Entre hojas secas y copos de nieve

12: promesas

El profesor de economía termino con la explicación del tema a tratar en la clase y tomando una tiza comenzó a escribir sobre el pizarrón. Tome un lápiz dispuesto a copiar todo en mi cuaderno.

Me talle los ojos, llorosos. Esa mañana hacia las cosas más lento, caminar, respirar y hasta escribir. El cuerpo entero me dolía, me sentía molido. No importaba que tan delante me sentara, los ojos me seguían ardiendo al mirar el pizarrón, donde las letras se hacían borrosas y el dolor de cabeza aumentaba por el esfuerzo.

Mis gafas se rompieron por completo un día antes, mi padre las había pisado hasta dejarlas hechas un montoncito de cristales y piezas de plástico. Así que usaba las viejas, o las de repuesto, que había dejado de ponerme hace años cuando mi visión empeoro y que solo me servían para ver de lejos.

Andaba cegatón.

Una hora después el timbre de salida sonó y todos comenzaron a recoger sus cosas para marcharse. Preferí quedarme sentado esperando a que salieran, no quería tropezar con nadie y meterme en problemas.

Cuando el salón quedo vacío tome mi mochila y yendo con cuidado me dirigí hacia la puerta.

― ¿Me puedes decir porque no saliste a la hora de la comida?― la voz de la pelinegra retumbo por el pasillo casi vacío de la preparatoria apenas verme afuera. Me espera de brazos cruzados, recostada contra una pared frente el salón ―. Me quede esperándote y creí que no habías venido, que bueno que soy muy curiosa y vine a revisar tu salón y resulta que el niño sí asistió a clases ¿Puedes decirme porque me dejaste plantada bajo ese pinche árbol?

Baje mi rostro, evitando su intensa mirada. Nervioso escondí parte de mi cara entre la bufanda.

― Lo lamento.

Sintiéndome como un imbécil emprendí marcha, dejándola allí. Pasaron algunos segundos cuando la escuche gritar.

― ¿Puedes decirme que te hice?

No conteste y camine con más rapidez, alejándome.

No me siguió. Tampoco volvió a gritar. Me restregué los ojos que ardieron más por las ganas de llorar.

En la entrada de la prepa me detuve, agarrando aire con fuerza, trate de tranquilizarme. Y algunas lágrimas se deslizaron con libertad sobre mis mejillas. Odiaba portarme de aquella forma, pero no sabía que más hacer. No quería que me viera.

Empecé a llorar.

― Jonás, ¿Qué te pasa? ―quise alejarme de nuevo pero su mano sobre mi hombro me retuvo―. Maldita sea, deja comportarte como un idiota. No soy una maldita adivina para saber que te sucede, se supone que soy tu maldita amiga. Dime que carajos te pasa, ¿Acaso y dije algo que te molesto? ¿O hice algo malo?

Me limpie la cara y apreté mis ojos.

―No. Todo está perfecto en ti… ―hable con voz gangosa―. No digas groserías por favor.

― ¿Estas llorando, pecosin?― las lágrimas que logre retener, se escaparon al escuchar la dulzura y preocupación con la que iba teñida aquella pregunta―. Demonios, claro que estas llorando.

Se situó frente de mí y con sus dedos me obligo a levantar la cara. Al abrir mis ojos me encontré con su rostro intranquilo. Bajo la bufanda que me ocultaba, y la ira destello en sus pupilas, apagando de a poco la sonrisa tierna que me mostraba.

― ¿Quién te golpeo?―inquirió con tono grave―. ¿Quién rompió tus gafas?

Dirigí mi vista al suelo. No sería capaz de mentirle si la miraba a los ojos.

―Me caí al salir del baño y me pegue en la cara. Las gafas también se rompieron.

―No soy tonta, no quieras engañarme. Reconozco un puñetazo y una cachetada donde la vea. ¿Dime quien te hizo eso? ¿Acaso fueron…? Oh, los voy a matar… ¡Los voy a matar!

Enfurecida se encamino al interior de la prepa.

―Por el amor a Dios, detente, ellos no fueron.

Hizo caso omiso y continuó caminando, tan rápido que me dejo muy atrás. Al entrar al campo de futbol se dirigió corriendo hasta el grupo de chicos del equipo que entrenaban. Embravecida como una bestia agarro al rubio capitán de la camiseta y dándole una patada en la entrepierna lo hizo caer contra el pasto. Colocando una rodilla contra su cuello, dificultándole la respiración, le acertó el primer puñetazo.

Corrí desesperado para detenerla.

― ¡Hijo de tu puta madre, conmigo si no eres tan macho!― otro puñetazo―. ¡Ven y pégame a mí!

― ¡¿Qué demonios te pasa?!

Julián reacciono, lanzándola a un lado y levantándose con rapidez. Alejándose de ella y mirándole con odio se masajeo el lugar de los golpes.

―Me pasa que has olvidado nuestra charla, querido amiguito.

 Se puso de pie y agitando el cabello para apartarlo de su cara dejo al descubierto esa expresión macabra que la caracterizaba en sus peleas, una sonrisa desagradable carente de emoción.

El resto de equipo se mantuvo retirado, temerosos ante la pequeña muchacha que apretaba sus puños rabiosa.

―He cumplido mi palabra y no he dado más problemas. No entiendo porque vienes a golpearme.

―Quizás necesitas un par de puñetazos para refrescar tu mente.

 Llegue a ella justo a tiempo para rodear su cintura e impedir que le pegara. La jale hacia atrás, tomando distancia.

―Déjalo, por favor, él no me hizo nada. Confía en mí. Te juro que él no fue―Suplique con mi rostro en su nuca y apretándola contra mi pecho―. Cálmate, por favor.

Respiro con fuerza. Percibí como temblaba por la rabia.

―Para la próxima te matare, Julián―amenazo, señalándolo. Trague grueso y decidí que mejor me la llevara ahí. Empecé a caminar de espaldas, retirándonos― Anda con cuidado, porque juro que te matare si vuelves a meterte con alguien que no sea se tu tamaño, maldito.

―Que bajo has caído, Boo ―Le grito uno de los amigos de Julián cuando ya estaba en la salida del campo. Lo reconocí por ser el co-capitán del equipo, el mismo que le negó a las galletas hacia unos días ―. ¿Ahora necesitas que este ñoño venga a calmarte? Ya veo porque te molesta que lo golpeemos, lo quieres como tu mascota. Pero tranquila, te regalamos con todo y lazo al sarnoso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.