Mi cuerpo se agita al escuchar el sonido de la alarma. Con un insulto mal murmurado, tanteo la mesita de noche intentando apagarla, pero en en un mal movimiento, termino cayendo y golpeándome contra el suelo.
— ¡Rayos!— me quejo con los ojos aún cerrados. Me levanto con dificultad y, al fin, detengo el ruido de la culpable de que no pueda dormir más.
Con pasos pesados, me dirijo hacia el baño. Hago mis necesidades, me ducho, me cepillo los dientes, y veinte minutos después, salgo envuelta en una toalla rumbo a mi habitación. Me coloco el uniforme del instituto, me desenredo el nido de algunos cabellos que se formaron en mi castaño cabello y me hago un maquillaje ligero, suspiro observándome en el espejo.
Este es mi ultimo año en preparatoria, y tengo que decidir que carrera quiero estudiar. Mi padre ha decidido que estudie medicina, pero mi pasión siempre ha sido la fotografía.
Salgo de mi cuarto bajando de dos a dos las escaleras, me adentro en la cocina, allí me preparo el alimento favorito de las personas solteras o que viven solas: un esplendido cereal con leche. Meto el primer bocado cuando escucho unos pequeños golpes en la puerta.
Al abrirla, veo que es Harry, mi guapo, un tanto idiota y encantador vecino de al lado. Lleva su uniforme deportivo, lo que hace que se acentúen muy bien sus músculos y el amarillo de su camiseta resalta aún más el color miel de sus ojos.
—¿Disfrutando la vista? — Me pregunta con una ceja alzada y una sonrisa ladeada, a lo que vuelvo los ojos y le regalo un golpe en su abdomen, haciendo que tosa.
—¡Oye! No hay que ser tan agresivos, con un “no” bastaba, pequeña tonta.
No hay que negar que es extremadamente guapo, pero lo que tiene de guapo, asi mismo lo tiene de mujeriego. Ha intentado ligarme varias veces, pero su historial hace que automáticamente salga de mi radar.
Hemos vivido toda la vida en este mismo vecindario ubicado en un pequeño pueblo al sur de Portland. El pueblo es lo bastante acogedor y social para que todos sus habitantes se conozcan, pero como dice la frase. “Pueblo pequeño infierno grande.”
En cierta parte, por eso no me he involucrado con Harry, Él es cuatro años mayor que yo, tiene veinte, y creo que no botaría una amistad de toda la vida por un simple encuentro amoroso. Él tiene otros cuatro hermanos: Oliver, su hermano mayor de 23 años, cuya aura misteriosa es lo que más llama la atención; Jack, de 21; Harry es el tercero con 20; y para finalizar, están los gemelos Liam y wiliam, con 18 años. Cada uno tiene su encanto y atractivo, pero sin duda, el que tiene la delantera es Harry.
Alzo una ceja observándolo y sonrió
—Ah, Ahí estas. ¿Necesitas algo?
Él me observa, escaneando mi uniforme. Puedo jurar que vi una pequeña mueca de incomodidad. Agita su cabeza y dirige de nuevo su mirada hacia mi.
—Ese uniforme se esta encogiendo, tendrás que cambiarlo.
Dirijo mi mirada al susodicho y veo que está un poco mas arriba de mis rodillas, pero no es lo suficientemente corto como para que se me vea el alma. Me cruzo de brazos y lo observo divertida.
—Este es mi ultimo año, Harry. Ya no hay necesidad de cambiarlo. Pero, cambiando de tema... ¿A que viniste? Porque me interrumpiste a medio desayuno y no creo que sea para hablar de mi uniforme. Y segundo, ¿vas a tu partido?
Él niega y agita su mano restándole importancia.
—Acabo de salir de un entrenamiento. —Se rasca la cabeza y aclara la garganta —.No soy muy bueno en esto, las chicas son la que lo hacen. Quería invitarte el viernes a un partido que tengo, ademas es para celebrar que estas próxima a cumplir los 17 y quería darte una sorpresa.
Vuelvo los ojos por segunda vez.
—Interesante. No se si mis padres me dejarán pero lo intentaré.
Él asiente complacido, me regala una sonrisa y un guiño.
Asi nos quedamos un rato más platicando hasta que se me viene a la cabeza un recordatorio.
—¡El instituto! —Murmuro, girando la cabeza y observando el reloj de la pared al fondo. Veo que faltan dos minutos y el camino, aunque no es mucho, me toma aproximadamente diez minutos llegar.
Harry me mira asustado, ofreciéndose a llevarme en su moto, pero en ese momento lo ignoro. Entro a la casa corriendo, subo las escaleras con plena agilidad que hasta yo me sorprendo, pero me tropecé con un zapato, haciendo que caiga de bruces al suelo.
—¡Genial, hoy es día de besar al suelo!
Me reincorporo alisando el uniforme, hago el transcurso de nuevo para salir, y veo que él aún sigue de pie en la puerta. Lo empujo y señalo con mi dedo mientras cierro la puerta.
—Por tu culpa, voy tarde.
Él alza las manos en son de paz, murmura un “Lo siento” y se va.
10 minutos después...
Después de que un perro me correteara y una carrera contra el tiempo, llego agitada. Le suplico al vigilante que me deje entrar y este me regaña, por lo que asiento y sigo. Ingreso al instituto y, cuando iba a tocar la manija de la puerta, veo que alguien más lo hace al mismo tiempo. Levanto la cabeza y lo observo sorprendida.
—¿Tu...?