Sapphire;
El sonido del laúd resonaba a lo lejos mientras las doncellas ajustaban los últimos detalles de mi vestido. La habitación estaba fría, pero no era el aire lo que hacía que mi piel se estremeciera, sino la ansiedad que me atenazaba desde el momento en que desperté del ataque.
Llevaba un vestido que no podía pasar desapercibido, elegido con el único propósito de demostrar que, aunque estaba viva de milagro, seguía siendo digna del trono. La tela de un azul zafiro intenso caía con gracia, ceñida en el corsé con detalles de hilo de plata que imitaban ramas de árboles invernales. El escote era delicado, apenas insinuante, adornado con pequeñas gemas que reflejaban la luz como si las estrellas mismas estuvieran bordadas en la tela. La falda se expandía en capas ligeras, casi etéreas, con un brillo tenue que parecía danzar al moverse.
Mi cabello, ahora peinado con esmero, caía en ondas suaves, recogido parcialmente con una tiara discreta que dejaba al descubierto la venda aún oculta bajo mis rizos oscuros. Cada vez que miraba mi reflejo, el contraste entre la imagen que proyectaba y lo que realmente sentía en mi interior me parecía un cruel recordatorio de lo lejos que estaba de sentirme poderosa.
El peso del silencio de mi padre en las dos tardes que habíamos compartido me seguía como un espectro. Le había mirado a los ojos, había abierto los labios para hablar, pero las palabras se habían quedado atrapadas en mi garganta. ¿Cómo podía decirle que su esposa, la mujer que tanto admiraba, estaba destruyéndonos desde dentro?
“Esta noche,” me repetí en mi mente. “Esta noche hablaré con él.”
La puerta se abrió, y Alexánder, entró con la formalidad de siempre. Su expresión era imperturbable, los últimos días no se había alejado mucho de mí. Y Cori había regresado al castillo luego de un tiempo fuera.
—Alteza, todo esta listo abajo, la están esperando—anunció con voz tranquila, pero firme.
Respiré hondo, levantando la barbilla.
—Es hora, entonces.
El gran salón del castillo estaba adornado como nunca antes. Candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando la estancia con una luz cálida que contrastaba con el frío exterior. Las paredes estaban decoradas con tapices antiguos y flores de invierno, y el sonido de la música llenaba cada rincón. O al menos eso me han dicho.
Al llegar a la puerta cerrada del salón, una figura masculina se encontraba allí parada, esperando. Oliver. Después de todo, el baile era por nuestro cumpleaños número dieciocho, y padre debía decir a su heredera.
Mis doncellas se colocaron detrás de mí y Alex entró por otra puerta para anunciar la llegada.
—Te ves muy hermosa, hermana.
Oliver lucia un traje diseñado para reflejar tanto su estatus real como su compleja personalidad. La chaqueta, de corte militar, estaba confeccionada en un negro profundo que absorbía la luz, mientras que intrincados bordados dorados trazaban espadas cruzadas y laureles sobre el pecho y las mangas, símbolos de honor y liderazgo. Las hombreras discretas acentuaban su figura, mientras que los botones dorados, grabados con el escudo de la familia real, brillaban con cada movimiento. Su cabello, perfectamente peinado hacia atrás con algunos mechones más sueltos, enmarcaba su rostro con un aire de control y carisma.
—Tu también estás muy apuesto, Oliver.
Una carcajada salió de su boca y me relajé por un instante.
—Creo que algunas cosas se ven diferentes ahora, ¿No crees?—Creo que el hablar un poco nos podría relajar un poco después de semanas de tensión.
—¿Te refieres a…?
—A todo lo que ha sucedido hasta ahora, Oliver. Es decir —tomé una pausa e inhale —, ¿No ves algo diferente en las personas?¿Cómo si susurrasen cosas?
Su cara de sorpresa me indicó que me callara.
—Sapphire… creo que no es el mejor momento… ya sabes, para hablarlo.
—¿Y cuándo lo será?
Las puertas estaban a punto de abrirse y él me tomó del brazo.
—Luego del baile lo hablaremos bien, ¿Está bien?
Y antes de que pudiese decir algo, las enormes puertas se abrieron y uno de los sirvientes nuestra llegada.
<< Damas y caballeros, nobles y príncipes presentes, con ustedes los príncipes. La mayor, la Princesa Sapphire Susan Florian, princesa del Alba y guardiana de la corona. Y su hermano, el Príncipe Oliver Augusto Florian, príncipe del Crepúsculo y guardián del acero>>
Al entrar, todas las miradas se volvieron hacia nosotros. Sentí la presión de cada par de ojos como una carga, pero mantuve mi postura. Mi padre estaba al fondo, sentado en el trono, junto a Marie, su sonrisa breve al verme no llegó a sus ojos.
Al llegar frente al rey nos soltamos e hicimos la reverencia correspondiente.
Padre se levantó y alzó ambas manos, sonriendo.
—¡Mis hijos! Bienvenidos a este gran baile en honor a su nacimiento dieciocho años atrás. Mis príncipes—Hizo una pausa y siguió —, deseo que sus vidas sean tan pacificas y permanezcan siempre el uno junto a otro. Demos inicio a esta celebración.
Todos los presentes aplaudieron y silbaron.
El salón principal estaba iluminado con un brillo dorado, los candelabros lanzaban reflejos sobre la larga mesa de mármol donde los platos rebosaban de manjares exquisitos. Yo estaba sentada a la izquierda de mi padre, con Marie ocupando el lugar a su derecha. Mi hermano, parecía más vivo que nunca al conversar con los nobles cercanos.
Los murmullos llenaban el ambiente, interrumpidos solo por las risas elegantes que buscaban no romper la atmósfera refinada. Mis manos descansaban sobre la falda de mi vestido, pero bajo la mesa las apretaba con fuerza. La tensión entre mi padre y yo era palpable, aunque ambos nos escondíamos detrás de máscaras de cortesía.
—Parece que el frío del invierno trae consigo mucha quietud —dijo Marie con una sonrisa medida, mirando al rey, pero asegurándose de que sus palabras también me alcanzaran.
Editado: 09.12.2024