico abre los ojos ante la sorpresa.
—¡Santo cielos! ¿qué ha ocurrido? —pregunta.
El buen hombre intenta hablar, pero el otro lo interrumpe.
—Pasa que esta chica me ha derramado el café hirviendo ¿de verdad no capacitan a los empleados? —exclama tirando el pañuelo sobre la mesa.
—¡Oh Dios mío! —expresa Lilly—. Señor, no se preocupe por la cuenta, la casa invita —ella me observa con dureza—. En cuanto a esta, no se preocupe, jamás volverá a verla y de eso me encargo yo, pero por favor no ponga una mala reseña —dice Lilly casi implorando.
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Editado: 04.05.2025