Los días transcurrían lentamente, y mi hermana ya había despertado, aunque su recuperación estaba lejos de ser completa. Marie me dijo que Sapphire había abierto los ojos gritando palabras inconexas, su rostro marcado por el miedo, como si sus pesadillas aún la persiguieran en la vigilia. Afuera, el aire se volvía cada vez más frío, y el vibrante verde de los jardines empezaba a desvanecerse en un gris melancólico, reflejo de la inquietud que parecía envolver al castillo.
Rupert había pasado dos tardes completas con Sapphire luego de que despertase y luego no volvió a verla. Algunas veces lo cruzaba y lo encontraba fuera de su habitación parado en la puerta, cómo si dudara el entrar a verla. Le prohibió a Marie entrar a los aposentos de mí hermana, Jacob era el único que entraba y salía constantemente en conjunto a Alexander. Iriana no había aparecido por aquí.
El rey ordenó que todo continuase en forma adecuada y discreta. No quería revuelos. También ordenó que los príncipes volvieran a sus entrenamientos y así lo hicimos.
Tres días después de volver a los entrenamientos, padre me llamó a su despacho privado. Había algo extraño en el silencio del despacho de mi padre. No era incómodo, pero tampoco relajante. Más bien, una pausa pesada, como si cada palabra que se dijera tuviera que ser medida.
Antes de ingresar, Marie salió del despacho con una bandeja en las manos y dejando abierta la puerta detrás de si.
—Pasa, Oliver —dijo mi padre desde detrás de su escritorio, sin levantar la vista de los pergaminos que tenía frente a él. Su voz era grave, una mezcla de cansancio y autoridad que me hizo enderezarme automáticamente. Cerré la puerta detrás de mí y avancé. Mis pasos resonaban en la estancia, recordándome lo frágil que todavía me sentía después de semanas en cama. No quería que él lo notara.
Me detuve frente a su escritorio, esperando a que hablara primero. Finalmente, levantó la vista, y por un momento, vi algo en su expresión que no esperaba: una mezcla de evaluación y... ¿orgullo?
—¿Cómo te sientes? —preguntó, inclinándose hacia atrás en su silla.
—Fuerte —respondí, aunque no estaba seguro de que fuera completamente cierto.
Mi padre asintió, sus ojos entrecerrados como si estuviera calibrando la verdad detrás de mis palabras. Luego señaló una silla frente a su escritorio.
—Siéntate.
Me senté, algo tenso. Este no era el tipo de conversación que solíamos tener.
—Sabes que este reino necesita fuerza, inteligencia y, sobre todo, estabilidad, ¿verdad?
—Lo sé.
—¿De verdad lo sabes, Oliver? Gobernar no es solo portar una corona. Es soportar decisiones que otros no quieren tomar. Es asegurarte de que incluso tus aliados te respeten, o te teman si es necesario.
Sus palabras me hicieron sentir un peso que no estaba preparado para cargar, pero mantuve mi mirada fija en él.
—Lo entiendo.
Rupert soltó un suspiro breve, como si quisiera probarme. Se levantó y caminó hacia la mesa donde estaba extendido un mapa del reino.
—Ven aquí.
Lo seguí, observando cómo señalaba un territorio en la frontera con otro reino.
—¿Qué harías si este lugar estuviera siendo atacado por bandidos? —preguntó sin mirarme, con el tono de quien lanza un reto.
Estudié el mapa, sintiendo cómo su atención se posaba sobre mí.
—Mandaría refuerzos, pero no demasiados. No podemos permitir que nuestras fronteras queden débiles por un ataque menor.
Rupert arqueó una ceja, esperando más.
—Los lideraría alguien experimentado, pero incluiría soldados jóvenes para que aprendan bajo su mando.
Mi padre me miró por un momento que se sintió eterno. Luego, por primera vez en mucho tiempo, vi una ligera sonrisa.
—Nada mal, Oliver. Pero recuerda: no siempre es cuestión de fuerza. Averigua por qué hay bandidos en primer lugar. A veces, el problema está en lo que siembras, no en lo que cosechas.
Asentí, tomando nota de sus palabras, pero algo me inquietaba. Esa sonrisa fugaz, ese tono de aprobación... No recuerdo haberlo visto dirigirse a Sapphire así.
Rupert volvió a su escritorio, observándome con algo más que simple interés.
—Oliver, estas semanas te he observado. Estabas debilitado, pero ahora veo algo en ti. Tienes potencial, quizá más del que pensé.
Sus palabras cayeron pesadas. No era un elogio completo, pero tampoco lo había esperado.
—¿Y Sapphire? —pregunté, sorprendiéndome incluso a mí mismo con lo directo de mi pregunta. Mi padre se quedó en silencio por un segundo demasiado largo. Luego entrelazó las manos sobre el escritorio.
—Sapphire es... distinta. Su fortaleza es innegable, pero gobernar requiere algo más. Un equilibrio que aún no estoy seguro de que posea.
Su respuesta era vaga, pero el subtexto estaba ahí. Sapphire era fuerte, pero tal vez no lo suficiente. Sentí un nudo en el estómago.
—Oliver, quiero que te prepares para el baile. No es solo una celebración; es una prueba. La corte estará observándote. Yo estaré observándote.
Me levanté, inclinando la cabeza en señal de respeto, pero no pude evitar sentir que algo estaba mal.
—No te decepcionaré, padre.
Mientras salía del despacho, sus últimas palabras me alcanzaron como un eco.
—Recuerda, hijo: el liderazgo no siempre se mide en palabras, sino en actos. Y actos, Oliver, son lo que hará que te ganes el respeto que necesitas.
Cerré la puerta tras de mí, pero las palabras seguían rondando en mi cabeza. Sapphire y yo éramos distintos, eso lo sabía. Pero, por primera vez, me pregunté si mi padre pensaba que yo era mejor para el trono. Y esa idea no me hizo sentir orgullo. Me hizo sentir como si estuviera robándole algo que le pertenecía a ella.
Han pasado dos semanas desde el ataque. Sapphire está mejor, aunque todavía no hemos hablado realmente de lo que ocurrió. Cada vez que la veo en los pasillos, hay algo en su mirada que no reconozco. Más distancia, quizá.
Editado: 09.12.2024