Entre estas cuatro paredes

Día 3

Día 3

Me levanté este día sin muchas ganas de hacerlo, como de costumbre. Me senté en la orilla de la cama, mientras escuchaba atentamente los sonidos provenientes de abajo, la silla moviéndose, las llaves sonando, unos cuantos murmullos, la puerta abriéndose y cerrándose, y el carro arrancando, era lógico pensar que mi padre ya se había ido de la casa. Fue en ese momento que decidí cambiarme y bajar, no tenía ganas de verlo. Evitarlo es la única manera en la que puedo salvarme de sus comentarios.

 No siempre fue así.

En algún momento de nuestra historia familiar, todos perdimos nuestros rumbos, y nadie pudo ayudarnos a salir del hoyo, por lo que simplemente no encontramos otro remedio que seguir cavando. Yo pienso que ahora ya es muy tarde para salir a la luz, nuestros ojos se han acostumbrado a las tinieblas, y hemos encontrado consuelo en la tristeza y calma bajo la tormenta.

 En muchos contextos, solo puedo hablar por mí, no considero este la excepción, nadie sabe la tempestad en la mente de los demás, por más unidos que sean, la mente es de uno mismo, y por más que lo intentemos poner en palabras, jamás se comparará con el sentimiento verdadero oculto en nuestro ser.

Finalmente, una vez que sé que ya no está, me levanto y me preparo para un día más. Hoy siento el ambiente pesado. Tengo un extraño sentimiento, como si mi mente no perteneciera en mi cuerpo, realmente es difícil de explicarlo. Este día en específico no quería salir de mi casa, no tenia ganas de ver a las personas. No quería escuchar a nadie, quería estar solo en mi habitación. Sentía una inmensa tristeza sin razón aparente. Me sentía derrotado por la vida, sin haber pasado por algo previamente. Era un sentimiento extraño que se manifestaba con fuerza dentro de mi ser.

Bajé y tomé únicamente un vaso de jugo de manzana, dejando de lado el desayuno que mi madre había preparado. No tenia hambre. Me sentía cansado y con sueño. Pensé que quizá la caminata a la parada de autobuses pudiera calmar mi mente un poco y despertarme parcialmente. Mientras caminaba, no podía dejar de sentir ese rencor dentro de mí, al recordar la cara de mi padre hablándome en la cocina, o la impotencia de que mi madre no dijo ni hizo nada, y aun más, me hervía la sangre y apretaba las muelas de solo estar pensando en que debí haber hecho algo. Debí haber levantado la voz, y decir lo que realmente pensaba.

Las cosas escalan rápido en mi ser. Primero, no deja de sonar en mi cabeza esa molesta voz diciendo que soy un cobarde. Después, comienzo a pensar que es una ridiculez, ¿realmente estoy molesto por esto?, a renglón seguido comienzo a pensar que soy un maldito idiota, esa situación no es absolutamente nada. Luego, llegan los pensamientos que gritan que él tiene razón, soy un maldito imbécil, una basura, soy blando y sentimental, soy un cobarde, jamás lograré nada. Me invade la tristeza y la impotencia.

Lo veo a él parado frente a mí, yo con menos de 10 años, y el hablando sobre como debería comportarme como hombre. Unos niños en la escuela acababan de golpearme, yo no quería regresar a la casa, sabía bien que era lo que me esperaba.

Recuerdo haberme sentado en un parque, llorando. Estaba sólo. Todo había sido, únicamente porque decían que tocar un instrumento no era cosa de niños, más bien era algo súmamente afeminado, como si tener una actividad que no fuese atlética definiera mis gustos. Eran pequeños,  estúpidos e ignorantes, la edad no excluye a la idiotez. Claro está que ellos estaban en las clases de deportes. Yo no era el único niño en música, pero si era el único que parecía disfrutarlo. A pesar de que jamás me gustó ser el centro de atención, admito que me deleitaba el sonido del instrumento.

A esa edad, mis padres estaban pasando por algunos problemas. Siempre los habían tenido, pero fue en esas épocas, dónde eran un poco más fuertes. Yo había salido de la clase de música a las 6 de la tarde, y estaba listo para irme, me quedé a ayudar a la maestra a guardar unos instrumentos, cada día le pedía a un alumno distinto que lo hiciera. Esa vez, tuve la suerte de ser yo. Salí de ahí aproximadamente media hora después, justo cuando los entrenamientos en el campo terminan. Salí por la puerta trasera, que daba al campo, la razón de esto es que, por cuestiones de horario, la principal, estaba cerrada. Al momento de salir, los niños en el campo comenzaron a hablarme. Y yo, estúpido, como de costumbre, me acerqué. Comenzaron a preguntarme por el instrumento, y a “insultarme” llamándome por varios nombres, mayormente refiriéndose a que era afeminado por tocar un instrumento.

Claro, que yo traté de irme. Sus palabras no tenían mucho impacto en mí, mi madre sabía de los insultos, y nunca dejó que me los creyera, ella siempre me daba ánimos y me defendía frente estas situaciones. Me decía: “palabras necias oídos sordos” decía que, si lo disfrutaba y no dañaba a nadie, estaba bien, además de decime que era un gran pianista. Los niños me empujaron y me dijeron que fura a casa a llorarle a mi madre, por supuesto que no dije nada, ni un chillido, o un gemido, simplemente seguí mi rumbo, acción la cual los hizo molestarse más. No hay nada más frustrante al momento de querer molestar a una persona, que su indiferencia.



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En el texto hay: depresion, nostalgia, muerte

Editado: 18.12.2019

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