Entre hojas secas y copos de nieve

3: te hice galletas

Al día siguiente volví a la preparatoria con una bufanda escarlata rodeando mi cuello, la nariz moqueando y la garganta rasposa, como Boo había prevenido amanecí con gripa esa mañana.

 No importaba que tan molido tuviese el cuerpo, me sentía animoso gracias al buen humor de mi padre que esa mañana me había cocinado el desayuno y me había felicitado por mi noviazgo. 

Gracias a aquella mentira tendría unos días tranquilos sin problemas ni gritos.

El resto de la mañana no vi a la muchacha de cabellos alborotados por ningún lado, era algo normal ya que no compartíamos clases, solo matemáticas los martes. Asignatura en la cual ella pasaba las dos horas enteras durmiendo y cuando el profesor la despertaba con un grito, esta le decía toda quitada de la pena que le aburría como explicaba y que debía ser más divertido si quería que aprendiéramos un poco.

El viejo profesor con las orejas rojas de cólera la enviaba a la dirección. Ella aceptaba sin reproches y siempre salía del salón con la barbilla bien levantada y bamboleando su cuerpo de lado a lado con burla, como si ir a ver a la directora le hiciera gracia.

Eran tan habituales sus visitas a esa oficina que presumía al decir ser amiga íntima de la directora, y que jamás de los jamases la expulsarían de la preparatoria ya que ella imponía más respeto y autoridad que la mismísima directora y todos los profesores juntos. Nadie dudaba de eso.

A la hora del almuerzo salí mi con bandeja de comida al patio, con cada paso que daba o mínimo movimiento sentía la punzada en las costillas, el dolor ya no era tan fuerte como que en la noche anterior, el ungüento mentolado que me coloque al llegar a casa continuaba haciendo efecto como con cada moretón que había sanado a lo largo de los años.

 Saque un pañuelo de mi mochila y lo deje sobre la tierra húmeda al pie del árbol donde acostumbraba a sentarme, esa mañana no podría cantarle al único ser vivo que me escuchaba cantar sin protestar y sin ofenderme. Había decido dejar mi guitarra segura en casa, donde nadie quisiera caerle a patadas. Temía que para la próxima paliza la dejaran inservible.

Bueno, nos dejaran un poco más inservibles.

Sentado sobre el pañuelo que impedía que mi pantalón se ensuciara le di la primera mordida a mi emparedado de lechuga y tomate, aguantado el ardor de mi labio partido mastique observando el patio lleno de adolescentes reunidos en grupos, y recordé por qué prefería tocar mi guitarra durante los recesos, era para no sentirme solo. La añoranza de compañía humana trataba de mitigarla con el ruido de las cuerdas y el sonido de mi voz.

Muchas veces hice el intento de tener amigos, de ser un poquito más sociable pero siempre se alejaban por lo mismo.

Jonás, eres un aburrido

Jonás, nunca quieres salir a ningún lado

Jonás, eres muy tímido

Jonás, habla más fuerte

Jonás, ¿Puedes dejar de ser un ñoño?

Todos se alejaban, todos huían de mí.

Cuando los estudiantes se enteraron que me habían elegido como el nuevo juguete del equipo de futbol asumieron que no querían terminar con la cara partida por ser mis amigos.

No recordaba una conversación con mis compañeros que no pasara de más de dos oraciones antes de que salieran huyendo de mí.

Pero la chica tormenta había conversado conmigo y me había salvado, y sobre todas las cosas, no me trato mal.

Estaba tan acostumbrado a que me trataran mal.

Quería convencerme de que todo fue un extraño sueño donde mi cerebro quería llenar aquel vacío por la falta de compañía, sin embargo, las felicitaciones de mi padre y su buen humor me confirmaba que todo había sido real. Y deseaba tener aquella muchacha de rizados cabellos en frente, hablándome, para no pensar que me estaba volviendo loco. 

―Hola cara de patata―Boo apareció de la nada causándome un respingo, aguantándome un chillido dolorido la maldije en mis adentros. Coloque mi mano encima del suéter que usaba esa mañana y que ocultaba el enorme moretón―. No debí llegar así, lo siento.

Se dejó caer a mi lado sobre la tierra húmeda, sin nada de por medio.

―Hola.

Aparte mi vista llorosa del emparedado para observarla, una bufanda también cubría su cuello. Tenía las mejillas coloradas, como si hubieses corrido un maratón.

―Creo que ambos tenemos gripe― se sorbió la nariz―. Por eso no me gustan los meses de lluvia, me la paso resfriada.

 Desplego una sonrisa, esa que tanto ocultaba. Hice pequeño mohín como contesta.

―Oye no te quedes callado, ya te dije que no me vieras como si fueses un espanto...―se sonó la nariz con una servilleta que traía entre sus manos―. Vamos hablemos, dime ¿porque el pañuelo bajo tu culo?

Una leve risa escapo de sus labios al percatarse del pañuelo de cuadros bajo mi trasero. No me gustaba ensuciar la ropa menos cuando era yo quien la lavaba.

―Es para no ensuciarme― encogí mis hombros, escondiéndome entre la bufanda―. No quiero llenarme de tierra.

―Pero que delicado me saliste, eh.

Dio un pequeño apretón a mis mejillas y aprovechando mí bochorno me arrebato el pedazo de pan sobre mi bandeja.

― ¿Jonás, que harás luego de clases?― pregunto con la boca llena.

Pase algunos segundos en silencio observando como masticaba como un animal, se había robado mi comida la muy atrevida.

Me dio con codazo, instándome a contestarle.

―Iré a casa, debo terminar de la tarea de matemati...

―Perfecto. Estarás libre― me interrumpió, sonrió al ver que le hice mala cara―. ¿Puedes acompañarme a un lugar?

Siguió sonriendo y solo vi sinceridad en sus ojos grises.

―De acuerdo.

Simplemente, no podía negarme.

―Sabía que me dirías que sí. Dame juguito― tomo el envase de cartón de la bandeja, saco la pajilla del envoltorio y la metió dentro agujero. Sorbió haciendo ruido―. ¿Quieres?

― ¿Cómo que si quiero? No seas pasada, es mío.―Se lo quite de las manos, dejándola con la boca arrugada y el ceño fruncido. Sorbí de la misma manera ruidosa―. ¿Cómo sabes que te diría que sí? Podría haberme negado.




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