Entre hojas secas y copos de nieve

9: la arbolada

Unos minutos después nos detuvimos, frente nuestro se levantaba un imponente cercado de rejas de hierro y a través de este se distinguía la extenso bosquecillo, de árboles con sus ramas cubiertas por hojas escarlatas, azafrán y rojizo. Y la tierra tapizado por estas.

 Todo era iluminado por luces envueltas alrededor de los troncos y los postes de las farolas.

El enorme portón de aquel cercado se encontraba abierto, y los autos estaban estacionados fuera, en un gran terreno baldío que hacía de parqueadero. Los postes de la entrada habían sido decorados con banderines blancos que se sacudían con la fría brisa y gigantes calabazas a sus pies. Una pancarta a las alturas colgaba de cada extremo, con la palabra "bienvenidos" en una bonita letra.

Jean se soltó de nosotros y desbordando de entusiasmo salió corriendo sobre el caminillo empedrado entre los árboles, mirando maravillado el espectáculo de luces.

―Ven, no nos quedemos aquí―tomo mi mano, y dándome una sonrisa tan cálida como los colores de ese otoño camino a mi lado, entre aquel caminillo de cuento de hadas―. Hace tanto tiempo que no venía en estas fechas, había olvidado lo bonito que era en esta estación.

Observo las ramas sobre nuestras cabezas, parecía que con las luces los colores de sus hojas se tornaran más intensos y hermosos. Yo no le preste tanta atención a los alrededores, me quede hipnotizado por sus ojos grises en los cuales se reflejaba un hermoso brillo desconocido para mí.

A ella le maravilla la naturaleza de aquel paisaje, a mí, me maravillaba ella.

― ¿Por qué no vienes en estas fechas? Tu familia se emocionó mucho porque saliste.

―Siempre salgo sola y me quedo por allí deambulando mientras miro las casa― había dejado de sonreír. Su gesto se ensombreció un poco como si hubiera recordado algo amargo―. Este año iba a ser igual hasta que te conocí, eso es lo que les emociona, que no salgo sola. Yo siempre tomaba una mochila con chucherías y salía a caminar sola por las calles hasta que se hacía media noche, luego volvía a casa

― ¿Por qué hacías eso? Por como lo dices parece que no era muy divertido.

―Porque no tengo amigos, Jonás. Y no, no es nada divertido estar sola en todos lados.

―Yo siempre estoy solo en todos lados.

Ni se porque dije aquello, simplemente surgió de mi labios provocando que Boo me mirará un tanto conmocionada. 

 ―Ya no estarás mas solo, ahora yo estoy contigo, ¿Buenísimo verdad? Nos haremos compañía uno al otro. 

Volvió a sonreírme y aferrada aun a mi mano se adelantó unos pasos para voltearse, caminando de espaldas. Creo que le gustaba mucho caminar de esa forma.

―Pero yo no hablo casi.

―Y yo hablo demás, hablare por los dos no hay problema.

Alce los hombros, de acuerdo. 

― ¿Desde cuándo no vienes?

―Muchos años, desde que mi padres se separaron cuando yo tenía catorce.

―En ese tiempo estábamos en primer año― dije al recordar ―. Le diste un puñetazo al bravucón de último año, desde entonces todos te tuvieron miedo.

Realizó una mueca con su boca, como si rememorar esos tiempos le disgustara.

Suspiro con desánimo. 

―Sí, para ese entonces un coraje bien grande me quemaba el pecho... yo odiaba perder a mi familia por culpa de mi padre y así fue como termine pagando mi rabia con todos. Me comporte del asco, aun así sigo haciéndolo para que negarlo, he sido muy mala.

―Pero todos te respetan, nadie se mete contigo.

 ―Así es Jonás, me he ganado el respeto de los estudiantes... pero también me gane su odio y su miedo―en su voz denotaba culpa y el brillo en su rostro disminuyó―. Me arrepiento de eso, ya no quiero ser respetada por una manada de idiotas, gracias a eso nadie quiere ser mi amigo y yo no quiero tener gente a mi lado por temor ―se quedó en silencio, había dejado de mirarme. Sus ojos grises estaban fijos en la nada como si se hubiera perdido en algún lugar de su mente―. Perdí las cosas importantes para mi... mi familia se desmorono, los pocos amigos que tenía también se desmoronaron ¿Entonces para que venir aquí, donde habían nacido tantos momentos bonitos y que me dolerían? Ya no quería que me doliera.

― ¿Y ya no te duele?―apreté su mano, necesitaba que volviera mirarme con ese relampagueo en sus ojos que me hacía sentir a salvo, quería sacarla de cualquier recuerdo triste en donde se hubiera ido a torturar―. Boo.

Suspiro y una pequeña sonrisa nació.

―Claro que me duele, pero ya aprendí a como soportarlo.

―Yo creo que debes sanar esa herida.

― ¿Cómo se hace eso?

― Perdonándote.

― ¿Sabes algo, pecosin? No me arrepiento de haberte salvado ese día―me pico la nariz.

Volvió colocarse a mi lado. Soltando un nuevo suspiro se aferró a mi brazo y coloco su cabeza sobre mi hombro. Yo solo pude acariciar sus dedos como respuesta, no tenía palabras de agradecimiento para ella porque más que salvarme ese día estaba haciendo mucho más. Tanto que no lo comprendería.

Seguimos caminando uno al lado del otro en silencio, admirando lo bonito de aquel bosquecillo otoñal y transmitiéndonos palabras mudas a través del contacto de nuestras manos. Sentía que podía tener agarrada su mano la vida entera, nunca me cansaría de su calidez.

― ¿Por qué este año si viniste?

Gire mi rostro para mirarle, me recibieron sus ojos acogedores.

―Este año sería igual, ya había preparado mi mochila para salir a ver las casas decoradas del pueblo pero luego recordé que estabas tan solo como yo, y no sé, me caes muy bien a pesar de que no hables mucho y me agrada tenerte a mi lado, siento que eres sincero conmigo por eso me dije ¿Porque no? Podríamos salir los dos a ver casas, entonces compre los suéteres porque tuve el presentimiento que no tendrías disfraz y esta mañana fui a comprar las galletas...mierda.

―Puedes continuar, hare que no escuche esa parte. Para mi esas galletas siempre serán horneadas por ti.

 ―Al llegar la noche me arrepentí, pensé que me tenías miedo y que por eso estabas a mi lado, o por simple agradecimiento por ayudarte ese día... en fin, no quería que te sintieras presionado... Aun así deje el suéter dentro de mi mochila y salí de casa de mi tía dispuesta a pasar noche de brujas sola y de romper mi promesa con Jean de llevarlo a pedir dulces, hasta que... hasta que vi tu casa sumida en penumbras, y me dije: ¿Por qué no? Quizás no este, inténtalo. Y tire la primera piedra.




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