Entre hojas secas y copos de nieve

6: te extrañé

― ¡No seas tan lento, y deja de esconderte!― le pego a mi mano, impidiendo que siguiera acomodando la bufanda donde procuraba ocultar media parte de mi cara―. No seas tonto.

―Es que me da pena, ¿Por qué me pintaste la cara así? Todos nos están mirando…

Me daba tremenda ansiedad ver tantas miradas sobre nosotros, no estaba acostumbrado a ser el centro de atención. Mucho menos estar en compañía de alguien que hablaba a los cuatro vientos. 

―Déjalos que miren, nadie sabe que somos nosotros―engancho su brazo con el mío, obligándome a caminar a su ritmo. Trastabille un poco por la prisa que llevaba―. ¡Sera divertido!

―Si eso dices.

Andamos un rato por las orillas de las calles observando las casas y Boo propuso un concurso, debíamos mirar muy bien todas las decoraciones, y al final elegiríamos la más bonita como ganadora. Así que los siguiente quince minutos los pasamos dando nuestras opiniones sobre cual asustaba más, cual tenía las mejores luces, las calabazas más lindas y demás. Cada vez que ella veía una que le gustaba mucho chillaba como una loca y me jalaba del brazo o de la bufanda para que nos acercáramos a mirar. Yo la seguía, dándole disculpas a las personas con quien tropezábamos y pidiéndole permiso a los dueños para dejarnos entrar a sus patios.

Se saltaba las bardas de las casa con una agilidad que me tenía pasmado.

Boo era como una niña inquieta. Demasiado inquieta para mi pobre cuerpo que estaba acostumbrado a caminar con calma y estar escondido de la raza humana.

― ¿Por qué faltaste a la prepa?―pregunte un rato después, cuando ya se había cansado de entrometerse en los patios ajenos. Caminábamos con serenidad en medio de la carretera poco transitada de autos, bajo un cielo estrellado y una luna llena enorme.

― ¿Por qué preguntas? ¿Acaso me extrañaste?―me dio un golpecito con su codo, sonriéndome con coquetería―. Vamos, dime de una vez que te gusto.

― ¡No digas babosadas!― chillé entre tartamudeos y me enrolle la cabeza con la bufanda, dejando apenas un espacio para mis gafas―. Me preocupo que faltaras a clases y como tenías gripa pensé que habías empeorado…solo fue eso, mal pensada.

Sus labios pintados de negro se curvearon en una media sonrisa, conmovida.

Era la calavera más bonita.

―Gracias por preocuparte, Jonás. No te escondas, no puedo ver tu sonrojo― de un tirón bajo la bufanda y alboroto mi pelo, sus ojos grises solo desprendían ternura―. En realidad si estuve un poco enferma pero estoy un mucho mejor, por eso salí.―se dio la vuelta para caminar de espaldas y vi con claridad como la luces de diferentes tonalidades se reflejaban en sus ojos, que brillaban como dos perlas preciosas y que la hacían lucir mucho más cautivante―. También estabas enfermo y golpeado ¿Cómo te sientes? Muy mal de mi parte no preguntar antes, pero supuse que como no te quejaste con tanto corre y corre ya no te duelen las costillas, y tu ojo aún está un poco morado por eso te pinte la cara, claro también quería que fuéramos combinados. Pero fue más para que no te sintieras incomodo, creo que no te gusta que te vean así ¿Verdad que si?

―Ah… si―conteste conmocionado, creí que se le había olvidado.

―Además, la nariz ya tiene costra. ―me picó la punta de la nariz, y agitando sus cabellos se dio la vuelta―. Démonos prisa.

Me tomo de la mano, y pesar de ambos tener guantes me trasmitió su calidez a través de la lana. Creo que nunca olvidaría el calor que desprendía su cuerpo, me hacía sentir tan seguro y a salvo.
 




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