Entre hojas secas y copos de nieve

7: dulce o truco

Luego de caminar unas cuantas cuadras nos detuvimos frente a la barda de una casa. Andábamos un poco lejos de mi vecindario para andar a pie, pero la caminata había sido agradable, a pesar de lo agitada.

― ¿Qué hacemos aquí?

―Venimos por alguien, solo se tu ¿Vale? no hables mucho, sabes cómo hacer eso. Todo lo que digas aquí puede ser utilizado en tu contra.

― ¿Qué son? ¿Policías?

La noche se hacía más fría y nuestras respiraciones formaban una nubecita de vaho frente a nuestras bocas. Me abrase a mí mismo, al detenernos el frio calaba más.

Me miro de reojo.

―No. Son mi familia.

A la verdolaga.

― ¿Y porque vinimos por tu familia?

―No vinimos por todos, bobo―Boo se arregló la bufanda y su cabello que estaba más alborotado de lo normal―. Ya sabes calladito...―empujo la reja de la barda, pero esta no cedió. Soltando un bufido rabioso tomo una piedra de la calle y la tiro contra la puerta de la vivienda. ― ¡Ya llegue, pa que cierran! ¡Abran, maldita sea!

―No es necesario que digas groserías.

Tiro otra piedra, y con los ojos echando chispa volteo a mirarme.

― ¿Qué tiene de malo? Sirven para drenar energías negativas.

―Pero suenan feo.

Arrugo los labios y frunció las cejas, se vio muy chistosa haciendo ese gesto.

―Que educadito me saliste, a ver ¿Qué palabra bonita puedo decir para descárgame?

―Puedes decir: recorcholis, carambolas, chispas, tripas...

Me interrumpió una carcajada suya.

― ¿Tripas? ¿Quién en su sano juicio dice tripas?―continuo riendo dándole golpes a la reja―. Solo imagina que diga: ¡Oh, tripas, que molesta estoy! ¡Es que no les tengo riñón para soportar a estos hijos de su hígado! ¡Que se los lleve el apéndice!

―No te burles, ―Hundí la cara entre la bufanda, avergonzado―. Yo si la digo.

―Por eso es que no tienes amigos.

―Por esos es que nadie se te acerca, eres muy grosera.

―Eres muy cruel, Jonás.

―Tu empezaste. Yo solo quería que dejaras las malas palabras.

Movió la cabeza, seria. Dando un suspiro resignado volvió a tomar otra piedra de la calle y la lanzo varias veces al aire, atajándola de regreso con una sonrisa maliciosa y una llamita peligrosa en el fondo de sus ojos.

―Está bien, no diré malas palabras.

―Gracias.

― ¡Abran la pulmonada puerta, tripas!―grito, tirando la piedra que se estrelló contra la puerta―. ¡No sean hígados y ábranme!

― ¡Boo!

Si seguía gritando tantas babosadas me devolvía a mi casa. Creo que toda la cuadra la había escuchado, ella era muy escandalosa.

― ¡Tripas, cállate!

―Deja de decir tripas.

― ¡Tripas! ¡Tripas! ¡Tripas!― seguía diciendo a viva voz, dando saltitos por las aceras―. ¡Hígado! ¡Pulmón! ¡Estomago! ¡Jonás el tripas!

―Por favor, no me digas así...

― ¡Tripas, Jonás el tripas!

Canturreaba entre risas mientras yo la perseguía para tratar de callarla. Era muy rápida y escurridiza, en cambio yo era muy torpe para alcanzarla. Aun así hice un esfuerzo, y apenas la tuve cerca la jale de un brazo.

― ¡Tripas, Jonás el tripas! Tripas, trip... ―nuestros cuerpos colisionaron.

Aproveche la oportunidad para taparle la boca, y sentí como sus labios se curveaban bajo la lana. Y creo que también sonreí cuando sus ojos destellaron, porque me quede allí, atontado mirándolos.

―No digas tripas― balbucee.

Poco a poco mi cuerpo fue reaccionando por la cercanía, solo mi mano dividía nuestros rostros. Una corriente eléctrica me recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Y de pronto me percate de lo pequeña que era su cintura al ser rodeada por mi brazo y de lo muy bien que olían al tenerla muy cerca, ropa con ropa. Si había algo que me gustara en el mundo era su perfume. Y su sonrisa, es que era tan extraño verla sonreír que encantaba.

― ¿Son novios? ¿Y si mejor se besan?

Nos separamos, como si una fuerza externa nos hubiera expulsado. Mire al niño vestido de vaquero y de cabellos alborotados parado junto a la reja abierta. Frunció el ceño malhumorado, se pareció mucho a la chica pelinegra que se acomodaba la bufanda.

―Claro que no es mi novio, mocoso. Es un amigo mío, ―le agarro de las mejillas y le dio un sonoro beso en la frente. El niño cambio su actitud y cerró los ojos al sonreír con sus mejillas regordetas, lleno de felicidad―. ¿Por qué cerraste la reja? Te dije que ya venía.

―Pero eso fue hace mucho rato, creí que ya no vendrías―dio un saltito y se cruzó de brazos, sus cabellos rizados de un tono achocolatado se agitaron―. Mamá dijo que seguro te fuiste por ahí a pasar la noche sola y que mejor cerrara la reja para que ningún loco se metiera al patio.

¿Un loco como Boo, supongo?

―Qué poca confianza me tienen, les prometí que saldría. Ven vamos dentro... ¡Jonás no seas tímido y ven!

―Va-vale.

Me tomo de la mano y jalándome me llevo con ella, arrastrándome por el caminillo del jardín de aquella casa con los pilares del pórtico envueltos en luces y calabazas con caras talladas. Antes de entrar aparto con su pie las piedras que había lanzado contra la puerta, echándolas a la tierra.

La puerta de madera tenía varias marcas de golpes y tuve la leve sospecha que tenía por costumbre lanzarle piedras para que le abrieran cuando encontraba la reja cerrada.

En el interior nos recibió el agradable aroma del dulce de calabaza danzando por el aire, y una sala muy hogareña, con muebles de flores y retratos por todas partes. En el rincón una chimenea calentaba el ambiente.

Aquel espacio era perfecto para pasar una tarde fría de invierno tomando un chocolate caliente, no era como la lúgubre y vacía de alguna emoción de la sala de mi casa. Donde lo único que irrumpía el inquietante silencio era el televisor a todo volumen.

― ¡Mamá, Boo si vino y trajo un chico!―grito el niño― ¡Tía May, Boo trajo un chico!

Sentí como el agarre en mi mano se hizo más fuerte.




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