Entre hojas secas y copos de nieve

5: un baile con la muerte

Llego el fin de semana trayendo consigo la celebración de la noche de brujas, festividad que era tradición en nuestro pueblo y que hacia brotar en el ambiente una armonía agradable, que envolvía a cada ser viviente de aquellas tierras al pie de las montañas.

En el aire ser respiraba el olor de la tierra húmeda por las recientes lluvias y el dulce de calabaza que preparaban los vecinos para ofrecer en la feria que se hacia todos los años. Las aceras se encontraban repletas por las hojas matizadas del otoño, y el sol brillaba más que nunca, radiante entre un inmenso cielo despejado, y si le hubiera catalogado una emoción a la intensidad de sus rayos, sería la alegría. Ese día no temía brindar calidez a los cuerpos.

Las casas enladrilladas de Letter habían sido decoradas con adornos alusivos a la noche de brujas. Las decoraciones iban desde las más sencillas con calabazas en las entradas, esqueletos graciosos colgando de los árboles y luces de colores que iluminaban todo. También estaban las más extravagantes y llamativas, con muñecos terroríficos que se movían y asustaban a los vecinos.

Me gustaba sentarme frente a la ventana con mi guitarra y mientras miraba el paisaje reírme de vez en cuando de las personas que gritaban y maldecían al ser asombradas.

En la tarde cuando el sol se hallaba apunto de esconderse detrás de las montañas, se podían ver a los niños andar por las calles luciendo sus disfraces y pidiendo dulces de casa en casa, sonriendo con felicidad. Pero, había una casa que siempre evitaban, era la única de la manzana que no estaba decorada y que tenía todas sus luces apagadas. Hasta la reja de la barda estaba cerrada. Su propietario hacia aquello para que nadie se acercara, y pues, así pasaba. Las personas creían que no se hallaba nadie dentro esa casa escondida en las penumbras.

Caían en el engaño, dentro estábamos mi padre y yo, que desde hace muchos años no participábamos en la celebración de noche de brujas, y ninguna otra festividad que significara reunirnos a compartir como padre e hijo.

El cielo y su extensa negrura se vistieron con un magnifico manto escarchado, y la luna como anfitriona de aquella gala de estrellas lucia más preciosa y resplandeciente que cualquier otra noche, iluminando los tejados de las casas y la punta de los árboles y las montañas. Letter parecía sacado de un cuento a esas horas, donde los niños se veían corretear por las calles y a los adultos montando las cosas en los autos para irse a la feria.

Todos disfrutaban de la noche mientras yo solo hacía de espectador, oculto de todos en la oscuridad de mi habitación.

Continúe tocando las cuerdas de mi guitarra, improvisando una melodía cualquiera y mirando a través de cristal de la ventana, desde ese segundo piso se miraba mejor todo.

Un grupo de niñas disfrazadas de brujitas, con sombreros de punta y escobas incluidas se juntaron frente la puerta de los vecinos al otro lado de la calle. Parecían un pequeño aquelarre de los mitos de fantasía, y una de ellas, con un atuendo de un verde esmeralda y peluca del mismo tono, me recordó aquella figurita de colección que tanto quería Boo y que reposaba dentro del cajón de mi escritorio, junto a un zombi y una calavera.

Sonreí sin darme cuenta, imaginándome su expresión cuando la tuviera en sus manos.

Esa tarde que fuimos a ChikiPollos ninguno tuvo la suficiente suerte para sacar la figurita de la cajita. Quedo un poco decepcionada y en vez de enojarse como había esperado, dejo que me quedara con el zombi y la calavera, según ella debía empezar con mi propia colección.

Resople pensando que sería de ella, no la veía desde hace dos días en la salida de ChikiPollos cuando salió corriendo, diciendo que su madre la esperaba y que se le hacía tarde. Luego falto dos días seguidos a clase.

Quizás la gripa le empeoro, pensé.

Por eso esa mañana mientras mi padre aun no volvía de la comisaria de su guardia nocturna, fui a ChikiPollos y tomando una parte de mis ahorros compre una cajita, que estaba un poco más cara por la celebración. No sé si sería la suerte que muy escasa era para mí o a las ganas de ver la bonita sonrisa de Boo de nuevo, pero dentro me esperaba la figura plástica de la bruja esmeralda, de cual solo habían fabricado doscientas para distribuir en las tiendas del país.

Ideando de qué manera se la entregaría pegue mi frente al frio cristal de la ventana y vi como este se empañaba por mi respiración. Me abochornaba hablar con las personas y aún más regalar cosas, porque yo nunca daba regalos. No tenía a quien dárselos.

Deje de tocar al imaginar la escena de Boo armando un escándalo en medio de la preparatoria. Si eso pasaba hacia un hueco y enterraba la cabeza como los avestruces.

Odiaba tenerle temor a tratar con las personas, pero me daba miedo que me lastimaran, que se burlaran o que me miraran con desprecio, quizás todo junto. A lo largo de los años había acumulado demasiado de lo desagradable que podía ser los humanos, ya no quería más. Era suficiente con lo que tenía en casa, a unas paredes de distancia y a espera de un mínimo error para desatar el caos.

Mi vida en ese entonces era vivir perenne bajo una enfurecida tormenta, que me azotaba con sus ráfagas de aire helado y truenos que retumbaban sobre mi piel. A veces no sabía de donde sacaba tanta calma para soportar tales tempestades.

Las pesadas pisadas sobre la madera de la escalera me advirtieron de que mi progenitor se acercaba, me aleje de la ventana a espera de que entrara a la habitación.

Varios golpes retumbaron contra la puerta y sentí el corazón en la garganta.

― ¡Jonás, me necesitan en la comisaria. Vuelvo en la madrugada!

―Vale―musite.

Me embargo cierto alivio, dormía mejor cuando mi padre no estaba en casa. Me tranquilizaba saber que no saldría en cualquier momento de las sombras para estrangularme.

Escuché sus pasos de alejándose, minutos después vi como una patrulla lo recogía al salir a la calle.




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