Entre hojas secas y copos de nieve

Prólogo

Letter, 28 de octubre, 2008. 

  Era una mañana lluviosa de finales de octubre y las ráfagas de viento removían con fuerza los árboles, llevándose las últimas hojas de aquel otoño. Hacia frio, mucho, y el sol que era el único capaz de brindar calidez llevaba días oculto, quizás temeroso de ver las crueldades e injusticias que sucedían bajo la luz de sus rayos.

El radical clima de ese día, las noticias que recibí a primeras horas de la mañana y que no me dejaran entrar a clases por mi impuntualidad, fue lo que me hizo asegurar que ese era un inicio de semana del asco.

La decisión de irme a fumar y abandonar la estructura que me brindaba resguardo ante el mal tiempo, lo cambio todo.

Llovía a cantaros cuando lo vi bajo las gradas del campo de futbol, indefenso y temblando de frio, hecho un ovillo sobre la tierra barrosa. Junto a él estaba una guitarra con las cuerdas partidas y unas gafas rotas.

Retrocedí abrumada, las gotas de lluvia ya me habían empapado por completo haciendo que mi cabello se pegara a los lados de mi rostro y el cigarrillo, el cual pudiera que fueses el último que fumara en mi vida y que estaba encendido entre mis dedos se mojara, quedará inservible.

Me iba a ir, estuve a punto de dar la vuelta y hacer que no pasó nada. Mi mente se encontraba bastante revuelta con mis propios problemas para agregarle otro más, pero en el instante que mi ojos capturaron su rostro lleno de barro y sangre, lo reconocí. Era ese chico del que todos se burlaban por ser bajito y delgado, por tener la cara llena de pecas y marcas consecuencias del acné, normalmente lo molestaban por tocar su guitarra bajo un árbol durante los recesos, de resto era un muchacho callado y poco sociable.

Al chico introvertido que no le hacía daño a nadie le habían dado la paliza de su vida.

 A los largo de los años escuche las interminables quejas en su contra, sobre que cantaba feo por lo fino de voz y que no los dejaba comer, de que su presencia arruinaba la armonía del patio escolar. Que era un marica. Un pedazo de basura estorbosa. Quienes comúnmente hacían esos comentarios eran los integrantes del equipo de futbol que buscando demostrar superioridad arremetían contra los más débiles.

Aquella mañana sobrepasaron el límite de las quejas y fueron más allá.

El chico soltó un llanto lastimero sacándome de mis cavilaciones, seguía abrazándose así mismo mientras su cuerpo se sacudía en temblores y allí, con ese panorama tan desalentador frente de mí una punzada de empatía ataco mi pecho.

Ese muchacho era el reflejo de cómo me sentía por dentro, derrotada, golpeada y con ganas de desaparecerme.

Temerosa me acerque, colocándome de rodillas a su lado y embarrándome los pantalones de lodo. Observe a detalle su cara ensangrentada y magullada por los golpes, se veía fatal.

Con cuidado lo agarre de los hombros, atrayéndolo hasta mis piernas y pasando con delicadeza mis manos sobre la piel helada de sus mejillas, le aparte la sangre. Le provoque algunos chillidos de dolor al querer calentarlo.

―Sshhh todo va estar bien― acaricie su cabello sucio―. Vas a estar bien, aquí estoy.

―Frio. Tengo frio―dijo con la voz gangosa. Sus brazos rodearon mi cintura, acurrucándose sobre mi estómago―. Calor.

Los ojos me ardieron y apreté mi mandíbula con impotencia, quería partiles la cara a los causantes de tal sufrimiento.

―Seré tu refugio.―lo envolví entre mis brazos.




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